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¿Sabes lo que pasará mañana?

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© Richard West / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 28/06/14

Vivir con paz, sin miedo a la vida, porque ya le hemos entregado todo y no hay nada que perder

Vivir la vida con un sentido nos ensancha el corazón. Vivir con la alegría de saber que Jesús cuenta con nosotros y nos necesita para su plan de amor. Vivir sin miedo a lo que pueda pedirnos porque siempre será lo mejor, aunque no comprendamos nada.

Vivir con la certeza de saber que camina a nuestro lado, nos sostiene, nos alienta y nos da la fuerza para seguir luchando. Vivir confiados aunque a veces el camino parezca intransitable. Vivir con paz, sin miedo a la vida, porque ya le hemos entregado todo y no hay nada que perder.

Dios ya sabe todo lo que soñamos y entiende lo que deseamos. Conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos. Y sabe que sólo su camino nos hará plenamente felices. La enfermedad, la salud, el éxito, el fracaso, los planes propios, los de Jesús. ¿Quién es Jesús realmente en nuestra vida? ¿Qué lugar ocupa en nuestro corazón? Surgen las dudas y los miedos. Miradas y deseos.

Como Pedro al mirar a Jesús después de negarlo. Como Saulo que, caído del caballo, ya no puede ver. ¿Quién es Jesús? No lo sabemos realmente. Lo seguimos sin conocerlo. Confundidos por las prisas y los temores. Deseando acertar en el camino, con miedo a equivocarnos.

Decía el Padre José Kentenich: «Que nuestra vida se pase en esta contemplación ante el Sagrario. Cristo es la raíz que nutre todo el árbol. Que se convierta más y más en el eje de nuestra vida, para que seamos otros Cristos. Cuando se trata del corazón, no se nos exige un mínimo, sino un máximo. Jesús nos pide una actitud interior radical en extremo»[1].

Tiene que pertenecerle nuestro corazón. Sí, queremos seguirle a Él, como lo hicieron Pablo y Pedro. Aún sabiendo que seguirle siempre supone riesgos. Implica vivir de otra manera. Significa seguirle en la salud y en la enfermedad, en la escasez y en la abundancia. Amar hasta el extremo sin miedo a perderlo todo. Vivir con menos seguros y más incertidumbre. El alma tiembla.

Me gustan las palabras de Jorge Luis Borges: «Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida. Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños, si tuviera otra vez vida por delante».

Son palabras que hablan de libertad y entrega. De camino y meta. De luz y sombra. De sueños y esperanza. De libertad y pocas cadenas. De pocos planes y mucha audacia. Describen la libertad de los niños y la fe de los santos. Nos invitan a viajar livianos por la vida sin querer controlarlo todo. Y eso nos asusta.

A todos nos gusta saber cuál es la siguiente etapa. El próximo destino. La parada que nos espera. A todos nos asustan las cruces grandes y pequeñas, lo desconocido y lo incontrolable.


[1] J. Kentenich,
Mi vida es Cristo

Tags:
alma
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