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Adolfo Suárez (1932-2014): testimonio de concordia y entrega

Adolfo Suarez – es

© STR / AFP

SPAIN, Madrid : Spain's former Prime Minister Adolfo Suarez (R) and his wife Amparo cast their vote for a national referendum to approve the Political Reform Act of 1977 on December 15, 1976 in Madrid. The former prime minister who led post-Franco Spain to democracy, 81-year-old Adolfo Suarez, is gravely ill in a Madrid hospital and may not survive the weekend, his son said on March 21, 2014. Suarez, Spain's first prime minister after the death of General Francisco Franco in 1975, has suffered from Alzheimer's for the past decade. AFP PHOTO

María Angeles Corpas - Pablo Jesús Carrión Sánchez - publicado el 27/03/14

El reconocimiento popular refleja lo esencial de su legado: la reconciliación nacional y sus valores hondamente cristianos

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Adolfo Suárez fue, junto al rey Juan Carlos, protagonista clave de la transición española. Figura singular de nuestra historia reciente, mezcla de elementos heroicos y trágicos, elevada a símbolo. Un valiente erguido el 23 de febrero. Un hombre herido reiteradamente por la tragedia familiar, que perdería la memoria, pero no la sonrisa. Los años, la crisis del orden de 1978, contribuirían a rescatar una personalidad, primero denostada, luego olvidada.


1. Un líder inesperado (1976-1977)

Ante la desaparición de Suárez, acuden a nuestro recuerdo muchas imágenes de su vida, que es a su vez memoria colectiva. Un forjador de las libertades en 1977. Un político cuya ambición era servicio, capaz de anteponer los intereses nacionales a los propios y de dimitir, cercado por propios y extraños.

La muerte de Franco abrió en 1975 un período cargado de incertidumbre y esperanza. El agotamiento del modelo autoritario, la intensa transformación social y económica experimentada en los años previos, el ambiente europeo y la presión opositora demandaban un giro político.

La mayoría social deseaba, y también temía, el cambio. Palpitaban muchas incógnitas. La oposición antifranquista propugnaba una ruptura con el pasado reciente, con un orden nacido de la Guerra Civil.

Dentro del régimen, los intentos de abrir espacios de libertad, de crear tímidas asociaciones políticas fue ahogado. El llamado espíritu del 12 de febrero chocaba con sectores conservadores, dispuestos a perpetuar el franquismo más allá de la vida del general.

En esta convulsión de los últimos días de 1975, don Juan Carlos heredaba la jefatura del Estado y unos amplios poderes. En teoría semejantes a los de Franco, pero en la práctica sometidos a una gran desconfianza en los sectores de oposición, en los continuistas y también en la escena internacional.

Su vocación democrática, en sintonía con la histórica homilía del cardenal Tarancón, tropezó con muy diversos obstáculos. El principal, la inoperancia y falta de voluntad política del gobierno de Arias Navarro. Era el mismo modelo del final de la dictadura, con sus luchas estériles entre conservadores y aperturistas.

La violencia política creciente amenazaba con desestabilizar un país largamente atemorizado. Gravitaba la idea franquista de que sólo era viable para España un orden autoritario, cuya alternativa era el caos.

Así que el rey, con unas declaraciones a Newsweek en Estados Unidos, precipitó la dimisión de Arias. En julio de 1976, el Rey había de tomar una decisión transcendente: elegir al gestor de la democratización de España, tan necesaria, tan difícil.

No fue una figura relevante del aperturismo, ningún líder natural de la derecha reformista. No sería Manuel Fraga, ni Fernando Suárez, ni José María de Areilza, ni Muñoz Silva.

El elegido fue un joven abulense de gran ambición y potencial, pero poca experiencia, que había ocupado diversos cargos menores (gobernador civil de Segovia o director de TVE). Lo más llamativo era su posición como ministro secretario general del movimiento.

Pocos veían en él al político que en meses disolvería el partido único y que conduciría a la democratización real. Parecía un “inmenso error”, un gesto continuista. Lo que sucedió en pocos meses hasta diciembre de 1978 fue sorprendente. Fue un proceso eficaz, legal y pacífico que permitió construir un Estado de derecho europeo y moderno, partiendo de unas condiciones muy adversas.

La reconciliación nacional equivalía a terminar la guerra civil. A acabar con el miedo, a mirar al futuro y a integrar a todos: a los que venían del reformismo dentro del régimen pero deseaban la libertad, y a las fuerzas anti franquistas, dispuestas a sumar, abandonando su postura rupturista a ultranza.


El método aplicado fue la Ley para la Reforma Política, inspirada por el presidente de las Cortes, Torcuato Fernández Miranda (“de la ley a la ley, pasando por la ley”). Antes de su masivo refrendo popular en la consulta de diciembre de 1976, esta norma fue aprobada en las Cortes franquistas. Este debate decisivo fue  un “suicidio simbólico” del franquismo y la constatación de la finura y audacia política de Suárez.

El 15 de junio de 1977, en muy poco tiempo, se convocaron las primeras elecciones generales desde 1936. Para este hito hubo que abordar muchos desafíos. El más destacado: hacer creíble la democratización, para lo cual era necesario legalizar a muchas fuerzas opositoras. Entre ellas, al PCE el 9 de abril, con gran escándalo en sectores conservadores y militares.

También soportar el embate encarnizado del terrorismo, en sus distintas facetas ideológicas (ETA, GRAPO, crímenes de Atocha…) que perpetraba numerosos secuestros y asesinatos terribles. Este factor añadía una tensión insoportable, haciendo muy complicado mantener el proceso dentro de cauces pacíficos y legales. Sin embargo, dominó la prudencia, el consenso y una pertinaz vocación de sanar la división histórica.

La vuelta emocionada de los exiliados o los Pactos de la Moncloa para afrontar la crisis económica son sólo dos ejemplos de los momentos extraordinarios con los que se forjaría una nueva era de convivencia.

Referencias:
EL PAÍS (ed.): Memoria de la Transición. Del asesinato de Carrero a la integración europea, El País, Madrid, 1996.
SINOVA, J. (ed.): Historia de la democracia, 1975-1995, El Mundo, Madrid, 1995.


2. Un hombre solo (1977-1981)

Con el refrendo de la victoria electoral del 15 de junio, Suárez impulsó el proceso constituyente. Mucho se ha discutido sobre la importancia de este proceso democratizador, sobre sus límites y sus fallos.

En todo caso, cabe destacar dos aspectos del proceso culminado el 6 de diciembre de 1978: el método y el resultado.

Por primera vez desde 1812, cuando empezó nuestra agitada historia constitucional, una carta magna era el producto del acuerdo, de la cesión de los intereses particulares en busca de bien común.

No fue la Constitución de unos, aún más, la de unos contra otros, sino un marco flexible para que gobernasen fuerzas de distinto signo sin conflicto, dando pie a la alternancia.

En cuanto al resultado, debe remarcarse la incorporación de un amplio catálogo de derechos y libertades, de elementos con los que proyectar un inédito desarrollo humano y técnico.

Sin embargo, tras la segunda victoria electoral en 1979,  los problemas se acumularon. La oposición presionaba duramente. UCD, partido débil y heterogéneo, se descomponía a marchas forzadas. Todos los vértices de esta tensión apuntaban al liderazgo de Suárez, que en un gesto de dignidad y patriotismo dimitiría en 1981.

Pese a la fundación del CDS, ya no jugaría un papel relevante. Y sorprendentemente, el líder caído de la Transición, devorado por el proceso que el mismo inició, daría una gran lección moral el 23 F. No con palabras. Sólo con dos imágenes, testimonio fehaciente de su valentía y sentido de Estado. Una, erguido ante las balas. Otra, acudiendo a socorrer al general Gutiérrez Mellado, amigo fiel y hombre de honor.

Referencias:

 GONZÁLEZ, J. y BOUZA, F.: Las razones del voto en la España democrática, 1977-2008, Madrid, Catarata, 2009.

HOPKIN, J.: El partido de la transición. Ascenso y caída de UCD, Madrid, Alianza, 2000.

CORPAS AGUIRRE, M. A: Alianza Popular (1979-1982): la infructuosa búsqueda de la mayoría natural  y CARRIÓN SÁNCHEZ, P.J.:

La reconversión democrática en la derecha. Alianza Popular (1977-1979) ambos en QUIROSA, R. et. alt. (eds.): Historia de la Transición en España. Las organizaciones políticas, Universidad de Almería, 2011, págs. 291-304 y 305-318. 

3. Dignidad y memoria (2003-2014)

Una vez que la política pasó, Suárez tuvo que afrontar el terrible azote de la enfermedad de su mujer y de sus hijas. La desaparición de Amparo Illana, compañera discreta y fidelísima en esta travesía, lo dejó malherido.

En 2003, en un acto electoral de su hijo, aquel “lío de mil demonios con los papeles” manifestó el deterioro cognitivo e inauguró un camino lento y doloroso. Como una metáfora, se perdía la memoria y la conciencia de sí en el hombre, quizás también la colectiva.

En un giro muy español, al personaje antes denostado se le empezaba a contemplar con otros ojos, más benévolos, más justos. Como en el abrazo que el Rey le diera en la conocida fotografía tomada por su hijo.

Claro que esta gesta, su discreción, su “esperanza y entereza” nacían de sus “profundas convicciones cristianas” según monseñor Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española. Una muestra de la fecundidad del creyente comprometido con la vida pública.

Este héroe trágico ha sido enterrado en el claustro de la catedral de Ávila bajo el bello epitafio: “La concordia fue posible”. Muy cerca del historiador y ex presidente de la República en el exilio, Claudio Sánchez-Albornoz. La culminación de una vida cervantina.

Quizá ahoras, libre ya de los “malos encantamientos” que cegaran su memoria, pueda hacer una última salida caballeresca y alcanzar nuevas glorias en la patria de la libertad.   


Referencias:

REAL, A: Pésame del Papa Francisco por el fallecimiento de Adolfo Suarez. Acompañamiento de la Iglesia a la familia y amigos del expresidente español, “figura destacada de la etapa reciente española” en Aleteia.org:  http://www.aleteia.org/es/politica/noticias/pesame-del-papa-francisco-por-el-fallecimiento-de-adolfo-suarez-figura-destacada-de-la-etapa-reciente-espanola-4968630936666112

Por María de los Ángeles Corpas Aguirre y Pablo Jesús Carrión Sánchez

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