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La corrupción: ¿cómo la combaten los cristianos?

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Aleteia Team - publicado el 15/06/14
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El cardenal Van Thuân decía: “Cuando Jesús vio a los comerciantes ocupar el templo los sacó inmediatamente, no perdió tiempo presentando una apelación a los sumos sacerdotes…”
“Es tan fácil caer en las garras de la corrupción”… con su italiano imaginario y un poco inocente, Francisco ha impresionado una vez más. Precisamente mientras muchos miran con un desaliento que corre el riesgo de caer en la resignación, el Papa, en la misa de la mañana de este lunes 9 de junio en Santa Marta, volvió a enfrentar el tema de la corrupción, señalando con el dedo a “la política cotidiana del do ut des” para la cual “todo es negocio”.

Una conducta, dijo, que daña sobretodo a los más débiles. “¡Cuántas injusticias! ¡Cuánta gente que sufre por estas injusticias!”, exclamó Francisco al recordar que “Jesús dice: bienaventurados los que luchan contra estas injusticias”. Palabras sinceras, pero, ¿demasiado fuertes?

Dado el momento, ciertas posturas de Francisco deberían difundirse lo máximo posible. Los casos recientes de corrupción dicen que esta mala hierba no ha sido extirpada de nuestro pobre país y, más aún, que ha crecido volviéndose todavía más robusta. Sus palabras nos interpelan particularmente, considerando el momento.

Y los cristianos, ¿qué hacen para combatir la corrupción? ¡Qué pregunta ingenua!, dirán algunos.

No pensaba así un gran cardenal y un auténtico santo como el vietnamita Francisco Javier Nguyên Van Thuân, que escribió: “No sólo no se debe tolerar la corrupción, sino que es necesario prevenirla actuando a tiempo. De lo contrario se produce el desastre y todo el edificio se derrumba”.
 
“Cuanto más se tarda, más graves serán los daños. No se debe absolutamente nunca esconderla, si se tienen delante pruebas concretas –añadía-. Cuando Jesús vio a los comerciantes ocupar el Templo los sacó inmediatamente, no perdió tiempo presentando una apelación a los sumos sacerdotes. Actuando de esta manera, ciertamente atrajo el odio de alguno, pero las personas de buena voluntad lo comprendían y lo admiraban” (en La alegría de vivir la fe).

Después de haber aprendido las palabras de Francisco, fui a recuperar las de Van Thuân porque recordaba que el cardenal vietnamita había dicho, a este propósito, al pan pan y al vino vino, y porque me parecía que hubiera hecho referencia al concepto del honor de la vida, que nosotros occidentales, y nosotros italianos en particular, parece que hemos perdido completamente.

En efecto, después de buscar un poco, encontré los pasajes que buscaba. En La alegría de vivir la fe, Van Thuân cita a Juan Pablo II (en Veritatis splendor) que, a su vez, cita a Juvenal: “Considera como una infamia terrible preferir la vida al honor y para salvar tu vida perder la razón de vivir”.

He aquí: una infamia terrible es perder el honor de la vida persiguiendo el éxito, la riqueza. Pero ¿quién habla ya de honor? Parece una palabra de otro tiempo, apta para gente simplona y, digámoslo, desprovista.

En cambio, el santo cardenal no teme decir las cosas como están: “El honor de una persona se basa en la honestidad”, “Quien no tiene honor es desleal, falso con los amigos y con sus seres queridos, destructivo del ambiente familiar, genera un clima de desintegración en la sociedad y en el país”.

Un clima de desintegración. Parece precisamente el retrato de nuestra pobre Italia. Un país que continúa llamándose de tradición cristiana. Y lo dice sin siquiera tener un poco de vergüenza. 

Por Aldo Maria Valli

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