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Qué grande es la vida, más allá de dificultades físicas o psicológicas

Sochi : France’s Patrice Barattero (PSL) competes in the Men’s Snowboard Standing – es

AFP PHOTO/KIRILL KUDRYAVTSEV

RUSSIAN FEDERATION, Sochi : France's Patrice Barattero (PSL) competes in the Men's Snowboard Standing during the XI Paralympic Olympic games at the Rosa Khutor Alpine Center, near Sochi, on March 14, 2014. AFP PHOTO/KIRILL KUDRYAVTSEV

Alvaro Real - publicado el 01/04/14

Monseñor Mario Iceta, obispo de Bilbao, ofrece un alegato en favor de la cultura de la vida

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El nuevo presidente de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Mario Iceta, pasó por los micrófonos de El Espejo de la Cadena COPE para hablar de la cultura de la vida y de cómo “en los últimos decenios asistimos a un oscurecimiento de lo que es el bien de toda vida humana”.

Para el obispo de Bilbao, “la raíz de este eclipse está en las corrientes materialistas, hedonistas e individualistas que acaban por eclipsar el reconocer el bien que toda vida humana es para cada uno de nosotros”, y puso como ejemplo para reconocer la dignidad de la vida lo vivido durante las paralimpiadas en Sochi: “Cuando vemos esquiar a una persona con una sola pierna, o a personas que no pueden ver…¡Qué grande es la vida humana que va mucho más allá de esos condicionamientos o dificultades de aspectos físicos o psicológicos!”.

Para monseñor Mario Iceta, es necesaria una conversión de los corazones y una legislación que proteja y tutele la vida humana: “las dos cosas tienen que ir acompasadas: una conversión del corazón, esa capacidad de percibir el bien de toda humana y evidentemente una legislación que nos haga más humanos”.

El beato Juan Pablo II acuñó el término “Cultura de la Vida” para subrayar la necesidad de llevar las convicciones ProVida a cada aspecto de la vida y de la sociedad. ¿Qué es la cultura de la vida?

Asistimos en los últimos decenios a un oscurecimiento de lo que es el bien de toda vida humana. Siempre la vida humana se ha visto como un bien, como un don, pero últimamente, debido a muchos tipos de ideologías, esa concepción de la vida como un bien se ha ido oscureciendo, también en la medida en que en la sociedad a veces cala una mentalidad hedonista, una mentalidad individualista.

El Santo Padre, ahora beato, Juan Pablo II contraponía la cultura de la muerte a la cultura de la vida. La cultura de la vida es percibir, ser capaz de ver en el rostro de toda persona humana el bien infinito que significa para nosotros, y extender un modo de tratar esta vida de un modo social, y acrecentar, cuidar y velar la vida. 

¿Si la vida no es un bien, entonces qué es un bien?

El problema es cuando el bien no se concibe como una realidad que sirve para la comunión interpresonal, para el bien de las personas. El entregar la vida y dar la vida es un elemento esencial para alcanzar la plenitud humana.

El problema es cuando percibimos el bien simplemente con aspectos muy parciales y muy pequeños de la vida. Para algunos, el bien es simplemente pasarlo bien, o el bienestar o el placer, y es una concepción realmente pequeña de la vida.

Para esta concepción, cuando una vida puede ser, por decirlo de algún modo, una amenaza para mi bienestar, o una molestia para mi bienestar prefiero que esa vida no exista. La raíz de este eclipse está en las corrientes materialistas, hedonistas e individualistas que acaban por eclipsar el reconocer el bien que toda vida humana es para cada uno de nosotros. 

¿La cultura de la vida es para siempre, en cualquier etapa y en toda circunstancia?

Ciertamente. Recuerdo que en mis primeros años de incursión en la bioética había un autor que decía que cuando hablamos de la dignidad de la persona humana hablamos de conceptos redundantes: la vida humana en sí siempre es digna.

La vida humana tiene una dignidad infinita porque es un don, es un reflejo de quien es Dios, es un rostro que lleva impresa la imagen de Dios y siempre para nosotros es un don y es un regalo, no es un derecho ni es un bien utilitario, no es una posesión sino un don inmerecido e infinito.

No puede existir el depende…

Mucho más allá de las condiciones físicas o psicológicas, la vida humana siempre se percibe como este bien. Estos días hemos asistido a los Juegos Olímpicos de Invierno y hemos visto a hombres y mujeres jóvenes haciendo maravillas, pero después han venido las paralimpiadas y hemos visto a personas con discapacidades, cómo son capaces también de mostrar que esas discapacidades, esas limitaciones físicas o psicológicas no sólo no eclipsan sino que engrandecen lo que es el ser humano.

Cuando vemos esquiar a una persona con una sola pierna, o personas que no pueden ver…¡Qué grande es la vida humana que va mucho más allá de esos condicionamientos o dificultades de aspectos físicos o psicológicos!

¿Para la cultura de la vida, qué es más importante entonces, legislar a favor de la vida o transformar los corazones con estas imágenes, por ejemplo de las paralimpiadas? 

Una cosa no quita la otra. Es necesaria la tranformación del corazón, la apertura del corazón. Esta mentalidad hedonista, utilitarista, individualista, termina por replegar el corazón de la persona en sí mismo y en el fondo la hace infeliz. Hoy también vemos que muchas veces el poseer y el tener no da la felicidad. Esto lleva a una clausura del corazón y necesitamos abrirlo.

También es necesaria una legislación que no sólo tolere la vida humana, sino que la proteja, la promueva, la tutele, la impulse hacia el bien superior. Por tanto las dos cosas tienen que ir acompasadas: una conversión del corazón, esa capacidad de percibir el bien de toda humana, y evidentemente una legislación que nos haga más humanos.

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