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Después de la muerte, está… nuestro hogar

Cielo y resurrección

© Luz Adriana Villa / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 18/05/14

Hay un sitio pensado para mí en el cielo, un lugar hecho a mi medida, ese hogar añorado que tanto deseo, esa tierra soñada que me espera, junto a aquellos a los que amo

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Hoy Jesús nos habla del cielo y nos dice que allí habrá muchas moradas: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy Yo, estéis también vosotros».

Jesús habla de la casa de su Padre. Nos va a preparar la casa para nosotros, adaptada a nuestra verdad. Porque Jesús es la verdad de nuestra vida. Por eso prepara un sitio para cada uno. Para que tengamos nuestro espacio. Un lugar original, adaptado a nuestra verdad.

No sobramos, somos necesarios para construir la Iglesia, para reflejar la verdad de Cristo resucitado. Tenemos algo original que aportar: «Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu».

Nos necesitamos para mostrar el rostro completo de Cristo. Nuestra piedra es fundamental. Es la piedra labrada por Cristo a partir de nuestro ser. Él trabaja sobre nuestra roca.

Como dice el Papa Francisco: «Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu». Somos piedras vivas, santuarios vivos, en los que resplandece el rostro de Dios y su misericordia.

Es bonito pensar que hay un sitio pensado para mí en el cielo, un lugar hecho a mi medida, ese hogar añorado que tanto deseo, esa tierra soñada que me espera. Junto a aquellos a los que amo. Sí, Jesús ya lo ha previsto.

No me espera en una sala inmensa, sin tomar en cuenta quién soy yo, mi verdad más íntima, mis gustos, mis sueños, mis anhelos. Lo respeta todo. Cuenta con mi historia. Jesús nos mira con amor, con misericordia, reconoce nuestra herida y prepara un lugar en el que podamos vivir eternamente.

Es bonito pensar en ello. Jesús nos espera, anhela nuestra llegada, lo tiene todo previsto. Por eso nos regala su misericordia, su amor concreto. Hoy hemos rezado en el salmo: «Que tu misericordia venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales. Ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». Sal 32, 18-19.

El cielo es ese lugar sagrado en el que todo tendrá un sentido. Allí descansaremos y tendremos paz. Allí somos esperados. Jesús estará a la puerta aguardando nuestra llegada.

Pero a veces, en el camino de la vida, tiembla nuestro corazón. Jesús hoy nos anima: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí». Sus palabras son un consuelo. Porque es verdad que nos asusta la vida. ¡Cómo saber el camino, cómo entender sus pasos, cómo seguirle siempre sin cometer errores! El corazón tiembla y se acobarda. El corazón no se fía del camino que sigue.

Jesús dice estas palabras en la última cena con sus amigos. ¡Cuánto los quiere! Sabe que su vida en este mundo ya se termina, y, como un padre, se preocupa por los suyos. Ellos están pendientes de Él. Tiembla su corazón. Tienen miedo de no poder seguir si Él ya no está. Lo han dejado todo por Él. Su vida se ha llenado de sentido. Han caminado, navegado, vivido, comido juntos. ¡Cuántos caminos recorridos!

Cada uno de ellos, en esa cena, pasaría por su corazón los mejores momentos con Jesús. ¿Cómo podrán vivir si Él se marcha? Por eso tiemblan.

Como mi corazón tiembla por miedo de perder lo más amado. Tiembla de miedo ante la incertidumbre del futuro. Tiembla de pensar en el vacío

, en la ausencia, en la pérdida de lo más querido. Jesús conoce su corazón y se conmueve.

Jesús conoce nuestro corazón. Le impresiona nuestra fragilidad. En ese momento, Él también tiembla. También le gustaría estar siempre con ellos. Lo hará. Sabe que lo necesitan pero Él necesita, al mismo tiempo, a sus amigos. Desde que los eligió por su nombre, a cada uno, no se han separado nunca. Han permanecido con Él. Juntos han llegado hasta este momento.

¡Cuánto los ama! ¡Cuántas historias juntos, cuántas anécdotas! Le conmueve pensar en lo débiles que estarán sin Él. Con Jesús ellos siempre habían sentido que no podía pasarles nada malo. Le gustaría protegerlos de todo lo difícil.

Su corazón tiembla ante la pequeñez de los suyos. Siempre es igual, Dios se conmueve ante nuestra debilidad. ¡Cuántas cosas les dice esa noche! ¡Qué poco entienden! Es esa noche en la que los gestos son más importantes, pero las palabras salen del corazón y ellos las guardan. No quiere dejar de decirles que los quiere sin medida, hasta el extremo. 

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