El hombre, por naturaleza, sueña con grandes ideales, trascender con una contribución más allá del yo. Soñamos con un mundo sin guerras, justo, sin pobreza ni sufrimiento.
Si tú y yo, venciendo nuestro pesimismo y rezagos de egoísmo, vivieramos para los demás, cuán distinto sería el mundo.
Si sólo tú y yo comprendiéramos el efecto multiplicador de tener una voluntad, una mente y un corazón abierto a a los demás.
Si tú y yo aprendiéramos el significado de amar en su magnitud, cuánto afectaríamos este mundo sediento de amor.
Trascender está, más comunmente, en lo pequeño, en nuestra entrega diaria y a menudo desapercibida.
Como quien se ha sentido amado por su pareja, por sus padres, familiares o amigos: sabe que el amor está en los detalles.
San Francisco aterriza estos ideales en contribuciones pragmáticas en la vida cotidiana, enfocado en que para trascender se debe mirar al servicio de los demás. Ojalá soñemos, y vivamos este yo ideal.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.