Juan Pablo II dijo ya que “esta crisis ecológica es una crisis moral”
“Nuestro modelo económico tiene muchos aspectos incompatibles con el medioambiente”, apostilla el docente universitario, pues “no podemos seguir creciendo económicamente sobre la base de que el egoísmo individual genera crecimiento colectivo”, concluye. Escritor y divulgador en conferencias y otros foros, Pablo Martínez Anguita considera que el nivel de “conciencia ecológica entre los católicos es totalmente insuficiente”. Embarcado en proyectos conservacionistas, destaca los bosques escuelas para niños y jóvenes, promovidos por al Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, principalmente porque“los niños no deben saber más sobre la naturaleza. Deben vivirla, experimentarla, disfrutarla”, remarca, recordando a la pionera ecologista Raquel Carson y El sentido del asombro.
-Acaba de exponer "Hermana Madre Tierra" en el Encuentro Madrid, ¿qué le ha llevado a implicarte en este proyecto?
La exposición muestra de algún modo nuestro itinerario personal de los dos comisarios, el matrimonio formado por mi mujer, María Ángeles, y yo. Somos una bióloga y un forestal fascinados desde siempre por la belleza de la naturaleza hasta tal punto de haber marcado nuestro camino profesional y en gran medida personal. Una cosa que siempre nos ha impresionado mucho es que en la vida uno puede ser muchos “istas” -socialista, madridista, centrista…- pero entre todos ellos ser conservacionista es diferente. Es una vocación, y por lo tanto un camino hacia la santidad, hacia la comunión con el Misterio de algún modo. La Naturaleza es por una parte el libro abierto de Dios. De ella aprendemos la grandeza, la conmoción ante la belleza, la fascinación, la paz que se puede experimentar, el recogimiento, el participar de una vida que nos es regalada en un escenario maravilloso, la vida como don y fiesta. Pero por otro, es más. Dedicarnos a la conservación, ser ecologista o conservacionista en su dimensión más profunda es más que una ideología. Es una vocación, un trabajo que por su esencial dimensión contemplativa casi es oración, contemplación, que lleva a ser consciente de ser custodios de una “custodia de su Presencia”, como decía el teólogo Von Balthasar. Esa presencia del Misterio en la naturaleza se aprecia tanto en un orden, previo que nos es dado y al cual necesitamos adherirnos para vivir en paz y con dignidad, y bello, que nos genera la conmoción que sentimos ante sus manifestaciones. La custodia de la naturaleza no es una ideología, es una adhesión a la belleza que mora en la naturaleza y al orden inscrito en ella. Es un diálogo donde esa belleza te habla al corazón, te conmueve, de modo que hasta el más niño, lo entiende sin articular palabras y solo cabe el agradecimiento como respuesta. Nosotros, por el agradecimiento a lo que hemos encontrado, queríamos compartir esta buena Noticia, que si bien se intuye en la contemplación de la naturaleza, se hace patente en Cristo resucitado, que nos enseña a través de la Iglesia que esa Belleza Misteriosa que mora en la Naturaleza es de algún modo Él mismo. La belleza es la palabra de Amor, la respuesta ante el corazón que anhela algo, que intuye pero no entiende del todo.
-Ha comentado recientemente que la Tierra tiene sus derechos, ¿podría abundar en este enfoque?
Yo creo que un derecho en su acepción más amplia debe entenderse como la limitación que algo o alguien impone sobre determinadas personas por la propia estructura de su ser. Decimos que una persona tiene derecho a su intimidad y, por lo tanto, impedimos la entrada de otro no autorizado en dicho ámbito; o que un coche tiene derecho preferente de paso para decir que el resto de vehículos debe cedérselo. Así pues, la racionalidad que exige el concepto de derecho no es algo que deba aplicarse a aquel de quien se dice que tiene un derecho, si no de las personas con la obligación a respetar la limitación que impone el derecho. Entiendo, pues, que el derecho no puede ser una prerrogativa exclusiva de los seres humanos, como sujeto de derechos (aunque por lo explicada antes si de las obligaciones que implica el derecho de otro u otra cosa). Así pues, entonces ¿de dónde surge el derecho, sea de los animales, de los hombres o de la tierra? (y no pretendo atribuir aquí derecho humanos a los no humanos, pero si la capacidad de excluir a los humanos). De su propia naturaleza, del orden intrínseco del cual están hechos. Un mono no está hecho para sufrir tratos vejatorios ni el planeta está hecho para ser destruido hasta el punto de no ser habitable por otras especies. Como estos hechos no cumplen la naturaleza del objeto (del mismo modo que un hombre no está hecho para ser golpeado), hombres, animales o el planeta en sí plantean la obligación a los seres humanos, por su capacidad racional única, que les permite entender esta naturaleza, este orden, que deben limitar las actuaciones que vulneren ese orden. A esto lo podemos llamar derechos del plantena o de los animales. Por esta misma razón, los animales tienen derechos (por ejemplo, a no ser maltratados), si bien no podemos exigirles que respeten los derechos humanos, porque no son sujetos racionales que puedan entender esta limitación.
-Antes aludía a la administración de los bienes, ¿cree que el sistema económico de libre mercado es incompatible con el medioambiente?
Tal y como lo planteamos ahora mismo tiene muchos aspectos que a mi juicio lo hacen incompatible. No podemos seguir creciendo económicamente sobre la base de que el egoísmo individual genera crecimiento colectivo. No somos seres exclusivamente competitivos y autónomos. Somos una gran familia. Mientras el libre mercado no tenga otro objetivo que fijar unas reglas para limitar el daño colectivo del interés propio, estará faltando un componente esencial del ser humano. No nos definimos solo por eso. Como ha dicho Juan Pablo II, esta crisis ecológica es una crisis moral. No podemos hacer las cosas bien con el planeta sin caridad, sin amor, por el otro, por la creación. La solidaridad es obligada. Con esto no digo que no deba haber libre mercado, pues el mercado nos hace libres y eficientes, pero las reglas no pueden ser solo cortoplacistas. La libertad de mercada funcionará a mi juicio cuando comprendamos que es la misma libertad que tengo en una familia. Debo mirar con el rabillo del ojo toda la realidad en cada decisión que tomo. Entonces la libertad de mercado será eficiente, pero justa. ¿Cómo lograrlo? Por una parte con legislaciones más restrictivas en muchos casos (porque uno contamina o destruye allí donde le dejan y si le dejan), con mecanismos de mercado bien planteados (por ejemplo, los basados en los principios de que el que contamina paga y el que limpia cobra), con acuerdos internacionales para que quienes podemos, carguemos con el peso de quienes no pueden hacerlo. Para todo ello, será necesario reconocer que uno se construye en relación al otro y a la naturaleza. En el ámbito del mercado, debemos introducir en nuestra valoración de cada hecho el bien que hacemos a los demás y a la naturaleza (las famosas externalidades humanas y ambientales en el ámbito de la economía). A nivel personal, debemos ser conscientes de los que nos rodean, de poner como juicio último el amar y ser amado como ideal de vida.
-En el sentido anterior, ¿cree que existe suficiente conciencia ecológica entre los católicos?
Los católicos en España, a diferencia de otros lugares como en Filipinas, donde sufren a diario la degradación ambiental, somos como el resto de la sociedad en nuestro nivel de conciencia; es decir, es totalmente insuficiente. En Chile, la Iglesia Católica ya ha comenzado este camino y del 22 al 24 de enero de este año algunas diócesis organizaron un Congreso Diocesano sobre Pastoral de la madre tierra, con la participación de unos mil creyentes y agentes de pastoral de sus diócesis. En nuestro país, un agravante es que sociológicamente hemos considerado que la conservación es un territorio ajeno a la Iglesia. Hemos pensado que nuestros “valores” son la vida, la familia, entre otros, pero tenemos ahí al Papa Francisco hablándonos en su misa de entronización de custodiar, junto a los mayores y a la vida humana, también la naturaleza. Éstas fueron sus primeras palabras: “La vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana: corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.”
-Ha salido en medios que el papa Francisco prepara un escrito sobre el medioambiente, ¿cómo valora la implicación de la Iglesia en este aspecto?
En Evangelii Gaudium, el Papa Francisco hizo suyo un precioso testimonio de la conferencia episcopal filipina de 1988:
“Una increíble variedad de insectos vivían en el bosque y estaban ocupados con todo tipo de tareas (…): los pájaros volaban por el aire, sus plumas brillantes y sus diferentes cantos añadían color y melodía al verde de los bosques (…). Dios quiso esta tierra para nosotros, sus criaturas especiales, pero no para que pudiéramos destruirla y convertirla en un páramo (…). Después de una sola noche de lluvia, mira hacia los ríos de marrón chocolate de tu localidad, y recuerda que se llevan la sangre viva de la tierra hacia el mar (…) ¿Cómo van a poder nadar los peces en alcantarillas como el río Pasig y tantos otros que hemos contaminado? ¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?”.
Yo creo que con esta constante referencia que ha hecho y va a hacer, según cuentan los medios de comunicación, el Papa Francisco nos está hablando de ir a la periferia donde vamos a encontrar a los pobres y a la degradación ambiental, porque precisamente son los pobres quienes la sufren en sus carnes. El Papa, como pastor, nos intenta hacer ver que abrirse a la belleza de la naturaleza es hacerlo al mundo; que abrirse a la conservación, a su custodia, implica ponerse en lugar de otros: nos lleva a la solidaridad como respuesta. Nos está mostrando a mi juicio que la custodia de la creación es el nuevo rostro de la solidaridad en el siglo XXI.
-Hace unos años creó la app sobre la naturaleza, lanscare.org, ¿cómo va ese proyecto?
Landscare es un proyecto que pretende compartir y poner en valor la belleza del paisaje a través de las nuevas tecnologías. Desde una app y un teléfono inteligente puedes comprender el paisaje y la belleza que te rodea, y contribuir a conservarla apoyando a los custodios locales de esa naturaleza. Ahora estamos comenzando en España y algún país de Latinoamérica, pero querríamos crear un movimiento global por la conservación desde LandsCare. Podría hablar horas pues es el resultado de años de investigación aplicada, pero solo diré dos cosas. La primera es que hay que verlo (www.landscar.org) y sobre todo descargarse el app en Google Play y en breve en Apple store. La segunda es que LandsCare no hubiera sido posible sin el enfoque subsidiario que he aprendido a través de la Doctrina Social de la Iglesia. La responsabilidad de conservar la naturaleza es de todos, pero quienes pueden mejor hacerlo son los que viven cerca de ella, por eso la sociedad tiene que tener vías para conocerlos, apoyarles y compartir el esfuerzo de custodiar la tierra con ellos.
-En "El sentido del asombro", Raquel Carson propone ir al campo con los niños, pues la naturaleza es un manantial de emociones. ¿Qué habría que incluir en el currículo escolar para aumentar el contacto de los colegiales con el medioambiente?
Hay una experiencia preciosa: los “bosquescuelas” que ha desarrollado la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente. Los niños no deben saber más sobre la naturaleza. Deben vivirla, experimentarla, disfrutarla. Entonces el deseo de conocer se puede abrir de par en par, como una esponja. ¿Sabían que Félix Rodríguez de la Fuente no fue al colegio hasta los 8 años? Hasta esa edad se crió escuchando a los lobos aullar. Quizá lo que sobre es currículo.