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El silencio a la fuerza y la fuerza del silencio

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Aleteia Team - publicado el 29/06/14
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La banalidad del mal es el enemigo a vencer.

RCL les invita a leer a Pablo Brito Altamira.-

El tercer mundo no es una realidad sino una ideología

Hannah Arendt 

El silencio puede ser una tortura o un privilegio, porque hay silencios acusadores y silencios culpables, silencios que lloran y otros que desprecian.

Todo régimen totalitario pretende imponer el silencio del terror y mantener la paz de los sepulcros, pero no se inquieta demasiado cuando lo que se oye son rumores, chismes y críticas toleradas que agregan un ambiente de normalidad democrática a la dictadura y de alguna manera justifican la represión inclemente que se aplica a quienes se pasan de la raya, porque simula la existencia de un territorio libre y otro prohibido ‘por razones de Estado’ o por el ‘bien del pueblo’.

En esa dinámica, hay momentos en que el silencio puede ser más eficaz como arma que la competencia de gritos e insultos con la que la intelectualidad inofensiva pelea por su butaca en la primera fila de un espectáculo que necesita de espectadores para continuar y que prefiere los tomates podridos ( que los propios productores venden en la entrada) que la sala vacía de la indiferencia irreverente.

En cualquier caso, todo lo que se puede decir sobre las dictaduras y los dictadores se ha dicho ya y nada nuevo que se diga cambia para ellos su falta de escrúpulos y su desconexiòn con lo humano. No es con discursos que se desarma a un terrorista ni se reduce a un secuestrador que domina a su víctima y espera obtener de ella un rescate. La dinámica del poder es opuesta a la dinámica del amor, en la que el diálogo siempre es posible y deseable. Lo que sí cambia, cuando la sociedad toma plena conciencia de la condición anti-humana de la dictadura, es la relación entre los ciudadanos. La solidaridad crece y se profundiza en situaciones de catástrofe y no hay peor catástrofe que la pérdida de libertad. En la clandestinidad, la resistencia encuentra una nueva moral del apoyo mutuo y genera un nuevo lenguaje, que pasa desapercibido para el régimen y que éste percibe como silencio. Los grandes giros de la Historia se gestan en silencio y solo se manifiestan abiertamente cuando están listos para nacer.

Las sociedades sometidas a regímenes tiránicos luchan siempre por su derecho a expresarse, pero no siempre saben qué hacer cuando la expresión es inútil y los gritos de los torturados se vuelven crujir de hojarasca bajo las botas del ejército sordo y no encuentran eco en los gobiernos de los países que se consideraban aliados o de las instituciones que se esperaba reaccionaran  diligentes para frenar la masacre.

Son muchos los ejemplos que los últimos tiempos han dejado para la Historia de ese síndrome inhumano que Hannah Arendt bautizó como la ‘banalidad del mal’ y que está muy lejos de haber sido analizado a fondo. Ese comportamiento  rutinario del burócrata o del soldado que dispara cumpliendo una orden o viola y tortura porque tiene la ‘carta blanca’ para hacerlo como parte de una estrategia de crueldad inducida desde el poder, es inherente a la naturaleza misma del fascismo y del comunismo, pero no es exclusivo de ellos. Napoleón – emulando a César y a muchos antes que él – estimulaba la efectividad de sus tropas prometiendo el saqueo y la violación como recompensa y esa ‘filosofía’ de guerra se mantiene vigente en muchas acciones bélicas de los tiempos actuales. Se habla entonces de excesos ‘inevitables’ bajo condiciones de combate o de ‘daños colaterales’ que involucran a civiles inocentes y que se contabilizan fríamente y sin empacho en los pronósticos estratégicos.

De esta manera, hay que llegar a un número determinado de víctimas para que los crímenes de lesa humanidad adquieran la categoría de genocidio y años de papeleo legal, lobby y activismo incansable para que los responsables lleguen a juicio antes de que la muerte los sorprenda y se marchen de este mundo sin haber saldado sus cuentas.

Ante tan desoladora realidad, la resistencia al despotismo es una tarea que implica acción en algunos casos y reflexión en otros, clamor en muchas ocasiones y en otras el silencio que se requiere para pensar, estudiar y analizar.  Citando nuevamente a Hannah Arendt, “Bajo las condiciones de la tiranía, es más fácil actuar que pensar”  , y esto tiene una implicación decisiva en el desenlace de las rebeliones y en los reajustes de fuerzas que les suceden.

Hay que pensar y no basta romper el silencio con acusaciones, denuncias o consignas motivadoras. Mientras las palabras no se transformen en conciencia y la conciencia no haga su trabajo de ‘rehumanización’ social, por mucho que se grite y por muchas barricadas que se levanten, la sociedad no superará la tiranía.

Porque la tiranía es una enfermedad de las sociedades atrasadas en la escuela de la convivencia, en las que los individuos no toman conciencia de la colectividad de que forman parte y de los deberes que la condición humana, que es social por naturaleza, exige de todos sus integrantes.

La banalidad del mal – que forma parte de una banalización general de la vida y su significado – es el enemigo a vencer.  Para vencerlo, como sucede con todas las patologías, hay que comprender su origen y estudiar su desarrollo. No hay exámenes de laboratorio para detectar la presencia del virus, porque no se trata de un mal físico, sino espiritual. Solo el examen de conciencia es capaz de hacerlo y nadie puede practicarlo en otro más que en sí mismo.

Pablo Brito Altamira 

@Hermeticum

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