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¿Cuánta porquería podemos tragar?

12 Years a Slave – es

© Plan B Entertainment

Alvaro Abellán - publicado el 05/06/14

En la narrativa contemporánea predomina una recreación y banalización del mal

Anoche mi mujer y yo encontramos por fin un rato para disfrutar de la última triunfadora de los Oscar: 12 años de esclavitud. Cuando llevábamos casi dos horas de película y mientras una jovencísima esclava, mano de obra barata y prostituta objeto de tortura sádica era azotada por otro esclavo amigo suyo bajo la amenaza de ser asesinado por el amo de ambos, mi mujer se levantó como un resorte y se marchó a otra habitación. 

Entre dientes, musitó algo sobre lo enfermizo que es considerar La Pasión de Mel Gibson como violenta mientras consumimos películas y series de televisión igual o más desagradables sin una contrapartida espiritual que dé sentido al mal trago del sufrimiento. Creo que tiene razón y me admira su sensibilidad moral, su capacidad para identificar una línea para lo intolerable, para el nivel de mierda moral que está dispuesta a ingerir de forma gratuita.

Hemos visto juntos muchas otras películas sobre la esclavitud. Algunas recientes y otras más antiguas. Recuerdo ahora Amacing Grace (2006), cuya calidad cinematográfica es sensiblemente menor y, sin embargo, la narración no necesita recrearse en la miseria para ponernos frente a la maldad de los hombres. Además, Amacing Grace nos pone frente a nosotros mismos, frente a la mayoría silenciosa que disfruta de los beneficios sociales de una esclavitud que permanece oculta y alejada de nosotros. Por eso esta película ejerce sobre nosotros una catarsis: nos permite reconocer en la nuestra aquella sociedad opulenta que mira hacia otro lado. Este valor sanador de la segunda película no lo obtenemos en la primera, en la que la maldad y el sadismo de los esclavistas nos seducen con la falsa impresión de que el mal está ahí fuera y no tiene que ver con nosotros.

Hace unas semanas me matriculé en un MOOC (Masive Online Open Course) llamado La tercera edad de oro de las series de televisión. Cada semana veo tres vídeos en los que diversos especialistas analizan las claves de las series estadounidenses de los últimos 20 años. Los profesores, sin entrar en las cuestiones de fondo –ni técnicas ni antropológicas– invierten mucho tiempo en describir el devenir de los personajes, la producción, los escenarios, los planteamientos morales y la crítica social presentes en las series. Me parece bien. 

Esos mismos profesores hablan de los ecos clásicos que aparecen en las series contemporáneas –la culpa de Edipo, el descenso a los infiernos de Dante…– pero me cuesta aceptar esa vinculación, porque entonces todas las historias están relacionadas entre sí, pues los grandes temas son siempre los mismos. Las diferencias entre unas historias otras son de mirada o enfoque, de valores, de las pretensiones del narrador… y si el mal es tratado por los clásicos con temor y pretensión catártica, en la narrativa contemporánea predomina una recreación y banalización del mal con pretensión espectacular, incluso narcisista, como bien han explicado mis colegas Juan Orellana y Juan Pablo Serra.

Podría dedicarme a glosar las virtudes técnicas de películas como 12 años de esclavitud, pero viendo a otros analistas hablar sin despeinarse de su encariñamiento con un asesino múltiple (Dexter), me pregunto si los académicos no deberíamos reflexionar en un plano algo más relevante para nuestra vida personal y social. 

Se habla mucho de la crítica social presente en estas producciones audiovisuales, pero yo me pregunto: series como Juego de Tronos, House of Cards o The Wire, películas como12 años de esclavitud, ¿no incrementan nuestra tolerancia frente a la superficialidad, la banalidad y el mal? ¿No tendrá que ver nuestra exposición constante a esa miseria moral que vierten sobre nosotros con nuestra laxitud hacia nosotros mismos y hacia los supuestos líderes morales y espirituales de nuestro tiempo? ¿No nos preparan estas historias para ser capaces de tragar mucha mierda sin despeinarnos, sin levantar el culo de nuestro sofá y sin atragantarnos con las palomitas?

Artículo escrito por Álvaro Abellán en su blog Dialogicalcreativity y en LaSemana.es

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