Es una voz firme, profunda, cercana, cálida, es la voz que reconocemos porque nos llama por nuestro nombre.
Hoy queremos escuchar voz del Señor. Jesús llama a sus ovejas y ellas reconocen su voz. Dios nos habla. Sigue hablando. Nuestra vida consiste en escuchar la voz de Dios y seguir sus pasos.
Jesús camina delante de nosotros, nos espera, nos llama por nuestro nombre, nos guía. No vamos nosotros por delante. Él va delante.
Muchas veces nos da miedo saber lo que Dios quiere. Tememos que nos lo quite todo, que nos cambie los planes. Nos da miedo el futuro incierto, el campo sin límites, sin cercas. Nos da miedo confundir el camino siguiendo otras voces. Nos da miedo lo que no controlamos y sólo suponemos.
A veces nos preocupamos demasiado con la vida, en lugar de ocuparnos de lo que nos corresponde en cada momento. Como decía el Papa Francisco: «Las suposiciones son como los futuribles: siempre son tentación. Allí no está Dios, porque Él es el Señor del tiempo real, del pasado constatable y del presente discernible. En cuanto al futuro, es Señor de la Promesa que pide de nosotros confianza y abandono»[4].
Su voz nos invita a confiar y a abandonarnos. Es una voz firme, profunda, cercana, cálida. Es la voz que reconocemos, porque nos llama por nuestro nombre. La misma voz que llamó a María Magdalena, ante la puerta del sepulcro. Ella escuchó su nombre y reconoció la voz del Señor.
Jesús nos llama por nuestro nombre. Es su voz la que reconocemos. ¡Qué difícil escuchar bien! A veces no escuchamos.
La Virgen María nos enseña a reconocer la voz de Dios en nuestra vida. Nos enseña a descifrar los signos, a escuchar nuestro nombre pronunciado con infinito cariño.
María supo escuchar a Dios en el silencio de Nazaret, siendo niña. Lo escuchó en su corazón virginal. Oyó su amor, notó su presencia. Siempre habría buscado su cercanía y ahora Él estaba en su interior para siempre.
Antes habría notado su calor y tocado su rostro escondido en el alma. En la Anunciación se hizo presente en el ángel. Escuchó con nitidez la promesa. Se fió de Él, aunque no controlaba las cosas.
Parecía todo imposible, pero para Dios no hay nada imposible. Él lo puede todo. La promesa se hizo realidad. Largos caminos. Silencios indescifrables. Años de espera. Dios caminando en su corazón de Madre. Oculto y visible. Voz y silencio. Una presencia viva que parecía ausencia.
Quisiéramos aprender a escuchar su voz, a hacer silencio en nuestro interior. Él nos llama, llama a todas sus ovejas. Nos conoce, ha mirado en nuestro corazón. Sabe cuáles son nuestros miedos e inseguridades.
Conoce nuestra pobreza y se maravilla ante nuestra belleza. Su voz es una llamada de amor, un reclamo, el deseo expresado de que vivamos con Él.