Incluso en el campo de la fe podemos masificarnos fácilmente, pero las ovejas también son confiadas
Las ovejas se nos presentan como un camino de vida. Pero, en realidad, no queremos ser ovejas. Nos parece que las ovejas viven masificadas, son demasiado dóciles y sumisas. Nos parece que no tienen personalidad. Que van donde van todas. Nos parecen pobres, sin gracia, sin proyección. No saben lo que quieren, sólo imitan.
Muchas de esas cosas nos parecen poco atractivas, es cierto. Pero, aunque no nos guste reconocerlo, tenemos mucho de ovejas. Hacemos muchas cosas que otros hacen. Nos falta personalidad para decir lo que pensamos y para vivir como queremos. Tapamos, disimulamos, nos ocultamos en la masa.
Incluso en el campo de la fe podemos masificarnos fácilmente, siguiendo a aquellos a quienes admiramos.
Nos portamos en la vida tal como otros esperan de nosotros. Vamos a los sitios que otros frecuentan y tenemos opiniones parecidas, para no desentonar y ser aceptados.
Nos adaptamos a la moda, en la forma de vestir, en el móvil que usamos. Hacemos lo que otros hacen, sin una previa reflexión. No decidimos ser de una determinada manera, simplemente nos dejamos llevar.
Medimos bien los pasos para no desentonar. Es cierto, muchas veces somos ovejas en este sentido de la expresión. Somos parte de una masa, de un rebaño sin personalidad.
Sin embargo, además de estos rasgos no tan atrayentes, las ovejas tienen otros rasgos más atractivos. Siempre me impresiona la docilidad de la oveja al escuchar la voz del pastor. Se fía, la reconoce. La oveja entonces se muestra filial, porque tiene un padre al que reconoce y ama.
Todos estamos llamados a ser ovejas también en estos aspectos. Necesitamos aprender a rezar, a pedirle a Dios un corazón nuevo, como hacía una persona en su oración:
«Te pido paz para no tener envidias ni celos. Te pido alegría para no ponerme triste cuando no me agradezcan o valoren lo que hago. Te pido entusiasmo para vibrar con todo. Te pido pureza para amar bien, sin dejarme llevar siempre por mis pasiones.
Te pido esperanza para creer más allá de lo que veo. Te pido fe para ver la vida traspasando de la carne. Te pido generosidad para no vivir midiendo mi entrega. Para dar sin esperar nada a cambio, para confiar más allá de las desilusiones.
Te pido paz para no querer cumplir las expectativas de todos, porque no es posible, porque no me toca. Te pido alegría para mirar con tus ojos las miserias de los hombres y creer que del barro brota la vida.
Hazme confiado y misericordioso. Sencillo y humilde. Pobre y fiel. Dócil y valiente. Sabes cuál es mi herida de amor. Que nunca me aleje de ti, Señor. Al contrario, que por mi herida, descanse siempre en ti. Y en tu herida, escuche el latido de tu corazón, su amor inmenso».
Es la oración de aquel que se abre con docilidad al querer de Dios, que reconoce en el Señor a su Padre, a su pastor.
El Señor guía nuestros pasos. Quiere que seamos ovejas fieles, dóciles, alegres, confiadas, fieles. Así queremos vivir, entregando nuestro amor en todo momento a ese pastor que nos ama.