Ven herejías en tantas partes que en realidad sólo se salvan ellos mismos
Siempre me han dado un poco de miedo, por amor a la Iglesia, los guardianes aficionados de la ortodoxia. Y los hay de todo pelaje.
En realidad los únicos guardianes de la ortodoxia de la fe y de las costumbres, según la vieja denominación, son los obispos, sucesores de los apóstoles. Y lo son de toda la fe, y de todas las costumbres. Luego viene Paco con “las rebajas” y resulta que de la fe nos guardamos mucho de no errar en los dogmas, y caímos fácilmente en la tentación de relativizar las cosas más importantes, como que Dios es todo ternura y misericordia. Y en cuanto a las costumbres, porque por supuesto Dios también es justo y quiere que también seamos justos todos sus hijos, no se porque razón los guardianes aficionados de la ortodoxia se rasgan las vestiduras ante los pecados de debilidad y, en cambio, muestran una manga ancha como el Canal de Suez con respecto a los pecados del bolsillo (a saber: la cuentas en paraísos fiscales, los fraudes, los negocios turbios, las especulaciones financieras y los desprecios sociales).
Entre los guardianes de la ortodoxia, aficionados porque no les corresponde en primera línea, pero entendidos por su formación académica, están algunos teólogos. Los hay que si les tiras de la lengua ven herejías en tantas partes que en realidad sólo se salvan ellos mismos, eso sí, cada un por separado, porque entre ellos mismos no se pasan ni una. La cosa merece un tal análisis entre lo frívolo y lo patológico, y nada que ver en realidad con la verdadera ciencia teológica, que esto va por modas, o como en la política, por legislaturas.
La ortodoxia así se va alternando entre el poder y la oposición. En una misma ciudad, pongamos el caso, un centro de estudios teológicos podía ser acusado de poco ortodoxo hace un año y, gracias a Dios, desde que está el Papa Francisco, se han evaporado todos los prejuicios.
En cambio, en la misma ciudad, otro centro que levantaba la bandera de la ortodoxia más exquisita, pasa a ser el gran tribunal donde todos los días se critica el magisterio del nuevo Papa. ¿Qué cosas, verdad?
Bueno, todo esto pasa, en el fondo, porque no nos terminamos de creer lo que el mismo Papa nos dice: que mejor es una Iglesia accidentada por comprometerse, que impoluta por no contaminarse. ¿Y no será que lo que nos hace falta es guardianes de la ortodoxia de la misión siempre arriesgada, de la gloria de Dios que es la vida del hombre? ¡Es sólo una pregunta!