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Narnia o Colombia: ¿Fantasía o realidad?

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Centro de Estudios Católicos - publicado el 10/06/14
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Prefiero un mundo real lleno de exigencias y desafíos a la fantasía escapista
Si C.S. Lewis estuviera vivo, el pasado domingo se hubiera inquietado súbitamente por el trámite de visas de colombianos que se querían ir de un país que se está yendo -supuestamente- al abismo y del cual no quieren ser “espectadores” de los próximos cuatro años de gobierno de un par de personajes considerados poco dignos de dirigirlos.

Las redes sociales especialmente usadas por los jóvenes lanzaban su deseo de preferir un mundo utópico y de fantasía a un mundo real y de exigencias.

Ya sabemos que los walls de Facebook aguantan de todo. Son expresión de múltiples sentimientos, emociones, alegrías, odios y rencores. Pero me llamó sobremanera la atención muchas manifestaciones de desilusión, frustración, amargura y me atrevería a decir, expresiones apocalípticas sobre el futuro de Colombia. Parafraseando a la banda ochentera chilena de Los Prisioneros daban ganas de cantarles: “¿Porqué no te vas, no te vas del país?”.
 
La política es un aspecto importante de la realidad, pero no lo es todo. No explica toda la realidad ni mucho menos. Algunos pretenden darle un carácter absoluto pero van a fracasar una y mil veces porque la realidad es inmensamente más grande. La realidad la construye cada ser humano y las decisiones se toman en el interior de cada corazón, en su espíritu, y eso es insondable.
 
Primero, no seamos catastróficos. Segundo, Narnia es fantasía. Tercero hay que enfrentar la realidad y para ello hay que comprometerse con el país.
 
Colombia es un país inmensamente rico. Es un país de regiones y eso lo hace variado pero también complejo de manejar.

Pretender que alguien, un “mesías” venga a solucionar los problemas del país en cuatro años, que algún partido tenga la varita mágica que haga desaparecer las dificultades que sufrimos y nos lleve a la plena seguridad o la total prosperidad es absurdo. Antes que enfrentarse, lo que se necesita es complementariedad, ayuda mutua y solidaridad.
 
Toda empresa humana contiene luces y sombras; puntos negros, blancos y grises. No hay organización perfecta. Pretender que en la política y en los trabajos de los gobiernos no haya errores (especialmente en estructuras paquidérmicas y enrevesadas con sistemas burocráticos enfermos) es una ilusión infantil.
 
Que un pueblo o mejor dicho que cada colombiano (por lo menos el 60% parece que ya lo hizo) le entregue su responsabilidad y el control del país a una persona o a un partido político como si se esperara que ellos fueran a determinar el destino de todo, es algo que yo no puedo entender ni aceptar.

Para eso existen equilibrios de poderes, por eso hay libertad de prensa, existe libertad de pensamiento (si no piensen por qué Santos ha sido puesto en duda en su carrera reeleccionista o porque Uribe con toda la popularidad que tuvo en su momento no ganó su famoso referendo).
 
No se puede subestimar el peso en el país de innumerables instituciones que tejen el cuerpo social (algunos los llamarán sociedades intermedias) como son las juntas comunales, clubes, agremiaciones de toda índole, la Iglesia, otras confesiones religiosas, grupos que buscan de manera desinteresada el bien común y en especial la familia como institución básica de la sociedad.
 
No todos los problemas del país se enfrentan desde una realidad macro. Son importantes los tratados internacionales, las firmas de la paz, la construcción de carreteras y escuelas o la generación de mayores puestos de trabajo. Pero existe una realidad micro que es – me atrevo a decir – más importante que la anterior.
 
Esta realidad micro la compone cada familia colombiana y cada miembro de esa familia. Es en la familia donde se desarrolla el futuro de cada colombiano.

Sorprende mucho que los programas de gobierno no busquen un fortalecimiento radical de la familia como institución básica de la sociedad. Sin familia el tejido social desaparece y deviene en caos y desintegración. Estoy seguro que muchos de los problemas que padecemos –en todo orden— provienen de la crisis de la familia. Y muchas de las soluciones provendrán de su protección y fortalecimiento.
 
Concluyo. Le deseo al próximo presidente de Colombia lo mejor de los trabajos y espero que lo haga bien. Que gobierne con prudencia, sabiduría, sumando, no restando, buscando la complementariedad y no el conflicto.

El cambio de Colombia no va a venir propiamente de arriba (de los altos cargos) sino que vendrá de abajo, de cada colombiano que busque cambiar su corazón orientándolo hacia la paz, el perdón y la reconciliación. Defendamos la familia porque allí se fragua y define –como decía San Juan Pablo II— el destino de la humanidad y obviamente de Colombia.
 
Yo por lo menos prefiero un mundo real lleno de exigencias y desafíos a la fantasía escapista. Prefiero quedarme en Colombia que irme a Narnia.
 
 José Alfredo Cabrera Guerra 
 
Artículo publicado originalmente por Centro de Estudios Católicos 

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