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Cuatro cosas de los católicos que – es verdad – escandalizan a los que no creen

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Brantly Millegan - publicado el 09/04/14
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Necesitamos otra reforma católica
“Muchos católicos no conocen la Biblia”, “muchos católicos usan anticonceptivos”, “la religión de muchos católicos está muerta”, etc.

No hay nada nuevo e impactante acerca de estas y otras críticas similares, especialmente si has pasado algún tiempo defendiendo la fe católica en Internet o en otro lado.

Pero igualmente me entristecen, por al menos una razón importante: son absolutamente, innegablemente y escandalosamente verdad.

Y se lo pone fácil a los no católicos para abandonar la fe católica que necesitan para su salvación.

Sí, nosotros los católicos somos pecadores como cualquier otra persona, y el nominalismo contagia a cualquier religión.

Pero podemos hacerlo mejor. Tenemos la plenitud del Evangelio de Jesucristo y el acceso completo a su gracia infinita. Deberíamos ajustarnos a un estándar más alto.

Ahora, es importante observar que ninguno de los problemas que enumero aquí son inherentes al catolicismo en sí mismo, pero provienen de católicos que no viven su propia fe. Más aún, ninguno de estos problemas es aplicable a todos los católicos, por lo menos no de manera significativa. Sin embargo, todas estas cosas son aplicables a suficientes católicos que causan escándalo a los no católicos, dándoles razones fáciles para no tomarse el catolicismo seriamente.

Tampoco pretendo no ser parte del problema. Lo soy. Pero me gustaría también ser parte de la solución. Por lo tanto, aquí hay cuatro cosas que nosotros católicos desafortunadamente hacemos y escandalizan con justa razón a los no católicos y que necesitamos mejorar para ofrecer mejor el Evangelio al mundo.

1. No hablar suficiente sobre Jesús

Se le representa en la cruz al centro de la mayoría de iglesias católicas, es su Evangelio lo que estamos encargados de llevar a los confines de la tierra, y está misteriosamente presente en el altar cada misa. Jesús es absolutamente el centro de la fe católica, el inicio y el final de todo.

Al menos se supone que lo es.

Este problema es enorme y puede ser exagerado. Incluso entre los fieles católicos, a veces parece que podemos pasar mucho tiempo hablando sobre la Iglesia, el clero, el Papa, la misa, las enseñanzas morales, los sacramentos, y sí, María y los santos – todas cosas importantes – pero difícilmente mencionar a Jesús.

Sí, lo digo: los cristianos evangélicos a veces tienen un punto a su favor cuando dicen que todas estas cosas pueden ser una distracción. Y tienen razón de escandalizarse por ello.

Por supuesto, la solución no es tirar al bebé con el agua de la bañera, reaccionando al otro extremo y estableciendo una especie de minimalismo, sino tener un orden apropiado de las cosas. Los católicos deben seguir la enseñanza de su Iglesia y poner a Jesús por encima de todo, pues Él es Dios encarnado y el único que puede salvarnos. Todo lo demás sólo está para ayudar a acercarnos a Él y debe ser considerado como tal.

2. No conocer las Escrituras

“La ignorancia de las Escrituras es la ignorancia de Cristo”

Esta no es la cita de un predicador fundamentalista de la Biblia, sino del santo y doctor de la Iglesia del siglo IV, Jerónimo. También está citado en la Dei Verbum, la Constitución Dogmática de la Revelación Divina promulgada por el Concilio Vaticano II en 1965.

Parece, entonces, que muchos católicos son ignorantes respecto a Cristo.

La Iglesia Católica está de acuerdo con nuestros hermanos y hermanas protestantes en que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada e inapelable en todo lo que predica.

Es la vía principal por la que aprendemos sobre Cristo y el camino de la salvación.

Nosotros los católicos tenemos la Biblia y se nos anima a conocerla, pero la mayoría de nosotros no la conoce.

3. Disentir de la enseñanza de la Iglesia 

Esto puede parecer contradictorio, pero se refiere especialmente a aquellas enseñanzas con las que otros cristianos o no cristianos no están de acuerdo.

¿Por qué deberían tomar la enseñanza católica en serio cuando parece que ni los católicos mismos lo hacen?

Y aunque soy un laico, también ofrezco humildemente este pensamiento, ya que muchos protestantes me han expresado esto: es duro para algunos no católicos tomar seriamente la supuesta autoridad de los obispos (un aspecto esencial del catolicismo) cuando parece que ellos permiten mucha discrepancia.

Cuando hablo con mis amigos evangélicos sobre la fe, puedo señalar toda la confusión y desunión que la sola scriptura causa a los protestantes y luego mostrar que el magisterio católico ofrece la solución – al menos en principio. Da la impresión que nuestros obispos a menudo permiten mucho desacuerdo, confusión, y desunión sobre temas importantes, mientras los protestantes tienen sola scriptura. ¿Por qué es bueno un obispo, dicen, si en realidad no protege la fe y mantiene una apariencia de orden? Esto puede fácilmente hacer que los protestantes descarten la necesidad del Magisterium, alegando que lo que tienen los católicos realmente no es mejor que ellos.

4. No vivir la enseñanza de la Iglesia

Este es similar al número tres, y se reduce a esto: A nadie le atrae la hipocresía.

Este mensaje no tiene gran importancia, pero nosotros católicos siempre podemos usar este recordatorio. Sí, todos pecamos, y nadie es perfecto no importa de qué religión sea. Pero, ¿lo estamos siquiera intentando? ¿Nuestra fe hace alguna diferencia?

Es un eufemismo decir que la Iglesia tiene posturas morales contraculturales. Pero su testimonio se reduce enormemente cuando parece que nosotros católicos no estemos intentando vivirlas. No inspira a los no católicos a elevarse a la heroica virtud requerida por las enseñanzas de la Iglesia cuando los católicos no parece que lo intenten.

Necesitamos una reforma

No es mi intención hacer que la gente se quede sólo en la Iglesia en sí misma. La Iglesia es la Iglesia de Cristo, independientemente de la fidelidad (o falta de ella) de sus miembros en un determinado momento. Y existen fieles católicos que están haciendo muchas cosas maravillosas.

Pero necesitamos una reforma. No un cisma, sino una reforma verdadera, del estilo de aquella moldeada por los santos en la que podamos renovar nuestra dedicación a la fe católica. Es entonces que podemos, de manera efectiva, cumplir el mandamiento de Cristo, y el primer propósito de la existencia de la Iglesia: llevar el Evangelio de la salvación al mundo entero.
 
 

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