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¿La Copa del Mundo es nuestra? Parte (I)

César Nebot - publicado el 17/06/14

La exclusión y el descarte en el Mundial de Futbol

Una familia muy humilde que vivía en una chabola de un barrio marginal recibió una inesperada y sorprendente noticia. El padre había atendido una llamada de un importante hombre de negocios: “Dentro de tres días cenaremos en tu casa”. Un grupo de poderosos empresarios internacionales deseaban pasar una velada en su hogar. Del estupor y de la intriga, el padre poco a poco pasó a la ilusión. “No se suele disfrutar de oportunidades de este tipo” se repetía una y otra vez. A lo mejor conseguía un trabajo que le permitiera ganar lo suficiente como para alimentar a sus cinco hijos, que le permitiera salir de la miseria y plantearse un futuro. Ya no sólo su futuro sino el de sus pequeños. A lo mejor, la providencia enviaba una señal para rescatarle del pozo en el que estaba. “Para qué preguntarse porqué, la cuestión era en realidad cómo les iba a cambiar la vida esa nueva oportunidad” resolvía su mujer animada por las expectativas. 

Ambos idearon cómo adecentar la vivienda. Toda la familia se puso manos a la obra. No quedaba mucho tiempo pero todo lo que se pudiera hacer era bueno. Comprarían un televisor, sí. Tenían un viejo aparato medio roto demasiado indigno para la talla de quienes iban a visitarlos.  Pidieron prestadas cortinas y un sofá. Prohibieron a los hijos usarlo para que no lo estropeasen pues era para gente importante. Llegado el día, estuvieron preparando la cena con los mejores manjares que conocían y podía disponer. Por fin, llegó el momento. La cita esperada.

Varios vehículos de alta gama aparcaron enfrente de la vivienda y sorteando el lodazal de la calle fueron entrando cada uno de los magnates. La familia puesta en pie para recibirlos con los ojos llenos de esperanza apenas acaparó la mirada de ninguno de ellos. Entraron y se sentaron a la mesa sin apenas saludar. La madre solícita ofreció la cena y los niños, uno a uno fueron sacando los humildes platos y la bebida.  Apartaron la cena, estaban demasiado centrados en la negociación que llevaban entre ellos. Lo que se cocinaba encima de esa mesa no eran precisamente alimentos, debía ser un gran negocio porque ninguno de ellos apartaba la vista de los documentos.  La cena se enfrió y casi ni la probaron.

Al acabar, se sentaron en el sofá para ver en el televisor un partido de fútbol. Celebraron el gol de su equipo que les daba el triunfo y se marcharon sin mediar palabra. Antes de subirse a su flamante coche, uno de ellos dio las gracias al padre que no podía ni articular palabra.

Pero su hijo más pequeño, de sólo tres años, le dijo “Señor, ¿le gustaron las cortinas?” El magnate bajó la mirada sorprendido y le respondió  “Anda, y tú ¿quién eres? y ¿a qué cortinas te refieres?” Miró a su reloj y no esperó ni la respuesta. Se subió al coche y desapareció. El hijo mayor salió de la casa gritando “¡Un dólar en el sofá, se les debe haber caído del bolsillo!”

Ha arrancado el mundial de Brasil. Los medios nos inundan con noticias de este gran evento global. A todas horas vamos a tener un partido que seguir. Debates televisivos sobre alineaciones, jugadas y jugadores. Los aficionados al fútbol seguiremos con atención los resultados. No obstante, una realidad socioeconómica demasiado dura asoma entre noticia y noticia. Brasil es un hervidero de descontento social hasta el punto de verse comprometida la organización del propio mundial por las huelgas y las manifestaciones. Este descontento social se hace especialmente clamoroso ante el desembolso de 16.500 millones de dólares de dinero público en costes e inversión que ha realizado Brasil para organizar los juegos cuando el coste de oportunidad de estos recursos en términos sociales es tan alto. 

De acuerdo con las estadísticas de las Naciones Unidas, Brasil ostenta el puesto 123 de un total de 135 países en el ranking mundial de igualdad económica. La desigualdad de Brasil alcanza un índice de Gini de 54,7%, veinte puntos superior a los países Zona Euro, Grecia y España con un 34%.

En el 2012, el índice de Desarrollo Humano con un 0,73 situaba a Brasil en el puesto 85 del ranking mundial. Tomando el índice ajustado por la desigualdad, el valor es 0,531; Brasil se queda en el puesto 77 cuando el global de los países latinoamericanos ocupa el puesto 69. 

A pesar de que estos días los medios de comunicación parecen tener la consigna de dar otra imagen, la pobreza y el conflicto son temas habituales en el país.El 21,4% vive con una renta inferior al umbral de la pobreza nacional y se ocupa el puesto 31 en la tasa de homicidios. Cuando ya no hay más remedio que poner de relieve esta situación suelen compensar la noticia con los beneficios potenciales de organizar un mundial. 

Y es que en el paradigma económico neoliberal se persiste en la idea de que en el capitalismo, impulsar el crecimiento económico es la mayor garantía de desarrollo y reducción de pobreza por el efecto desbordamiento o derrame. La lógica consiste en que una vez los mercados funcionen a pleno pulmón rebosarán y derramarán suficientes excedentes para que en el mejor de los casos lo social se pueda beneficiar. Es por esto que la organización de un Mundial debería generar el suficiente negocio para beneficiar no sólo a los que disponen de capital para participar en el negocio si no también a los que no. Tal como expuse en el artículo “La salida de la crisis y los hermanos Marx” esta visión supedita lo social a los mercados sin evidencias de que el desbordamiento sea ni suficiente, ni efectivo. 

El Papa Francisco expone en el párrafo 54 en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium “…algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.”

En la segunda parte de este artículo, de acuerdo con los datos existentes, procurare poner algo de luz a la pregunta: ¿organizar un Mundial justifica estos grandes desembolsos de recursos cuyo coste de oportunidad social es tan alto por el supuesto derrame positivo que pueda provenir no sólo antes sino incluso antes de que se celebre?

En cualquier caso, de igual manera que antes de invertir en cualquier activo lo primero es conocer el precio que hay que pagar. El siguiente video nos habla del precio de la Copa de Mundo. Su autor, el periodista danés Mikkel Jensen, renunció a la intención de cubrir la Copa del Mundo para explicar el drama social que afronta el país brasileño a pocos días del comienzo del Mundial. Jensen filmó en Río de Janeiro y Fortaleza la matanza y persecución de niños que viven en la calle, ordenada por las autoridades con el supuesto fin de limpiar las ciudades antes de la invasión turística. Una vez más, y lamentablemente, esta economía de exclusión mata. 

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