Entrevista al diputado italiano coautor de «¿Democracia sin religión?»
«Soy un pobre pecador»; así se presenta a sí mismo el diputado italiano y catedrático universitario Rocco Buttiglione. Un hombre de pensamiento y vasta cultura que hace diez años tuvo que renunciar a ser comisario europeo tras una feroz campaña en su contra liderada por el lobby gay. ¿Su pecado? Afirmar, de acuerdo con su fe católica, que los actos homosexuales son «intrínsecamente desordenados».
Buttiglione ha visitado recientemente Barcelona para presentar ¿Democracia sin religión? El derecho de los cristianos a influir en la sociedad (Stella Maris), libro en el que también han participado, entre otros, Jaime Mayor Oreja, el cardenal Schönborn e Ignacio Sánchez Cámara.
Más que democracia sin religión, su tesis apunta hacia algo mucho más grave: el drama hoy es que el hombre vive sin Dios…
Y antes que sin Dios, yo diría que sin verdad. El drama hoy no es la muerte de Dios, sino la muerte del hombre.
Si nos remontamos al origen de la filosofía griega y del pensamiento occidental, nos encontramos con que el gran descubrimiento de Sócrates es que el hombre tiene la capacidad de conocer la verdad. Y esa verdad que reconozco me obliga en conciencia.
La conciencia es el lugar donde encuentro la verdad y decido actuar según la verdad. Esto implica que yo soy libre, ya que ser libre es actuar según la conciencia y contra la presión exterior.
Pero para ser libre yo he de tener el control de mis pasiones interiores. Si soy esclavo de mis pasiones no soy libre. Nos convertimos, como decía Aristóteles, en esclavos por naturaleza.
El problema es que hoy nuestra sociedad, cuando habla de libertad, no habla de conciencia. Se habla de libertad como liberación de los instintos. Pero la liberación de los instintos no nos hace libres, sino esclavos.
¿De quién? De los medios de comunicación de masas, de la publicidad, de los políticos, de los poderosos… Para ser ciudadanos conscientes hay que tener conciencia. Y no hay conciencia sin referencia a la verdad…
¿Por qué ese ataque contra la verdad salpica también a los cristianos?
Muchos tienen la idea todavía de que las religiones enfrentan a los hombres y los llevan a la guerra. De ahí que la política tenga que estar al margen de la religión e impida que entre en el espacio público.
¡Pero las guerras de religiones se terminaron en el siglo XVI! Ahora estamos en el XXI. Después hemos tenido las guerras del poder de los estados, que fueron mucho más peligrosas. Y las guerras de los totalitarismos, aún más sangrientas.
El problema hoy para la democracia es la corrupción. No es verdad que el totalitarismo esté matando a la democracia. La democracia se suicida con la corrupción. El totalitarismo es como una hiena que llega para comer un animal que está moribundo.
Hablando de corrupción, ¿se ha sentido usted incómodo participando en gobiernos, como el de Berlusconi, marcados por los escándalos de corrupción?
Sí y no. En todos los gobiernos que hemos tenido ha habido corrupción. Porque es una situación objetiva de la sociedad.
Si no hay valores fuertes y decimos que la democracia no necesita valores fuertes, el resultado es una democracia de valores débiles. Y una democracia de valores débiles es una democracia corrupta.
¿Qué parte de responsabilidad tienen los cristianos?
Hemos puesto muchas veces la ley por encima de la misericordia. Jesús reconoce la ley, y no la cambia, pero no vino para afirmar la ley, sino la misericordia. Demasiado a menudo parece que el cristianismo no es tanto un gran amor, como una doctrina y una ley.
Es también eso, porque no hay amor sin fatiga, tiempo, obediencia, pero la raíz es otra. Si se corta la raíz, todo lo demás se hace insoportable
.
Diez años después de la campaña que boicoteó su candidatura como
comisario europeo, todavía hoy se habla del «caso Buttiglione». ¿Qué es lo que no entendieron los que le acusaban?
Estoy contra toda discriminación, del tipo que sea. Yo nunca dije que los homosexuales son malos. Dije que la acción homosexual es moralmente censurable. Esto no tiene nada que ver con la política. Una cosa es un pecado y otra muy distinta un delito. Son dos categorías distintas.
¿Qué cree que habría podido aportar a esta Unión Europea cada vez más carente de alma y corazón?
Amo a esta Unión Europea. He vivido una etapa extraordinaria: la del imperio totalitario y comunista que se quebranta frente el testimonio civil, moral, con una fuerte raíz religiosa, liderado objetivamente por la Iglesia católica y por Juan Pablo II. Lo más importante es que el comunismo cayó sin sangre.
Y he vivido con Helmut Kohl el gran proyecto para estabilizar Europa. La tercera guerra mundial era una posibilidad real y no pasó. Se ha estabilizado Europa con la ampliación de la UE, con la reunificación alemana y con el euro.
¡Pero al final nos han derrotado! No han querido tener los valores cristianos en la Constitución, y después tampoco han querido tener una Constitución.
Hemos vivido quince años de egoísmos individuales y nacionales. Cuando llegó el tiempo de la crisis, nos hemos dado cuenta de que Europa es un castillo maravilloso, pero que no tiene techo. Y cuando llueve, se moja todo.
No dimos la capacidad de la solidaridad, para enfrentarnos a la especulación y defender a los más débiles. O lo hemos hecho demasiado tarde. Y mientras tanto, millones de personas sin trabajo, pasando hambre, sin vivienda…
Tenemos que completar el proyecto europeo, incluyendo el tema de la unidad política. Pero no habrá unidad política si no hay valores comunes y si no tenemos la capacidad de mirar con un ojo limpio la historia. Sin unos valores y una raíz común es difícil construir un pueblo europeo.
¿Esa raíz es el cristianismo?
Esa raíz es la que nos da la historia. Y la historia nos dice que es el cristianismo, pero no sólo el cristianismo. Está la raíz griega y la romana. Y también la Ilustración es parte fundamental de nuestra historia.
No hay que tener miedo a reconocer que entre nuestros padres está Voltaire. Es la verdad. Pero me da pena que no se tenga el coraje en reconocer que entre los padres de Europa, antes que Voltaire, está Jesucristo, san Pablo, san Agustín, santo Tomás…
Las últimas elecciones europeas presentan más sombras que luces. ¿Qué lectura hace de los resultados?
Me parece un resultado obvio. Llegó la crisis, no fuimos solidarios, hemos dejado que la crisis creara una cantidad increíble de sufrimiento… ¿Y esperamos que los electores nos den un premio por eso?
Nos han castigado premiando a una alternativa peor. Eso es también culpa no sólo de los políticos, sino de la cultura y de la Iglesia. Porque la cultura y la Iglesia no promovieron la formación de una alternativa mejor. Habríamos merecido un castigo aún más severo. Ahora tenemos la ocasión ahora de recomenzar.
Fragmento de una entrevista publicada por Catalunya Cristiana