El único centro de toxicómanos del mundo donde un 85% se cura.
A veces corremos el peligro de creer que el mundo no tiene ningún arreglo, o lo que es peor, que el único arreglo tiene que venir del poder político, de las organizaciones sociales, de la estructura social.
Por su puesto que a esos esqueletos hay que darles un alma, y que el alma de una sociedad los necesita, que la política -en su sentido más amplio, de proyección pública de la sociedad- es el ámbito de la más perfecta caridad. Pero al final, sólo los milagros del amor, que son de Dios pero siempre con la connivencia y colaboración humana, los que pueden arreglar el mundo. Te cuento una experiencia:
Conocí a Ana en Brasil, en las Fazendas de la Esperanza. El único centro de recuperación de toxicómanos del mundo donde un 85% se cura. El Papa Benedicto XVI estaba allí, porque en su viaje para clausurar la Asamblea General de los obispos iberoamericanos en Aparecida, quiso conocer las Fazendas, sabiendo que el Padre Hanss, un franciscano misionero alemán, había ideado un modo de sacar a los drogadictos de su infierno: el de crear con ellos comunidades en las que se vive el Evangelio.
Ana, que jamás conoció a sus padres, entró en el mundo de la droga como camello, para poder comer. Luego se hizo heroinómana, y más tarde, asesina por encargo para ajustar las cuentas de sus proveedores de la droga. Y llegó todo esto sin alcanzar la mayoría de edad.
Juzgada por un tribunal de justicia para menores, fue “condenada” a un largo proceso de rehabilitación, y alguien convenció al juez que sólo en las Fazendas podría salir de su infierno. Y así fue.
Ya rehabilitada, y mayor de edad, la propusieron ir a vivir a la otra punta del país. Pero ella había aprendido en las Fazendas algo más que como curarse. Había decidido, y así nos lo contó, volver a su ciudad natal, y una por una, ir a ver a las familias de sus víctimas, para pedirles perdón, a sabiendas de que ese paso pondría en peligro su vida.
Pero si algo había descubierto en las Fazendas de la Esperanza es que el amor es la fuerte que la muerte. Ella ya había muerto, y Cristo la había devuelto a la vida. El domingo pasado oíamos el relato de la resurrección de Lázaro. Pues bien, para Ana es exactamente el relato de su propia historia.