Tuvo el “valor de la verdad”, que para Ratzinger “es un criterio de primer orden de la santidad”“Solo a partir de su relación con Dios” se puede entender a Karol Wojtyla. Es una de las frases de la entrevista a Benedicto XVI realizada por Wlodzimierz Redzioch y contenida en el libro “Accanto a Giovanni Paolo II” (“Junto a Juan Pablo II”, publicado en Italia con ocasión de la canonización. En la larga entrevista, la primera tras la renuncia al ministerio petrino, el Papa emérito reflexiona sobre la personalidad y la espiritualidad de su Predecesor y habla de su extraordinaria relación con el Papa polaco cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
“Santo Padre, Usted debería descansar”; él respondía: “Puedo hacerlo en el cielo”. En este diálogo entre Juan Pablo II y el cardenal Joseph Ratzinger, que se remonta a la visita del Papa Wojtyla a Munich en 1980, está toda la intensidad de la relación entre dos extraordinarios servidores del Señor. Benedicto XVI recuerda que su primer verdadero encuentro con Karol Wojtyla tuvo lugar en 1978 durante el Conclave, pero ya en el Concilio Vaticano II se habían “buscado”, trabajando ambos en la Constitución Gaudium et Spes. “Percibí en seguida con fuerza – observa – la fascinación humana que emanaba y, por cómo rezaba, advertí que estaba profundamente unido a Dios”.
El relato avanza unos años a cuando, convertido en Papa, Juan Pablo II llama al cardenal alemán a estar entre sus más estrechos colaboradores como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. “La colaboración con el Santo Padre – recuerda Ratzinger – estuvo siempre caracterizada por la amistad y el afecto” y “se mantuvo” tanto en el plano oficial como en el privado. Son innumerables los encuentros entre los dos, y el Papa emérito confía que “era siempre bello, para ambos, buscar juntos la decisión justa” sobre las grandes cuestiones para la vida de la Iglesia.
El primer gran reto, revela, fue la “Teología de la liberación” que se estaba difundiendo en América Latina. La opinión común, afirma, era que “se trataba de un apoyo a los pobres”, “pero era un error”. La pobreza y los pobres, explica, “eran sin duda temas planteados por la Teología de la liberación, pero sin embargo, desde una perspectiva muy específica”. No era “cuestión de ayudas y de reformas, se decía, sino de la gran convulsión de la que debía surgir un mundo nuevo”. Por tanto, comenta Benedicto XVI, “la fe cristiana era utilizada como motor para este movimiento revolucionario, transformándola así en una fuerza de tipo político”.
A “semejante falsificación de la fe cristiana – anota – es necesario oponerse también precisamente por amor de los pobres y en pro del servicio que se les debe”. Juan Pablo II, añade, nos guió “por un lado a desenmascarar una falsa idea de liberación, por otro lado a exponer la auténtica vocación de la Iglesia a la liberación del hombre”. Otro reto, recuerda, era “el esfuerzo para llegar a una correcta comprensión del ecumenismo” y el dialogo entre las religiones y aún la relación entre la Iglesia y la ciencia.
Benedicto XVI pone el acento en la importancia de las Encíclicas de Juan Pablo II, a partir de la primera, la Redemptor hominis, en la que “ofreció su síntesis personal de la fe cristiana”. Es decir, se detiene largamente en la espiritualidad del Beato Wojtyla. Una dimensión, subraya, “caracterizada sobre todo por la intensidad de su oración, y que por tanto estaba profundamente arraigada en la celebración de la Santa Eucaristía y hecha junto a toda la Iglesia”.
El Papa emérito habla también sobre su impresión hacia la santidad de Karol Wojtyla.
“Que Juan Pablo II fuese un santo – afirma – se me fue haciendo cada vez más claro”. Explica, “ante todo hay que tener presente naturalmente su intensa relación con Dios, su estar inmerso en la comunión con el Señor”. De aquí, añade, “venía su alegría, en medio de las grandes fatigas que afrontaba, y el valor con el que asumió su tarea en un tiempo verdaderamente difícil”. Juan Pablo II, reafirma, “no pedía aplausos, ni miró jamás a su alrededor preocupado a ver cómo eran acogidas sus decisiones. El actuó a partir de su fe y de sus convicciones, y estaba dispuesto también a sufrir los golpes”. El “valor de la verdad”, prosigue, “es a mis ojos un criterio de primer orden de la santidad. Solo a partir de su relación con Dios es posible comprender también su infatigable tarea pastoral. Se entregó con una radicalidad que no puede explicarse de otra manera”.
En la última parte de la entrevista, Benedicto XVI habla del gran afecto que le unía al futuro Santo. “A menudo – confía con gran humildad – habría tenido motivos suficientes para echarme la culpa o para poner fin a mi cargo de prefecto. Y sin embargo me apoyó con una fidelidad y una bondad absolutamente incomprensibles”. El Papa emérito pone el ejemplo de la Declaración Dominus Jesus, que suscitó, en palabras de Ratzinger, “un remolino”. Juan Pablo II, subraya, defendió “inequívocamente el documento” que él aprobada “incondicionalmente”. Mi recuerdo, confía al final, está “lleno de gratitud”. “No podía – revela – y no debería intentar siquiera imitarle, pero he intentado llevar adelante su herencia y su tarea lo mejor que he podido”. Por esto, concluye, “estoy seguro de que aún hoy su bondad me acompaña y su bendición me protege”.