¡Qué maravilla que todo exista! ¡Qué misterio que todo exista!
Me ocurrió mientras rezaba las Laudes. No sé exactamente qué es lo que lo desencadenó (o tal vez sí…), pero fue como un instante de terror, como puse en el título. Es como que se abrió debajo de mis pies un abismo infinito y me dio un vértigo tremendo.
De pronto se me maniesta la posibilidad cierta de la nada. Es decir… nada existe… ni siquiera yo. El corazón se me oprime y me dan nauseas de sólo evaluar esa posibilidad.
La posibilidad de la nada
El gran misterio es que existan las cosas que nos rodean. ¿Por qué existe todo y no existe nada? Ni siquiera me estoy planteando la existencia de Dios (no llegué a tanto de una) sino la del mundo visible: mi cuerpo, mi tierra, mi galaxia… todo lo que palpamos en el macro y microcosmos… todo lo que podemos tocar con nuestras manos o “ver” con telescopios o microscopios… todo eso existe… ¿Y si en vez de eso no existiera nada?
Me impactó la presencia del mundo a través de la posibilidad de su total ausencia…, de la nada como dominación de la realidad. Y eso me dio el típico vértigo que sufro frente a las alturas: me marea… lo que está bajo mis pies pierde estabilidad… todo se licúa y me sumerjo en la acuosa realidad de lo inconsistente…
Pero… todo existe. ¡Qué maravilla que todo exista! ¡Qué misterio que todo exista! Estamos tan acostumbrados a la existencia de las moscas que no nos maravillamos de comprobar que no son necesarias… tampoco nosotros… tampoco el sol o la lluvia.
Entonces, en un momento segundo, surge la pregunta: ¿Lo material (con su consistente degradación y futilidad) existió desde siempre o comenzó a existir en algún momento? ¿Lo material surge de lo “no-material” (espíritu) que lo trajo a la existencia y le dio su ser? Sí, el abismo de la nada nos lleva a la contemplación del todo… de la posibilidad concreta de su subsistencia… de su plenitud…
¿Terror?
Sí, terror. Es algo que se produce en tu corazón cuando te encuentras con “algo” que es absoluto. Lo “tremendo” te atemoriza y quieres salir corriendo. Porque es un fuego que te consumirá… un mar que te ahogará… un huracán que te destrozará… no queda otra que la de huir aterrorizado.
Por esto mi corazón se oprimió angustiado: la posibilidad cierta de la nada como realidad total es lo mismo que la destrucción de todo lo que yo soy… de todo lo que quiero como bueno para mí y los míos. No queda otra que asustarse y huir frente a tal poder desbaratador. Sobre eso meditábamos al hablar de las características de la experiencia religiosa.
Sí. Porque el terror experimentado es también una constatación de que el Espíritu que da existencia y consistencia a las cosas, al mundo, es tan grande que no nos necesita para existir. Él existe por si mismo y para sí mismo. Nosotros, en definitiva somos adornos porque a Él se le ha antojado llamarnos a ser (el cosmos) o a la conciencia (los humanos).
La finitud de infinidad de cosas abre así a la adoración del Único Infinito necesario del cosmos.