En la primera parte del artículo, denunciaba cómo, en virtud de un supuesto derrame positivo de la actividad económica en los mercados por la celebración de un Mundial de Fútbol, no sólo el país organizador invierte grandes cantidades de recursos cuyo coste de oportunidad en términos sociales es alto, sino que además, en aras de tranquilizar las conciencias, los medios miran a otro lado, obviando e incluso tratando de compensar las noticias sobre el conflicto social y las penurias de los ciudadanos.
De acuerdo con la pregunta que realizaba al final de la primera parte del artículo, analicemos por un momento las evidencias del supuesto derrame. Con los datos de la Penn World Table de cada país en el que se ha celebrado un mundial desde 1950, calculamos el estándar de vida como el PIB real per cápita dividido por el de Estados Unidos como nivel de referencia. Para cada país consideramos los tres años anteriores y los tres posteriores al año en el que se organizaron el Mundial de fútbol. Si la teoría del derrame fuera cierta observaríamos que los países que han albergado el Mundial mostrarían una tasa de variación positiva en su estándar de vida tanto previo al acontecimiento, por las expectativas, como una vez finalizado. El cuadro habla por sí solo.
No hay una clara evidencia de que el derrame suceda de forma sistemática y, por lo tanto, en absoluto podemos albergar la esperanza de que el Mundial de Brasil dé los beneficios anunciados para paliar la difícil situación económica y social que atraviesan. Una vez finalizado el Mundial de Brasil, se debería llevar a cabo un mejor y más profundo estudios sobre la rentabilidad de las inversiones realizadas tanto en términos privados como en términos sociales, pero al menos desde una primera aproximación, la evidencia histórica no puede asegurarnos que esa supuesta y automática rentabilidad se vaya a dar.
Una vez queda invalidado el argumento del derrame como base para defender que un país como Brasil, con un alto grado de pobreza, desigualdad y conflicto social, invierta 16.500 millones de dólares, ¿qué queda? Pues poca cosa. En realidad, la imagen del cuento que daba inicio a la primera parte del presente artículo. La de una organización como la FIFA, con unos grandes hombres de negocio cuyas miradas se centran estrictamente en el beneficio propio y para los que, da la sensación, el deporte es simplemente ocasión para el desarrollo de sus intereses.
Y es que hay dos maneras de hacer una visita.
La primera es la de esos hombres de negocios en la que el anfitrión es un personaje secundario y el huésped y sus asuntos acaparan toda la atención relegando a la postre al anfitrión a simple medio para los propios fines. Esta forma de visita se centra en el egoísmo y se exculpa desde el supuesto derrame que la mano invisible del mercado acabará retribuyendo al anfitrión. El punto de mira estará persistentemente hacia el interior de los estadios de fútbol y nunca, por muchas protestas que se realicen, hacia el exterior, donde la gente expresa su dolor.
La segunda forma de visita es la entrega. Es la preocupación del huésped por las circunstancias del anfitrión. Es acoger la pobreza del anfitrión, mirarla en su profundidad y transformarla. Es esa visita de Jesús a Zaqueo cuando le comunicó “hoy me hospedaré en tu casa” Lc 19,5. Zaqueo transformó su vida a raíz de esa visita. ¡Qué gran diferencia existe entre la visita del Papa Francisco a Brasil apenas hace un año y la visita de la FIFA! El Papa Francisco sí miraba a los ojos de los anfitriones. El punto de mira no fue hacia el interior de los estadios para ignorar y camuflar la dura realidad brasileña, más bien todo lo contrario.
Dos millones de personas se dieron cita con el Papa en la Playa de Copacabana.
Claro que poco podemos esperar que la FIFA aprenda del Santo Pontífice, porque al fin y al cabo la Federación ya dispone de su estilo de ideal egoísta.
Tal como el Papa Francisco ya denunciaba en la parte final del párrafo 54 de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium “Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.”
Mientras tanto, presenciaremos una vez más cómo la FIFA impone sus intereses camuflados de interés global y las noticias seguirán desviando la atención para que el clamor de los excluidos no nos moleste, demasiado aposentados, en nuestro sofá gritando el gol de nuestra selección.
Les recomiendo que vean la excelente exposición de un humorista estadounidense.
Hoy celebramos a...