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Yo, Bergoglio, testigo de la santidad de Juan Pablo II

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Aleteia Team - publicado el 23/04/14
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La declaración del entonces cardenal de Buenos Aires para la causa de Beatificación y Canonización de Juan Pablo II

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“Declaro por ciencia directa, así que referiré la que fue mi experiencia personal del Siervo de Dios Juan Pablo II”. Comienza así, como recoge NewsCattoliche.it el 22 de abril, la declaración que el entonces Arzobispo de Buenos Aires, cardenal Bergoglio, hizo en calidad de testigo ocular en el proceso romano para la Causa de Beatificación y Canonización de Juan Pablo II.
 
Jorge Mario Bergoglio, entonces de 69 años, fue llamado a declarar por el tribunal de la diócesis de Roma al inicio del proceso, en otoño de 2005.
 
Su oración y su mirada
 
“Conocí personalmente a Juan Pablo II en diciembre del año en que el cardenal Martini fue nombrado arzobispo de Milán. Tengo esta referencia porque no recuerdo exactamente el año. En esa circunstancia recé el Rosario guiado por el Siervo de Dios y tuve la clara impresión de que él ‘rezaba en serio’. Un segundo encuentro directo con el Papa lo tuve en 1986-87, con ocasión del segundo viaje que hizo a Argentina, y el Nuncio quiso que encontrara al Siervo de Dios en la Nunciatura con un grupo de cristianos de varias confesiones. Tuve un breve coloquio con el Santo Padre y me impresionó particularmente esta vez su mirada, que era la de un hombre muy bueno”.
 
Escuchar y escuchar
 
“Mi tercer encuentro con Juan Pablo II lo tuve en 1994, cuando ya era obispo auxiliar de Buenos Aires y fui elegido por la Conferencia Episcopal Argentina para participar en el Sínodo de los Obispos sobre la Vida Consagrada, celebrado aquí en Roma. Tuve la alegría de comer con él junto con otro grupo de prelados. Me gustó mucho su afabilidad, cordialidad y capacidad de escuchar a cada comensal. También en los dos Sínodos sucesivos, en los que participé, tuve modo de apreciar de nuevo su gran capacidad de escucha a todos, En los coloquios personales que tuve entonces con el Siervo de Dios se me confirmó su deseo de escuchar al interlocutor sin plantear preguntas, sino quizás al final, y sobre todo demostraba claramente que no tenía prejuicio alguno.
 
Se tenía la impresión de que cuando quizás no estaba totalmente de acuerdo con lo que se le decía, el Siervo de Dios no lo daba a entender en absoluto, precisamente para que el interlocutor se sintiera a gusto; después si tenía que hacer alguna observación o preguntas para aclarar cosas, lo hacía al final”.
 
Una memoria increíble
 
“Otro aspecto que siempre me impresionó del Santo Padre era su memoria diría casi ilimitada, pues recordaba lugares, personas, situaciones en que conocía incluso durante sus viajes, signo de que prestaba la máxima atención en toda circunstancia y en particular hacia las personas que encontraba. Este es para mi un signo de verdadera y gran caridad. Además, no perdía tiempo habitualmente, sino que lo dedicaba en abundancia por ejemplo cuando recibía a los obispos. Puedo decir esto porque como arzobispo de Buenos Aires mantuve encuentros personales privados con el Siervo de Dios, y yo, siendo también un poco tímido y reservado, al menos en una ocasión, tras haberle hablado de los temas que eran objeto de esa audiencia, hice el gesto de levantarme para no hacerle perder tiempo, según mi manera de pensar, pero él me tomó por un brazo, me invitó a sentarme de nuevo y me dijo: ‘¡No! ¡No! ¡No! Quédese y siga hablando”.
 
Actitud de oración
 
“Tengo un recuerdo particular del Siervo de Dios que conservo con ocasión de la visita Ad Limina que hice con los obispos argentinos en 2002. Un día concelebramos con el Santo Padre y lo que me impactó fue su preparación a la celebración.
 
Él estaba arrodillado en su capilla privada en actitud de oración y vi que de tanto en tanto leía algo en una hoja que tenía delante y apoyaba la frente en las manos y estaba claro que rezaba con mucha intensidad por lo que yo creo que era una intención que había escrito en ese folio, después releía otra cosa en el mismo folio y retomaba la actitud de oración, así hasta que hubo terminado, y entonces se levantó para colocarse los paramentos".

 
Hombre de Dios
 
Respondiendo finalmente a las preguntas del rito respecto a la fama de santidad que cierran el interrogatorio, Bergoglio sintéticamente afirma: “No estoy al corriente de particulares dones carismáticos, de hechos sobrenaturales o fenómenos extraordinarios en el Siervo de Dios mientras estaba en vida. Mientras vivía Juan Pablo II yo siempre le he considerado un hombre de Dios, y así la mayor parte de las personas que de algún modo entraban en contacto con él”.
 
Santo Subito
 
Y concluye así: “Su muerte, como ya he dicho, fue heroica y esta percepción creo que se puede decir universal, baste pensar en la manifestación de afecto y de veneración que le reservaron los fieles y no sólo durante su muerte y su funeral. Tras su muerte, su fama de santidad fue confirmada por la decisión del Santo Padre Benedicto XVI de eliminar la espera de los 5 años prescrita por las normas canónicas, permitiendo el comienzo inmediato de su causa de Canonización. Otro signo es la continua peregrinación a su tumba de gente de toda clase y de todas las religiones”.
 

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