El Estado liberal garantiza formalmente la libertad religiosa, pero al mismo tiempo va minando la creencia y la práctica
Una de las ironías de ser católico en Estados Unidos es que, cuando el Estado liberal está empezando a demostrar el insostenible relativismo filosófico y moral que está incrustado en su propia esencia, los católicos fieles que desean denunciar este hecho son criticados, a veces con términos ácidos, por los católicos liberales que prefieren fingir que las cosas van muy bien.
Peor aún: cuando los católicos críticos con el Estado liberal presentan las enseñanzas de la Iglesia como perspectiva de análisis y posible fuente de visiones alternativas, la propia Iglesia es atacada por estos mismos liberales, como la fórmula recientemente acuñada que dice "catolicismo menos Iluminismo es igual a Inquisición".
Este fenómeno prueba la verdad de la observación de Alasdair MacIntyre: "Los debates contemporáneos dentro de los sistemas políticos modernos son casi exclusivamente entre liberales conservadores, liberales-liberales y liberales radicales. Hay poco espacio, en estos sistemas, para la crítica del sistema en sí, o sea, para cuestionar el propio liberalismo".
De hecho, cuando se critica el Estado liberal, se levanta todo tipo de réplica, incluyendo himnos a las virtudes de los fundadores de los Estados Unidos. Raramente los defensores del castillo liberal permitirán que la batalla se lleve a su lado del foso, incluso cuando sus soldados están cerrando el portón y ocupados levantando el puente levadizo.
Un amigo mío observó, una vez, que los ateos brasileños tienen más sensibilidad católica que la mayoría de los fieles católicos norteamericanos. Yo creo que eso es verdad y que se debe a los dos siglos en que la Iglesia de EE.UU. se ha sumergido en el ácido del relativismo, del materialismo y del secularismo.
El Estado liberal ha optado por jugar un partido largo, permitiendo la libertad religiosa, lo que es algo bueno, pero al mismo tiempo, estructurando los términos de esa libertad religiosa de tal manera que, con el paso de las generaciones, la fe se ha debilitado tanto que ya no tiene importancia. Es lo que estamos viviendo hoy. Y es por eso que la defensa de más liberalismo, o sea, de una aplicación más intensa de los principios liberales como forma de frenar las agresiones del Estado liberal es más o menos como recetar una dosis extra de sobremesa como tratamiento para la obesidad.
En su libro Subversive Ortodoxy [Ortodoxia subversiva], el profesor Robert Inchausti, de CalTech, recoge el discurso del economista E. F. Schumacher, autor del ya clásico Small is Beautiful: Economics As If People Mattered [Lo pequeño es hermoso: economía como si las personas importasen]:
"En un discurso de 1957, titulado La insuficiencia del liberalismo’ Schumacher argumentó que había tres estadios en el desarrollo humano: el primero fue la religiosidad primitiva; el segundo fue el realismo científico. El tercero, en el que estamos entrando, es la percepción de que existe algo más allá de lo factual y de lo científico.
El problema, explicó, es que el primer y el tercer estadio parecen lo mismo para quien está en el segundo estadio. En consecuencia, quien está en el tercer estadio es visto como alguien que recae en el pensamiento mágico, cuando, en realidad, está superando limitaciones del racionalismo. ‘Solo quien ya ha pasado por el segundo estadio’, argumenta, ‘puede entender la diferencia entre los estadios uno y tres’”.
Pues bien, este es el contexto del debate: ¿podrá quien se encuentre en el segundo estadio liberarse de las lealtades de partido, ideológicas y nacionalistas que le asaltan y enfrentarse honradamente a las contradicciones inherentes al Estado liberal, que formalmente garantiza la libertad religiosa, pero al mismo tiempo, va minando la creencia y la práctica?
De la misma forma, ¿podrán los que están en el tercer estadio, que ya se han librado del apego reflexivo al liberalismo, describir en términos positivos el tipo de polis que construirían como alternativa humana y tolerante, teniendo en cuenta las auténticas enseñanzas de la Iglesia y las lecciones aprendidas en la transición del primero al segundo estadio?
Guste o no, la historia obligará a ambos campos a responder en breve a esas preguntas. El poeta William Butler Yeats escribió en su comentario sobre La Segunda Venida: “El fin de una era, que siempre recibe la revelación del carácter de la próxima era, es representado por la llegada de un cambio a su lugar de mayor expansión y de otro a su lugar de mayor contracción… La revelación asumirá su carácter a partir del movimiento contrario al giro anterior…". Y los giros van hoy a ritmo alucinante.
Mira a tu alrededor: el liberalismo triunfa en Occidente. Las grandes y prósperas poblaciones religiosas que heredó de la era medieval fueron trituradas por tres siglos de nacionalismo, materialismo, racionalismo y secularismo.
Hoy, la dictadura del relativismo se vuelve directamente contra lo que queda del cristianismo en el Occidente liberal. Podemos optar por luchar con acciones de retaguardia contra el momentum de los tempos, y es valiente, pero, si lo hacemos con las armas y tácticas del enemigo, ya hemos sucumbido. Reconocer esto no es rendirse. Es ser sobrio.
Lo que deberíamos estar haciendo es "construir una nueva civilización encima de la antigua", lo que el beato papa Juan Pablo II llamó "civilización del amor".
Contrariamente a las afirmaciones histéricas de los católicos liberales, esta tarea no implica la implantación de un estado confesional ni la restauración de una monarquía católica.
Para nosotros, construir una nueva civilización sobre la antigua significa desafiar al espíritu burgués de esta época, con sus ídolos mezquinos y sus lealtades divididas. Significa vernos a nosotros mismos como católicos. Significa hacer de las obras corporales y espirituales de misericordia nuestro patrón de vida diaria, en vez de adherirnos al vigente ethos corporativista. Significa imitar a los primeros cristianos, que "se dedicaron a la enseñanza de los apóstoles y a la comunión fraterna, a partir el pan y a orar". Y, sí, puede implicar también el rechazo de toda liberalidad del gobierno, como la exención de impuestos, así como la oposición a las guerras injustas del Estado y el acto de desafiar las órdenes que prohíben esto o mandan aquello.
¿Será que este tipo de testimonio atraerá desprecio y tal vez persecución? Sí, está claro, pero ¿desde cuando ser cristiano significa estar libre de estas cosas?
“Queridos míos, no os extrañéis de la violencia que se ha desatado contra vosotros para poneros a prueba, como si os sucediera algo extraordinario. Alegraos en la medida en que podáis compartir los sufrimientos de Cristo. Así, cuando se manifieste su gloria, vosotros también desbordaréis de gozo y de alegría. Felices si sois ultrajados por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros” (1 Pe 4,12-14).
La idea de que la libertad es algo concedido o negado por lo que la Sierva de Dios Dorothy Day llama la "Santa Madre Estado" es una tontería. Siempre seremos libres para seguir a Cristo y a su Iglesia, independientemente de lo que ese tribunal o aquel presidente digan.
Ciertamente, nadie en su conciencia espera una prueba de fuego, pero los mártires no ofrecieron nada al César para salvarse de la prueba. "Haz lo que quieras", respondió san Justino Mártir, "porque somos cristianos y no ofreceremos sacrificios a los ídolos".