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En Nagasaki aprendió la ciencia; y por el rosario, el perdón

TAKASHI NAGAI

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Enrique Chuvieco - publicado el 30/06/14 - actualizado el 12/03/24

Viviendo en Nagasaki, Takashi Nagai fue impactado por la relación entre fe y ciencia; y por la oración y el rosario, encontró la fuerza para otorgar el perdón

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Takashi Nagai había nacido en 1908 en Isumo, en el seno de una familia sintoísta de cinco hijos. A los veinte años ingresó en la facultad de medicina de Nagasaki, comenzando su camino en la ciencia.

Prisionero del materialismo

«Desde la época de mis estudios de secundaria -escribirá más tarde- me había convertido en prisionero del materialismo. (…) Sentía gran admiración por la maravillosa estructura del conjunto del cuerpo humano, por la minuciosa organización de sus más pequeñas partes. Pero aquello que estaba manejando no era más que pura materia. ¿Y el alma? Un fantasma inventado por unos impostores para engañar a la gente sencilla».

Contemplar la muerte de su madre cambió su vida y dirá de aquello que:

«Con su última y penetrante mirada, mi madre derrumbó el marco ideológico que yo había construido. Aquella mujer, que me había dado la vida y que me había educado, aquella mujer que no había tenido ni un momento de respiro en su amor por mí, me habló con toda claridad en los últimos instantes de su vida. Su mirada me decía que el espíritu del hombre sigue viviendo después de la muerte. Todo me llegaba como una intuición, una intuición que contenía el sabor de la verdad».

Inicia su conversión leyendo a Pascal

Pronto comenzó a leer a Pascal, el físico francés del siglo XVII, y quedó impactado por la relación entre fe y ciencia que mantenía, pues Pascal explicaba que a Dios se le puede encontrar mediante la fe y la oración, y aconsejaba a los no creyentes que continuaran rezando por su conversión.

Apasionado de la experimentación, Nagai se preguntó: «¿Por qué no probar esa oración en la que tanto insiste Pascal?» Tomó la decisión de buscar una familia católica que le aceptara como pensionista durante sus estudios.

En esa época lo movilizaron para ir a luchar contra los chinos en Manchuria. Acudió y volvió convulso por los terribles sucesos que vio en la guerra y por su vida desordenada. Todo esto lo llevó a la catedral de Nagasaki, donde habló con un sacerdote nipón.

Su bautismo y matrimonio católico

Aquella conversación le empujó a estudiar la Biblia en los tiempos libres de su trabajo como radiólogo. Retomó también Los Pensamientos de Pascal y quedó subyugado por la frase:

Hay suficiente luz para quienes solo desean ver, y bastante oscuridad para quienes mantienen una disposición contraria».

En ese momento decidió bautizarse y cayeron los temores de que su nueva fe lo pudiera alejar de su familia, practicante del sintoísmo.

Con el nombre de Pablo, entró en 1934 en la Iglesia y se casó dos meses después con Midori, de la familia Moriyama, a la que previamente comunicó los peligros a que los que se exponía por su profesión, ya que la protección para los rayos X era todavía endeble en aquel tiempo.

Apasionado por su profesión y por ayudar a los demás, Nagai se volcó a su trabajo y dijo:

«La labor del médico consiste en sufrir y en alegrarse con sus pacientes, en ingeniárselas para disminuir los sufrimientos como si fueran los suyos propios. Hay que simpatizar con su dolor. A fin de cuentas, no obstante, quien cura al enfermo no es el médico sino la complacencia divina. Una vez se ha comprendido eso, el diagnóstico médico engendra la oración».

Tras volver de la nueva guerra chino-japonesa, Takashi se entregó en cuerpo y alma para realizar radiografías.

Esperada enfermedad

Agotado, un día descubre marcas extrañas en sus manos. Rezó el rosario, como era habitual cuando encontraba un espacio, y se sentó derrumbado delante de una imagen de la Virgen. En esa oración volvió a recuperar la paz interior, según escribió en su diario. Sus colegas lo animaron a hacerse una radiografía y así descubrió que tenía una hipertrofia en el bazo. El diagnóstico fue: leucemia.

Él murmura: «Señor, no soy más que un siervo inútil. Protege a Midori y a nuestros dos hijos. Hágase en mí según tu voluntad».

De regreso a casa, Takashi compartió la noticia con su mujer y ambos se hincaron de rodillas para orar juntos. En medio de sollozos, el médico se llenó de remordimientos por no pensar en las consecuencias de su quehacer para su mujer e hijos.

La bomba atómica sobre Nagasaki

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Pocos días después, acogiendo uno y otra la voluntad de Dios, una explosión de luz trituró el cielo de Urakami. Eran las once horas y dos minutos del 9 de agosto de 1945; la bomba atómica había caído en el barrio norte de Nagasaki, la ciudad japonesa más católica.

En la facultad de medicina, situada a 700 metros, Nagai es catapultado al suelo con el costado acribillado de trozos de cristal.

Poco después, el caos campeó en la ciudad y comenzaron a llegar heridos al hospital, muchos arrastrándose o transportados por otros.

Muerte de su esposa

Nagai se desvivió hasta el límite de sus fuerzas: pasó 48 horas de trabajo casi ininterrumpido hasta volver a su casa. En medio de escombros, descubre los restos carbonizados de su esposa. De rodillas, reza, perdona, llora y recoge los huesos en un recipiente. Un objeto brilla en el amasijo de cascotes: ¡el rosario!

Una alegría restalla en el dolor: «Dios mío, te doy las gracias por haberle permitido morir rezando. María, Madre de los Dolores, gracias por haberla acompañado en la hora de la muerte… Jesús, Tú que llevaste la pesada cruz hasta ser crucificado, ahora acabas de esparcir una luz de paz sobre el misterio del sufrimiento y de la muerte, la de Midori y la mía».

Nagai, cuya enfermedad ya había agravado por la radiación, recibió los últimos sacramentos mientras afirmó: «Muero contento».

Pero no era la hora de Dios, pues al día siguiente, se encontraba fuera de peligro. Atribuyó su curación a la intercesión del padre Kolbe, a quien conoció antes de la guerra.

Ya reunido con sus dos hijos, emprenderá nuevamente un trabajo agotador. A ellos les dirá:

Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Os dejo estas palabras como herencia”.

Tras un trabajo ingente y la escritura de varios libros, entre ellos Campanas de Nagasaki, muerió el 1 de mayo de 1951.

Hoy es Siervo de Dios, y se espera su beatificación junto a su esposa Midori. Para conocer más la vida de Takashi Nagai, está el libro Requiem por Nagasaki, de Paul Glynn (Palabra)

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