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¿Simplemente mandas o realmente sirves?

Clases en el ejército

© bachmont / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/05/14

Pretendemos que servimos la vida pero tal vez nos servimos más a nosotros mismos, buscamos realizar nuestros deseos, pretendemos ser reconocidos

Jesús es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas. El pastor misericordioso bueno que me va a buscar y lo deja todo por mí, que me llama dulcemente y me sube a sus hombros, que habla el lenguaje secreto de mi corazón y por eso reconozco su voz en medio de todos.

Tiene pastos y agua para nosotros, tiene vida en abundancia: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre».

Nos promete descansar en su corazón de Padre. Nos espera, nos busca, respeta. Camina a nuestro lado. Escucha, penetra en nuestro corazón. Nos va a buscar cuando nos alejamos. Es el Pastor que nos carga sobre sus hombros.

Siempre me ha gustado esa imagen. Jesús con la oveja colocada sobre los hombros. Expresión de un amor profundo. Protección en el corazón del Pastor. No recrimina, no denuncia, simplemente carga con nosotros.

Cuando buscamos otros pastos, otras puertas, otros caminos, Él no nos olvida. Sale a buscarnos, nos llama por nuestro nombre, le importamos.

Dice un poema de Luis de Góngora: «Oveja perdida, ven sobre mis hombros; que hoy no sólo tu pastor soy, sino tu pasto también. Por descubrirte mejor cuando balabas perdida, dejé en un árbol la vida, donde me subió el amor; si prendas quieres mayor, mis obras hoy te la den. Pasto al fin tuyo hecho, ¿cuál dará mayor asombro, el traerte Yo en el hombro, o traerme tú en el pecho? Prendas son de amor estrecho, que aún los más ciegos las ven. Oveja perdida, ven sobre mis hombros; que hoy no sólo tu pastor soy, sino tu pasto también».

Nos ama con locura y no quiere que nos perdamos. Esta imagen de Dios nos sana. Un Pastor que da su vida y es Padre que espera y busca a sus hijos. Un Pastor que carga con humildad, que no condena, que no nos deja.

Nos espera y nos dice que quien entre por la puerta santa, podrá entrar y salir de Él, de su amor. Entrar y no estar atado, en plena libertad: «Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará y podrá entrar y, salir, y encontrará pastos».

Ha venido para que tengamos vida en abundancia. Su puerta nos lleva a lo más sagrado de su corazón. Cristo está presente en nuestro día a día cuando le abrimos la puerta de nuestra vida y entramos por su puerta.

Sabemos muy bien que, cuando Cristo no está en nosotros, vivimos sin rumbo. Cuando Cristo no está en su Iglesia, todo se llena de vulgaridad, de luchas de poder, de envidias y desprecios.

Todo se llena de buscadores de poder, como dice el Papa Francisco: «¡Y en la Iglesia hay trepadores! Hay tantos que usan a la Iglesia (para ello), pero si (esto) te gusta, te vas al norte y haces alpinismo. ¡Es más sano! Pero no vengas a la Iglesia a trepar. Jesús reprocha a estos trepadores que buscan el poder».

Cuando Cristo no está en el centro, nosotros pasamos al centro, pensamos que el mundo debería girar a nuestro alrededor, buscamos que las cosas se hagan como nosotros queremos y pretendemos no perder nunca la comodidad de nuestra posición.

Nos gustan los puestos y los cargos. Nos gusta mandar y pastorear. Pero no lo hacemos como lo hace Jesús. Él es el buen Pastor. Es el que está dispuesto a dar la vida por sus ovejas.

Nosotros buscamos puestos pero no para dar la vida. No queremos renunciar a nuestra posición. Impresionan las luchas de poder dentro de la misma Iglesia. Impresiona el deseo de tener cargos importantes.

Cristo vino a dar su vida para que tuviéramos vida en abundancia, vida verdadera. El pastor quiere que las ovejas vivan. No quiere vivir él a costa de las ovejas

. Le importa que estén bien, vive por ello descentrado.

Como decía el Padre José Kentenich: «La educación es más bien servicio a la vida. No puedo generar vida, sólo servir a la vida»[5]. El buen Pastor es Cristo que sirve la vida que le ha sido confiada.

A veces pretendemos hacer teorías sobre cómo debería ser la vida. Inventamos en el escritorio corrientes de vida. Pensamos en el despacho planes pastorales de servicio a la vida. Creemos que los demás tienen que adaptarse a la vida que hemos pensado para ellos. Nos imaginamos lo que le haría bien al hombre.

Pero luego no nos preguntamos a qué vida servimos, a quién servimos, cómo podemos servir mejor. No nos abajamos, no dejamos nuestra cómoda posición. No pensamos en lo que el hombre necesita sino en lo que a nosotros nos parece importante.

Pretendemos que servimos la vida pero tal vez nos servimos más a nosotros mismos, buscamos realizar nuestros deseos, pretendemos ser reconocidos por nuestras grandes ideas, por nuestra creatividad.

Jesús se abajó y tocó la vida, la cargó sobre sus hombros. Pasó por uno de tantos y se hizo puerta, lugar de encuentro, pasto verdadero, fuente, río, solaz en el que descansar.

Se hizo el encontradizo, porque no buscó su posición, no quiso escalar posiciones, no pretendió el poder de los hombres. Renunció a su poder como Dios y no asumió el poder humano. Vino a servir.

Se hizo pastor, sin querer trepar a ninguna altura, sin pretender tener ninguna posición, ningún puesto, ningún poder. Porque la altura que le gusta a Dios es la altura de los hombres.

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