A veces pueden amargar la vida de las personasLa sobrina adoptada que dice ser hija natural; el bebé que nace a los siete meses de contraer matrimonio; el alcoholismo del padre; los fracasos laborales del hermano; el suicidio de un miembro de la familia, y la infidelidad de pareja, son algunos de los secretos que constantemente encontramos en las historias familiares.
Los secretos son invisibles, pero son tan fuertes que moldean todas las relaciones. Existen secretos que guarda toda la familia para protegerse de algo exterior, por vergüenza o miedo a ser criticada o señalada. También existen secretos que se guardan entre padres, hermanos o amigos, además de aquellos llamados “secretos a voces” que todos conocen pero de los que nadie habla.
Pero, ¿cuándo hablamos de privacidad y cuándo de secretos?
La privacidad es el derecho que tenemos como seres humanos de guardar de manera reservada y confidencial aquello que queremos proteger de cualquier intromisión.
Si esto afecta la capacidad de elección de otro, podemos caer en un secreto que perjudique a los demás, por ejemplo: ocultar a los hijos la gravedad de la enfermedad de alguno de sus progenitores va a impedir que puedan tomar decisiones como la de solucionar pendientes o pasar más tiempo con la persona, además de negarles la posibilidad de prepararse para la pérdida inminente. Con la intención de protegerlos, les estamos negando la capacidad de crecer, de enfrentarse a la vida con todo lo que esta implica.
Existen dos formas básicas de relacionarse con los secretos:
1. Vivir excluido de un secreto familiar. Esto genera desconfianza, inseguridad y puede provocar que se tomen decisiones importantes sin tener la información completa. Por más que algo se intente ocultar, siempre hay elementos que se perciben poco creíbles, y la verdad siempre sale a la luz. Aunque algunas verdades pueden ser muy dolorosas, siempre es mejor que la incertidumbre, porque nos da la oportunidad de elegir lo que haremos con lo que sabemos.
2. Vivir dentro de un secreto. Esto genera una mezcla de sentimientos, pues por una parte hay responsabilidad, angustia, poder, vergüenza y miedo, y por la otra parte hay conflictos de lealtad, intereses y necesidades personales, pues los secretos nunca admiten fórmulas sencillas.
Los secretos se pueden clasificar de acuerdo a su propósito, a la duración y el resultado en:
– Secretos placenteros. Son de corta duración y se crean para lograr una sensación agradable. Con ellos se busca algo positivo. Por ejemplo: ocultar los arreglos para una fiesta sorpresa o un viaje con el fin de realizar una visita inesperada.
– Secretos esenciales. Son duraderos y tienen que ver con aquello que nos define como persona y en nuestras relaciones. Puede ser algún temor que tenga que ver con una experiencia en la infancia o algo de la historia de los progenitores que sea poco conocido. Cuando se da en pareja, son esos secretos los que le dan intimidad y la sensación de conocer al otro mejor que nadie.
– Secretos nocivos. Son aquellos que quitan energía, promueven ansiedad, agobian a quienes los conocen y confunden a los que lo ignoran. Por ejemplo, el hijo que ante el suicidio del padre le cuenta a su familia que lo que propició la decisión de quitarse la vida fue saber que padecía una enfermedad terminal y que estaba desahuciado, justificando el acto, cuando en realidad nunca estuvo enfermo.
– Secretos peligrosos. Son aquellos que ponen en riesgo a la persona. Suelen causar temor y vergüenza, por ejemplo el maltrato, el abuso sexual o las adicciones. En estos casos tenemos la responsabilidad de impedir que se mantengan ocultos, pues el daño puede ser grave, arriesgando inclusive la integridad de las personas.
Los secretos afectan a la familia, ya que determinan las relaciones al interior y al exterior de la misma. Aquellos miembros que están enterados se unen y dejan fuera a los que no lo saben, la familias pierdan su flexibilidad y esto crea disfunción, pues solo ciertas relaciones son posibles y otras no.
Lo cierto es que aunque siempre existe la posibilidad de utilizar los secretos para “salvaguardarnos”, estos producen una sensación de atadura que paraliza, que entorpece la realidad y muchas veces nos anula toda posibilidad de una buena toma de decisiones, haciendo que independientemente de la forma en que se actúe, el resultado sea negativo, dañando la autoestima y lo más profundo de las personas que en un principio queríamos proteger.
No perdamos de vista que hablar con la verdad siempre se verá traducido en bienestar porque nos hace sentir que aunque las cosas no vayan bien, al menos siempre seremos dueños de nuestras decisiones y por lo tanto dueños de nuestras vidas.
Rosa María Rodríguez
Artículo publicado originalmente por Desde la fe