Carlos Jariod: la Escuela católica tendría mucho que decir si se levantara de la “derrota” infringida por “el relativismo y el nihilismo”
Aunque de título alarmante S.O.S. Educación. Raíces y soluciones a la crisis educativa (editorial Digital Reasons),Carlos Jariod, filósofo y presidente de la Asociación de Profesores Educación y Persona, subraya que hay razones para la esperanza si volvemos a la persona-alumno ya que “el docente está ante alguien que es poseedor de una dignidad y una libertad que hay que ayudar a madurar educativamente. Significa, entonces, que no podemos reducir al alumno a la categoría de ciudadano (democrático), de fiel de una religión o de consumidor”.
El experto acentúa que la educación “exige referentes objetivos que el alumno debe descubrir y verificar acompañado por el profesor”. Cree que la Escuela católica tendría mucho que decir si se levanta de la “derrota” infringida por “el relativismo y el nihilismo” y deja de “tener miedo de relacionar a Cristo con todo”, pero puntualiza que el camino “no es el confesionalismo o un moralismo asfixiante y mojigato”, porque “una educación cristiana debe ser integral y cuidadosa con la libertad del alumno”.
-¿Por qué esa llamada de socorro con que titula su libro? ¿Es necesaria una terapia de choque?
La educación es de una extrema importancia para la vida de la persona y para la vida de la comunidad. Desde hace años sabemos que hay indicios evidentes que nuestro sistema educativo es muy mediocre, no responde a las demandas de las familias ni a las necesidades de nuestra sociedad. No parece que haya salidas claras y nos movemos en un ambiente de apatía y desazón. Cunde el desánimo. Pero sí hay salidas. Nos jugamos el futuro de nuestros jóvenes y de nuestro país.
-¿Cuáles son las raíces de esa deriva educativa que nos lleva a la situación actual?
La crisis educativa es una crisis del hombre, una falta fe en el ser humano: ya no creemos en la naturaleza humana, portadora de deseos de bien, belleza y verdad que dan fundamento a la existencia. El relativismo y el nihilismo son los grandes enemigos de la educación. Pero también una concepción de la escuela en la que la igualdad se absolutiza y se convierte en igualitarismo, con lo cual toda autoridad queda disuelta. Esto es incluso válido en cuanto al saber y hasta en lo que respecta a la organización escolar: el alumno construye sus propios esquemas y el docente es un mero observador.
Todo ello impide salir de la crisis. Se necesita un nuevo paradigma educativo.
-Afirma que nuestra civilización no cree en el hombre, de ahí que apueste en el fondo por no educar, ¿podría ampliar este planteamiento?
La crisis educativa es una crisis antropológica, en efecto. Desde la modernidad hasta nuestros días se ha cuestionado con cada vez más fuerza la existencia de la naturaleza humana y la pervivencia de unos valores morales objetivos. También de la misma metafísica. Cuestionar lo anterior supone una ruptura con el legado griego y cristiano que configura Europa y su cultura. A cambio, se ha instalado el relativismo, el escepticismo y el nihilismo. Son planteamientos que surgen especialmente en el siglo XIX y que dominan la mentalidad actual. Pero, como ya sabía Sócrates, con el relativismo y el escepticismo no hay educación posible: lo que existe es manipulación.
-Es categórico cuando subraya que "el relativismo y el nihilismo destruyen la educación", ¿por qué?
La educación exige referentes objetivos que el alumno debe descubrir. Y lo hace de la mano del maestro, que es portador de una tradición sin la cual no hay relación educativa posible. La objetividad de esos referentes (científicos, artísticos, morales, históricos o religiosos) es un dato primario indiscutible y que por supuesto deben someterse a verificación. La objetividad siempre debe estar sometida a crítica. Ésta es, por cierto, una de nuestras herencias culturales, que el alumno educado debe asimilar.
El relativismo y el nihilismo deja solo al alumno consigo mismo: sólo existe lo que él puede comprobar por sí mismo, sólo vale lo que él siente en un cierto momento, sólo es válido lo que su subjetividad logra construir. Todo es subjetivo.
La educación ha intentado siempre situar al alumno en un mundo distinto de él y ayudarle a vivir racionalmente para ser feliz en compañía de los demás.
-Alude a que "el igualitarismo pedagógico y la escuela comprensiva" son concreciones de esta mentalidad, ¿pero no supone la necesaria democratización después de antiguos sistemas autoritarios?
Uno de los problemas más graves es el manejo político de la institución escolar. Es fácil de entender, por otra parte. La escuela comprensiva surge para que todos los alumnos, con independencia de su clase social, pudieran acceder a un mínimo de conocimientos con la titulación correspondiente. Está asociada a la socialdemocracia y a la expansión del aparato productivo de las sociedades europeas de la segunda mitad del siglo pasado. Pero la situación ha cambiado.
La democracia necesita una escuela en la que no se confunda “igualdad de oportunidades” con mediocridad formativa, necesita alumnos muy bien formados moral y profesionalmente y a la vez conocedores de la rica diversidad en ideas, planteamientos vitales. Deben conocer las fuertes exigencias laborales que se les presenta. Todo ello requiere, por un lado, esfuerzo y trabajo y, por otro, que el sistema educativo sea muy plural en la diversidad de ofertas académicas que presente al alumno.
-A su juicio, el necesario cambio educativo vendría por volver a la centralidad de la personas, ¿en qué aplicaciones concretas debería plasmarse?
Pensar que el alumno es una persona significa que el docente está ante alguien que es poseedor de una dignidad y una libertad que hay que ayudar a madurar educativamente. Significa, entonces, que no podemos reducir al alumno a la categoría de ciudadano (democrático), de fiel de una religión o de consumidor, por ejemplo. Por supuesto, la educación escolar podrá y deberá tener en cuenta esas caracterizaciones, pero no de un modo primario. El concepto de persona, además, preserva al alumno de la manipulación política, moral o religiosa. Por último permite entender la enseñanza como un proyecto global, que incluye la ciencia, la moral, la religión, en suma, la cultura.
Por último, hace que la relación alumno-maestro sea a la vez de respeto y de exigencia.
-Apuesta por recuperar valores en la educación, ¿cuáles serían a su juicio los más urgentes?
Los valores de la verdad, del conocimiento, del esfuerzo, de la autoridad, de la libertad, de la dignidad, de la responsabilidad.
Sobre los valores, construyeron los ilustrados (Kant y su ética voluntarista) la mejora de la sociedad. Y, así, como decía Eliot, "los hombres se empeñan en construir sistemas perfectos que no requieran la libertad humana", y vemos como los resultados en desigualdades a escala nacional y internacional son patentes.
Los intentos de mejorar la sociedad a través de la educación siempre han devenido en sociedades cerradas, que asfixian la libertad y la dignidad individuales. Son sistemas que no educan, sino que adoctrinan. Los sistemas educativos tienen un papel decisivo, pero no único en el progreso social. La familia especialmente, los medios de comunicación y todo el entramado asociativo de la sociedad civil juegan un papel esencial.
-En el sentido de la pregunta anterior, ¿cree que es posible esforzarse por apostar por los valores sin construir la esencialidad antropológica humana?
Si no tenemos claro qué es el ser humano, es imposible encarar la tarea educativa. Digo más. Estamos abocados a la disolución de la civilización europea. Puede parecer exagerado, pero estoy convencido de que el gran problema que tenemos es de identidad (no sabemos lo que somos) y, en último término, antropológico y metafísico. Mucho más que político.
-¿Cree que la escuela católica está respondiendo al desafío educativo desde su identidad? A veces, una corriente apuesta más por los valores que por quién los fundamenta: Cristo.
La crisis educativa también afecta a la escuela católica y a la Iglesia. La secularización ha hecho estragos también en la escuela católica. En efecto, una de las consecuencias de esa crisis –que también es una crisis de identidad- es la prevalencia de una serie de valores ambiguos y la postración de Cristo, como Maestro vivo que responde a las inquietudes más profundas del corazón humano. Otra consecuencia de esa secularización es la falta de respuesta cultural del catolicismo y de su escuela a los grandes retos que tenemos en el siglo XXI.
Sin embargo, entiendo que la escuela católica lo tiene todo para ser la gran esperanza de una regeneración educativa, que ayudaría a la educación pública y a la sociedad en su conjunto.
-Abundando en la anterior, ¿no cree que algunas escuelas católicas reducen el cristianismo a valores y sentimientos y olvidan qué tiene que ver con el hombre, su deseo de Infinito, el conocimiento experimental y vivencial de la realidad y Quién ha creado ésta y al ser humano?
La reducción que Vd. apunta es una derrota de la escuela católica ante el relativismo y el nihilismo actual. Parece que hay ignorancia o miedo a relacionar a Cristo con todo lo que el joven debe aprender. Cristo tiene que ver con todo y una educación cristiana debe ser integral y cuidadosa con la libertad del alumno. De lo contrario no es cristiana aunque emplee ese nombre. O bien por defecto (un cristianismo descafeinado y derrotado) o por exceso (un confesionalismo o un moralismo asfixiante y mojigato).