Jesús toca, se involucra, anima... nos da la paz con su poder que vence el dolor y la muerte y que se manifiesta en la pobreza
Jesús nos da luz, nos quita el miedo. A menudo se acerca a los discípulos que tienen miedo, porque no controlan la situación, porque no saben qué hacer. Jesús siempre se acerca al hombre. No espera. Toma la iniciativa, se acerca y se involucra con la vida de los hombres. Se hizo hombre para acercarse, no para aislarse del mundo.
Pero además de acercarse los toca. Jesús toca en muchos momentos de su vida. Toca al enfermo, al herido, al moribundo. Toca y sana, da la vida, devuelve la salud. El tocar es un gesto muy propio del Señor. Siempre toca. Impone las manos, levanta al caído, carga con el enfermo. El que toca se involucra.
Jesús toca para calmar a los discípulos. Es un gesto de cariño, de comprensión. Como diciéndoles que no les va a dejar, que estará siempre a su lado.
También les pide que se levanten y que no teman. Jesús nos lo pide también a nosotros. Quiere que nos levantemos, que seamos raudos en dar la vida, valientes, venciendo el temor. No quiere que tengamos miedo a la vida, a la entrega, al camino.
Pero la verdad es que el miedo es fuerte. Nos asusta todo lo que no controlamos y desconocemos. Nos da miedo la muerte y la enfermedad. Nos da miedo fracasar y perder. Que los sueños se desmoronen, que el rumbo que seguía nuestra vida cambie súbitamente por algún motivo incontrolable.
Claro, esas palabras son para nosotros que vivimos con miedo. Jesús nos toca hoy y nos dice: «No temas, levántate». Quiere que vayamos con Él, de la mano, hasta donde Él va. Quiere que no nos asustemos al pensar en el futuro y sepamos caminar a su lado sin más protección.
El temor puede llegar a paralizarnos. Es necesario entonces confiar en el poder de Cristo. Decía Benedicto XVI: «Sólo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza. Jesús tiene ese poder en cuanto resucitado, es decir, este poder presupone la cruz, presupone la muerte. Presupone el otro monte, el Gólgota, donde murió clavado en la cruz, escarnecido por los hombres y abandonado por los suyos. El Reino de Cristo es distinto de los reinos de la tierra y de su esplendor»[2].
Es el poder de aquel que vence el dolor y la muerte, el que calma el alma. Cristo vivo, resucitado, nos da su poder y su paz.
En su poder sí podemos confiar. Pero, ¡cuánto nos cuesta confiar en el Señor! No es su poder reconocible, no lo podemos tocar. No distinguimos su mano protegiendo y tocando, no notamos su abrazo consolador que nos abraza. Nos vemos solos en medio de la batalla y nos entra el miedo. ¿Dónde está su victoria?
Su forma de vencer no es la nuestra. La suya es desde la pobreza y lo invisible. Allí donde el hombre no puede gloriarse de su propio poder, allí donde sus fuerzas no alcanzan y experimenta la debilidad. Allí, en el Gólgota, se encuentra el camino de la vida.