La Cuaresma está llegando a su fin.
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El mes de marzo avanza y muy pronto tocará a su fin. Con él se nos irá uno de los espectáculos más hermosos del invierno: los almendros en flor. Seguro que los habéis visto ya, elegantes y solitarios, incluso diría que valientes, al borde de los caminos o en los márgenes de los sembrados.
El almendro florece a medio invierno, cuando todavía hiela, guiado no tanto por el calor o el frío, como por la luz del sol. Y así, en febrero, cuando el día empieza a alargarse, asoman sus evocadoras flores, rosadas y blancas, que tiñen el paisaje de esperanza.
Las flores del almendro son primicias de todas las demás flores. Algunas, incluso, no podrán resistir las heladas y serán ofrecidas en sacrificio en los últimos latigazos del invierno.
Pero el riesgo que asumen al avanzarse al buen tiempo nos regala escenas de auténtica postal. De aquellas que oxigenan cuerpo y alma. Un auténtico lujo para los sentidos y para la contemplación.
No es el más alto, ni el más esbelto, ni el más robusto de los árboles, pero cuando florece, el almendro se convierte, durante algunas semanas, en el más bello. Es lo que tiene “primerear” en el amor. El almendro florido se convierte en símbolo de esperanza y de sentido en medio de un mundo desnudo y profundamente dormido.
Con su presencia, nos anuncia, aunque todavía en la lontananza, la llegada del buen tiempo. Nos despierta del letargo y nos grita que el sol muy pronto llenará la naturaleza de vida.
Necesitamos almendros que nos señalen el camino. Que nos muestren que el invierno no tiene la última palabra. Y también necesitamos personas que, como el almendro, sean testigos de la luz en un mundo tan a menudo sumergido en la oscuridad. Personas que asuman con valentía la misión profética.
Ser almendro significa “primerear” en el amor, arriesgarse a tomar la iniciativa y a gritar a los cuatro vientos la esperanza. Cuando la crisis y el desconsuelo amenaza con llevarlo todo a la ruina, es la hora de proclamar que no todo está perdido.
Te pueden tomar por loco o por ingenuo. Tu presencia puede desentonar en medio del crudo invierno. Pero no importa. Hay una verdad más profunda que guía tus pasos. La flor que llevas dentro abre camino, quiere iluminar el sendero. Desea avanzarse un poco, pese al riesgo, para que después, muchas otras flores sigan su ejemplo. ¿Te animas hoy a ser almendro?