Tres declaraciones recientes del Papa Francisco han hecho posible que un tema sangrante de la situación social y económica española se pueda tratar desde la debida hondura y seriedad y no desde el debate meramente partidista y electoralista: el drama del paro juvenil.
A los obispos españoles y al Rey de España les traslado hace unas semanas su preocupación por los jóvenes a los que "pese a ser los más formados de cualquier momento de la historia, no se les da la oportunidad de desarrollar sus potencialidades" y se ven obligados a emigrar.
Ya a la vuelta de su viaje a Tierra Santa, les había dicho a los periodistas que “en este momento se descartan los jóvenes, y eso es gravísimo. En Italia, creo que la desocupación juvenil está sobre el 40%. En España es el 50% y en Andalucía, en el sur de España, el 60%. Esto significa que hay una generación de ni-ni, que ni estudian ni trabajan, y esto es gravísimo, se descarta una generación de jóvenes. Esta cultura del descarte es gravísimo. Este sistema económico es inhumano”.
Esto último lo ha dicho también varias veces, por activa y por pasiva. Que “estamos en un sistema económico donde el centro es el dinero, no la persona humana”. Y que “este sistema excluye para mantenerse. Se excluye a los niños: el nivel de nacimientos no es elevado, en Italia menos de dos por pareja, en España todavía menos”.
El sistema económico no es humano, es intrínsecamente perverso, porque es sistemáticamente excluyente, y porque acepta como “efecto colateral” que, incluso en tiempos de bonanza económica, haya un considerable índice de paro. Y que en tiempos de crisis, ese índice alcance cuotas insoportables. Es “contra natura” porque nunca en la historia de la humanidad las sociedades han arrojado a sus nuevas generaciones al mayor ostracismo: los más capacitados y preparados, los más ilusionados, los más fuertes, los más innovadores, son echados a la cuneta. No se cuenta con ellos. Es decir, no se mira al futuro, no se prepara el futuro, no se facilita el futuro. Es el síntoma de una sociedad que se suicida lentamente. Una sociedad que no quiere ni puede tener hijos, porque los jóvenes no pueden crear una familia. Y una sociedad que no quiere ni puede progresar, porque sus generaciones jóvenes, significativamente, sin esperanza alguna, ni estudian ni trabajan.