¿Sería yo tolerante si no expresara mi opinión? La tolerancia se reduciría en tal caso a una blanda permisividad
La actual idea de tolerancia se presta más para aislar a los hombres que para unirlos, facilita más un solipsismo e individualismo que un consenso en el cual todas las perspectivas ayudan a encontrar puntos en común a semejanza de los diálogos platónicos; en últimas, mantiene a la sociedad en un estado de incertidumbre.
En línea similar, Francois Marie Arouet, “Voltaire”, el mismísimo autor del Tratado sobre la Tolerancia, se preguntaba hace más de dos siglos: “¿Es que la tolerancia engendra un mal tan grande como la intolerancia? ¿Es la libertad de conciencia una calamidad tan bárbara como las hogueras de la Inquisición?” (2009 815).
El uso común de la tolerancia requiere volver a ser evaluado y analizado desde la tradición filosófica y las nuevas tendencias del pensamiento, que también logran descubrir sus contradicciones y peligros.
Así pues, es necesario reunir distintas posturas y traer al debate este tema, que tan importante se hace en la actualidad.
¿Qué entendemos por tolerancia?
Para comenzar con una definición rigurosa del término hay que distinguir las diversas formas de tolerancia, precisando su sentido:
En el plano fisiológico se emplea el verbo tolerar para indicar que algo se soporta, se aguanta, por ejemplo ante el clima o incomodidades de tal tipo.
En el plano del trato personal caben distintas formas de tolerancia, por ejemplo, un padre que pudiendo oponerse a que su hijo llegue a la madrugada al hogar se lo permite sin decirle nada.
Tal vez lo haga por tener una actitud “progresista”, por evitar problemas con él o porque confía en que su modo de actuar no le acarreará mayores peligros, son distintas formas de tolerancia pero encarnan una misma actitud de condescendencia ante un determinado acto aun cuando no se esté de acuerdo con este.
En el plano de las ideas y opiniones se trata de respetar la palabra del otro y su punto de vista sin que necesariamente se comparta.
Es de vital importancia aclarar el concepto de tolerancia, pues se puede caer en el error de pensar que tolerar implica anular todo criterio personal sobre un determinando asunto o validar las acciones de otros.
De hecho, como explica el profesor Alejandro Vigo, para hablar de tolerancia es necesario tomar partido y mantener una posición, de lo contrario se está más cerca de la indiferencia:
“Entre sujetos que no toman posición alguna, ni a favor ni en contra de la verdad y/o la falsedad de determinados contenidos proposicionales, no hay, en rigor, todavía lugar alguno para una actitud que pueda describirse como ‘tolerante’, pues la tolerancia presupone estructuralmente la divergencia en la toma de posición respecto de la verdad y/o la falsedad de los contenidos proposicionales en juego y, sobre esa base, también el distanciamiento de parte de quien tolera respecto del peculiar modo en que aquel cuya actitud es tolerada toma posición acerca de la verdad y/o la falsedad de tales contenidos proposicionales” (196).
Tolerar, entonces, no significa, como algunas agendas ideológicas han tratado de vender e imponer, no hacer juicios ni mucho menos no hacer valoraciones críticas sobre hechos, opiniones o ideas que deambulan por el mundo globalizado en el que hoy se encuentra la sociedad.
Dicho concepto de tolerancia, errado como ya se aclaró, es el “talismán” perfecto para ganar inmunidad ante las mentes de las personas y manipular con determinados esquemas de pensamiento igualmente totalitarios, intolerantes y fundamentalistas.
¿Apertura o indiferencia?
Ante las múltiples ofertas que el hombre contemporáneo se encuentra en el campo político, filosófico, religioso etc. corre el
enorme riesgo de olvidar su misión de explorador y pensar que ya no vale la pena buscar la verdad, que lo mejor es dejar a cada quien con sus ideas, en una especie de privatización del pensamiento.
Esa actitud está lejos del dinamismo de encuentro y diálogo —que buscaría una actitud tolerante— aísla al hombre apartándolo cada vez más del esfuerzo común antes descrito.
Sin embargo, el impulso investigativo de las ciencias humanas y físico-matemáticas surge de un deseo presente ya en el interior del ser humano por conocer los fundamentos de lo real:
“Toda ciencia porta un dinamismo centrado en la búsqueda de la verdad. En dicha búsqueda no se puede prescindir de los fundamentos. Esta búsqueda no es un invento sino que es una prolongación de aquella búsqueda o exploración de la verdad que se encuentra en el corazón mismo de la persona humana, a la que ya nos hemos referido.
Una buena definición del ser humano podría ser, pues, la de ‘buscador o explorador de la verdad’. La ciencia acoge esa inquietud dinámica y se lanza a la apasionante aventura de conocer la realidad” (Figari 2006 31)
Voltaire decía que la verdad es “lo que se anuncia tal como es” (2009 827), pero, para llegar a las cosas tal y como son no basta una sola perspectiva, se hace necesario confrontar distintas visiones sobre el mismo asunto.
Y la discusión, en la que los participantes confirman o revalúan sus posiciones reluce la tan buscada verdad que no anula el pensamiento individual de quienes dialogan, sino que lo complementa, lo plenifica y genera unidad.
Lamentablemente, una pobre definición de tolerancia ha querido presentar la discusión como algo agresivo y ajeno a la filosofía; se supone entonces que rebatir una determinada propuesta es signo de violencia:
“¿Sería yo tolerante si no expresara mi opinión? La tolerancia se reduciría en tal caso a una blanda permisividad carente de vigor personal. Pero ¿es tolerable semejante empobrecimiento del término tolerancia? Evidentemente no, pues está inspirado en una actitud reduccionista que nos empobrece a todos” (López Quintás 2001 22).
Así, una verdadera tolerancia se da en la medida que hay apertura a escuchar al otro, incluso cuando no está de acuerdo con la posición personal y, venciendo todo falso respeto o diplomacia se puede contrariar al interlocutor con buenas razones y argumentos, a ejemplo de Sócrates, desde la imagen que Platón expone en sus Diálogos:
“Sobre esto, Lisímaco trataré de darte el mejor consejo de que sea capaz y no dejaré de cumplir cuanto me ordenes; pero como soy el más joven y tengo menos experiencia que todos vosotros, es justo que os oiga antes y entonces daré yo mi dictamen” (Platón 65)
Sócrates no se niega a dar su opinión, pero tampoco a escuchar a quienes participan en aquella discusión sobre el valor y la educación de la juventud.
Al final del diálogo se mantienen algunas divergencias entre Sócrates y Laques pero juntos han podido esclarecer un asunto que sin discusión y sin vanidades afrontadas hubiese permanecido en tinieblas para ellos con nefastas consecuencias para Tucídides y Arístides, cuya educación es el motor del debate.
También Gadamer, en escenario moderno, presenta a un Sócrates que por medio de preguntas logra que Fred, su interlocutor, reconsidere muchas de las seguridades en las que afinca que su club de tenis es el mejor.
Es precisamente la actitud indagatoria de Sócrates la que causa molestia entre aquellos que lo condenan a la cicuta. Hubo intolerancia, pero más allá de eso hubo un deseo de manipular, frustrado por Sócrates mediante el método mayéutico.
El filósofo, sin supeditar este concepto al academicismo, es la encarnación del hombre que no renuncia a ser explorador, buscador.
Se dice actualmente que toda opinión debe ser respetada y quien afirme lo contrario es tachado de intolerante pero ¿qué pasa si lo que se dice es falso? ¿si una persona que no tiene autoridad en determinado asunto pretende sentar su posición al respecto arriesgando a quienes lo escuchan a concluir algo errado e impreciso?:
“Al hablar de algo que no me he tomado la molestia de estudiar a fondo, colaboro al mal de mi comunidad. Tal opinión mía, no resulta, por ello respetable, sino, más bien, digna de reprobación, en primer lugar, por mí mismo. No hice bien en permitirme la libertad de hablar” (López Quintás 2001 24).
Por lo anterior, lo opuesto a la tolerancia, esfuerzo común por encontrar la verdad, no es tanto la intolerancia, sino la manipulación.
“A este concepto de tolerancia como voluntad de buscar la verdad en común, se opone la manipulación, que tiende a cegar en las personas la capacidad de pensar por propia cuenta.
La tolerancia es constructiva, porque promueve el poder de iniciativa de los demás en cuanto a pensar y decidir. La manipulación es destructiva porque juega con los conceptos y las palabras, lo tergiversa todo, siembra el desconcierto entre las gentes y las priva de libertad interior.
Si queremos fomentar la actitud de tolerancia, hemos de enfrentarnos al fenómeno de la manipulación” (2001 39).
La capacidad de pensar por propia cuenta se pierde cuando, por ejemplo, son los medios de comunicación los que enseñan qué opinar sobre determinados temas.
Hoy en día oponerse a lo “políticamente correcto” que se difunde mediáticamente es visto como fanatismo, radicalidad y agresión, ya antes se comentó, pero no hay en el verdadero pensador nada de “políticamente correcto”, aunque los padres de esta seudo-ideología quieran situar esta actitud de desvinculación e indiferencia como rasgo del hombre civilizado.
Tomando en cuenta que en la actualidad “toda afirmación explícita, lógica, secuencial y coherentemente argumentada es considerada una imposición, una ofensa” (Figari,1998:18) tal vez el genial Sócrates se sentiría limitado y abrumado al ver que el lenguaje se ha convertido en un “medio de ocultamiento” que sirve más para confundir y manipular que para descubrir la verdad, mientras al mismo tiempo observa con dolor cómo en nombre de la tolerancia y la libertad de expresión del ser humano, se cometen las más terribles intolerancias y se sumerge paulatinamente en un pensamiento débil, en una adhesión débil y en un individualismo que lo priva del encuentro y el diálogo, de una búsqueda sincera y honrada de la verdad, presa de las fuerzas que buscan conducirlo a formas de pensar, sentir y actuar que atentan contra su dignidad.
Por Carlos Andrés Gómez Rodas
Fragmento de un artículo publicado por el Centro de Estudios Católicos