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La España de Felipe VI

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Salvador Aragonés - publicado el 15/06/14
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El cambio necesario es tarea de todos, no sólo de un reyEl jueves próximo España tendrá un nuevo rey: Felipe VI. Nadie que conozca al futuro rey ha dicho que carece de preparación, de conocimiento de la realidad española, europea e internacional. Ha tocado todos los campos y le gusta el oficio de rey. Además, ha sido refrendado por las Cortes, que representan la soberanía nacional.

España ha cerrado una etapa histórica que llamamos “juancarlismo”, la democracia nacida de las cenizas de la dictadura del general Franco. La dictadura duró 40 años y 40 años ha durado el reinado de Juan Carlos.

Es opinión general y generalizada entre los españoles que hay que cambiar las reglas del juego de la democracia actual. Ahora bien, ¿quién debe hacer el cambio? Hay muchas esperanzas puestas en Felipe VI, pero él encarna una monarquía parlamentaria, por lo que la iniciativa de los cambios corresponde al Gobierno y a las Cortes.

El nuevo Rey no tendrá las facultades que tenía su padre Juan Carlos, porque éste heredaba un estado autocrático y pudo realizar muchos cambios porque la legalidad vigente entonces se lo permitía.

Felipe VI no tendrá ni mucho menos tantos poderes, sino que actuará según las reglas que le otorga la Constitución vigente de 1978 que concede al Rey el arbitraje entre las instituciones del Estado.

Por cierto se da la curiosidad de que la propuesta del entonces príncipe Juan Carlos para suceder a Franco tuvo los mismos votos en contra que el príncipe Felipe, su hijo: 19 en total. Y la votación se hizo en las Cortes nominal y en presencia de Franco.

En otras palabras, Felipe VI podrá sugerir, pero no podrá decidir lo que hay que hacer. Las elecciones europeas han sacudido profundamente al PSOE, donde han dimitido su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, y los secretarios del País Vasco y de Cataluña, Patxi López y Pere Navarro, las autonomías más históricas de España y que reclaman la secesión.

Hay partidos en ascenso precisamente en el ala radical, ya sea en los nacionalismos o  en la izquierda (Podemos). Cuando se elaboró la Constitución de 1978 no se contó con los partidos vascos, pero sí con los catalanes. Ahora los catalanes no se reconocen en esa Constitución, al tiempo que Duran Lleida deshoja la margarita de su futuro.

Los problemas a los que se enfrenta Felipe VI en la España actual son múltiples. En primer lugar un desencaje de las estructuras del Estado, desde las autonomías, al poder Judicial (muy politizado), a los partidos (transformados en aparatos de poder y no de representatividad), la corrupción y además el descontento en Cataluña y el País Vasco, que se sienten extraños en el actual Estado de las Autonomías y buscan la solución en romper con España.

Encontrará también un país con poca memoria histórica y con unos medios que buscan más el titular que la reflexión. Felipe VI empezará un nuevo régimen tras 40 años de franquismo y otros 40 de juancarlismo.

¿Será suficiente cambiar la Constitución? A mi modo de ver, será necesario pero no suficiente. Lo que está en cuestión es el modo de gestionar la cosa pública. Los comportamientos sociales éticos, transparentes y honestos no sólo deben reclamarse de quienes tienen la responsabilidad y representatividad de gobernar al pueblo, de elaborar leyes y de impartir justicia, sino que corresponde a toda la sociedad.

Hoy las organizaciones civiles se mueven por el afán de lucro y de poder, y eso no se cambia simplemente modificando la Constitución o haciendo una Constitución nueva. Esto está en la misma raíz de los comportamientos humanos que sólo se aprenden en las familias y en las escuelas, en el ambiente de trabajo, en las relaciones sociales. O sea que el cambio debe ser muy profundo y no entiende de demagogias, de discursos bien elaborados y de eslóganes mediáticos.
Sobra utopía y fanatismo en algunos.

¿Lo sabe esto Felipe VI? Sí, pero él se debe a una Constitución en la que el rey reina, pero no gobierna. Lo dicho antes supone un cambio de valores en la sociedad que tiene como centro la defensa del hombre, y el bien del hombre debe prevalecer sobre los modelos económicos y jurídicos de una sociedad.

Es la crisis actual: las sociedades occidentales no miran al hombre, al que consideran un instrumento útil, como un peldaño, para servir a los intereses de unos cuantos. Y así se rechaza a los viejos por inútiles, a los jóvenes por inmaduros y a los niños porque molestan a los padres.

Y en unas relaciones entre los pueblos donde los países ricos se comen a los pobres y los fuertes a los débiles y todo en medio de una amplia corrupción, porque los bienes materiales (el dinero y el poder) prevalecen sobre los bienes profundos y trascendentes del hombre. El cambio es tarea de todos, no sólo de un rey.

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