Testimonio de una joven religiosa polaca
Desde que era pequeña mis padres me recordaban que me bautizaron el día de la inauguración del pontificado de Juan Pablo II (22 de octubre 1978) y que tenían prisa porque la solemne Eucaristía todos la querían ver en la transmisión televisiva. Por eso esta fecha la llevo muy grabada en mi corazón y la recuerdo con mucho cariño: algo nuevo brotó en mí y para mí.
Recuerdo muchos momentos de mi infancia cuando mi madre me leía los artículos en la prensa relacionados con las actividades de Juan Pablo II; seguíamos con toda familia sus enseñanzas durante sus viajes apostólicos y la oración dominical del “Ángelus” que facilitaban los medios de comunicación en Polonia.
En ocasión del 25º aniversario del pontificado, en una carta conté al Papa mi convicción de que en la Iglesia hacemos el camino juntos, su pontificado “me acompaña”: indudablemente, la comunidad eclesial sigue el camino de la fe que compromete y empuja para evangelizar con fidelidad creativa.
La Pascua me lo hace recordar y revivir cada año a través de la renovación de las promesas bautismales (Vigilia Pascual) y de mi consagración religiosa en el Carmelo Misionero.
Estuve presente en la plaza de San Pedro la noche del paso de Juan Pablo II a la casa del Padre, tuve la ocasión de participar en los funerales del Pontífice y desde hace un año viviendo en Cracovia puedo decir que realmente hay personas y lugares "marcados" de alguna manera por el paso del cardenal Wojtyla, Papa Juan Pablo II.
Ojalá su canonización sea para cada creyente, cada hombre y mujer de buena voluntad, una llamada a abrir de par en par las puertas a Cristo, a no tener miedo en construir la paz y la justicia, el bien y la fraternidad, su Reino entre nosotros.
Por Barbara Podgórska, carmelita misionera, nacida en Wrocław (Polonia), colaboradora en la pastoral juvenil y de adultos en lengua española, y en la sección de voluntariado para JMJ 2016.