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Antes de empezar las vacaciones: ¿qué esperas de ellas?

Alone on the beach – es

© Christine Vaufrey / Flickr

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 04/07/14

¿Acaso no deseo un lugar donde reposar, donde ser amado sin tener que esforzarme en cumplir? ¿Acaso mi sed no tiene que ver con que me alivien y me descarguen de esa carga que me pesa?

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¡Qué difícil nos resulta a veces descansar bien! Cada año, al acercarse las vacaciones, siempre el mismo desafío.

Llegamos con el alma cansada. Son muchos caminos. Muchos momentos guardados en el alma. Buscamos la calma y el descanso. Hacemos algo distinto. Esperamos descansar de verdad, para volver renovados. Tenemos en ocasiones demasiadas expectativas con este tiempo. Queremos que sea perfecto. Luego no lo suele ser y nos decepcionamos.

Las vacaciones son un tiempo para agradecer. Miramos hacia atrás y damos gracias. ¡Hay tantos motivos por los que agradecer! Siempre, es verdad, siempre todo puede ser mejor. Siempre podíamos haber sido más felices, más plenos. Siempre la realidad es susceptible de mejora.

Cuando uno es perfeccionista suele ver la botella medio llena. La obra de arte nunca terminada. Porque un leve retoque puede mejorarlo todo. Tal vez este año ha sido duro. Y en su dureza puede costarnos encontrar motivos por los que alegrarnos.

Queremos entregarle a Dios, en primer lugar, las cosas difíciles, las cruces, los momentos de oscuridad, las pérdidas, los pequeños y grandes fracasos, las ausencias, las discusiones, los motivos para criticar a otros, los desencuentros.

Sí, hay cruces con las que cargamos cada día a veces sin darnos cuenta. Las llevamos en la espalda y pesa. El otro día el salmo decía: «Líbrame, Señor, de mis ansias». Y yo pensaba que tenemos muchas ansias. Lo queremos todo y ya. Queremos la vida y la gloria. Queremos el amor y el abrazo. Queremos que todos los planes resulten. Sí, la ansiedad muchas veces nos puede.

A lo mejor durante este curso hemos cargado muchas cosas casi sin darnos cuenta. Porque nos tocaba. Porque otros no podían hacerlo. Porque si no lo hacíamos se quedaba sin hacer. Porque nosotros éramos necesarios. En fin, muchas razones para cargar, llenos de ansias, por los caminos. Deberes, compromisos, responsabilidades. Pesa el alma. Cansados. Sí, queremos descansar.

Jesús nos dice: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré». Queremos agradecerle a Dios porque nos sostiene en esos momentos, porque nos espera en lo alto de la cuesta, al final de la etapa. Nos ayuda a caminar. Nos levanta cuando caemos y estamos fatigados. Nos abraza para calmar el cansancio.

Él es nuestra fuerza. En Él revivimos y nos ponemos de nuevo en camino. Queremos ser mejores, es cierto, pero sabemos que sin Dios nada es posible. Decía el Padre José Kentenich: «Apuntamos no sólo a un perfeccionamiento de la naturaleza en todos sus aspectos, sino también a una elevación de la misma. He aquí pues nuestro anhelo: revestirnos de Cristo, ser como Él, peregrinar por el mundo como otros Cristos»[1].

El cansancio del camino nos tiene que llevar a Cristo. En Él descansamos y nos asemejamos a Él, reflejamos su rostro. Su presencia nos sana y alivia.

Jesús muestra ternura hacia los suyos, hacia los más pobres, hacia los que se sienten desvalidos y cansados. Los comprende. Los ama. Nos ama cuando somos débiles y no puede resistirse. «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados».

Ha visto el cansancio cuando no nos salen las cosas, cuando buscamos reposo en lugares que no dan paz. Ha visto nuestro cansancio de la vida por sus dificultades, por la rutina, por los fracasos y los sueños que no se cumplen, por las pérdidas.

 ¿De qué estoy cansado? ¿Dónde busco mi reposo? ¿Qué me agobia? ¿Qué me supera? ¡Qué humano es Jesús en este momento! Su misión fue descargar del agobio del alma a todos los que se acercaban a Él.

Jesús responde de una forma que conmueve. No le quita importancia al agobio ni al cansancio. Los toma, nos toma tal como somos, nos conoce, nos comprende, se conmueve. Acoge lo que llevamos dentro.

Él mismo sabe lo que es estar cansado y desalentado. Conoce esa paz de reposar en los amigos, en un hogar, en su Padre. Se ha cansado por los caminos y se cansará por el peso de la cruz, por la carga del dolor de los otros.

¿Acaso no deseo un lugar donde reposar, donde ser amado sin tener que esforzarme en cumplir? ¿Acaso mi sed no tiene que ver con que me alivien y me descarguen de esa carga que me pesa en el alma? ¿No sueño con que alguien me ame tanto que tome mi dolor sobre él?


[1] J. Kentenich,
Mi vida es Cristo, P. Rafael Fernández

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