Son momentos sagrados que guardamos con cariño y delicadeza, para no olvidarlos nunca, porque el tiempo a veces desluce la vida
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Hay muchos momentos de luz y esperanza en nuestra vida. Son momentos de alegría que han quedado grabados para siempre en el alma. Momentos de desproporción, en los que recibimos mucho más de lo que dimos. Momentos en los que vimos el sol reflejado en nuestras vidas. Momentos en los que comprendimos que Dios nos amaba con locura a través de la vida, de los hombres, del mundo: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».
En ciertos momentos, seguro, nos sentimos amados, aceptados, queridos. Descubrimos ese espacio, ese momento, en el que la vida era verdaderamente bella. Son momentos sagrados que guardamos con cariño y delicadeza, para no olvidarlos nunca, porque el tiempo a veces desluce la vida y la hace parecer vulgar. Y olvidamos lo vivido, nos parece un sueño imposible, algo que no ocurrió de verdad.
La vida se vuelve más alegre cuando podemos volver a esos momentos de milagro, de luz, de presencia, de esperanza. No conoce la muerte la luz del corazón cuando vive de esos momentos sagrados.
Dice un poema de Eloy Sánchez Rosillo, «Luz que nunca se extingue»: «Te equivocas, sin duda. Alguna vez alcanzan tus manos el milagro; en medio de los días indistintos, tu indigencia, de pronto, toca un fulgor que vale más que el oro puro: con plenitud respira tu pecho el raro don de la felicidad.
Y bien quisieras que nunca se apagara la intensidad que vives. Después, cuando parece que todo se ha cumplido, te entregas, cabizbajo, a la añoranza del breve resplandor maravilloso que hizo hermosa tu vida y sortilegio el mundo.
Tu error está en creer que la luz se termina. Al cabo de los años he llegado a saber que en la naturaleza del milagro se funden lo fugaz y lo perenne. Tras su apariencia efímera, el relámpago sigue viviendo en quien lo vio. Porque su luz transforma y ya no eres el hombre aquel que fuiste antes de que en tus ojos, de que en el fondo oscuro de tu ser, fulgurase.
No, la luz no se acaba, si de verdad fue tuya. Jamás se extingue. Está ocurriendo siempre. Mira dentro de ti, con esperanza, sin melancolía. No conoce la muerte la luz del corazón. Contigo vivirá mientras tú seas: no en el recuerdo, sino en tu presente, en el día continuo del sueño de tu vida».
Esta poesía refleja de forma muy bella lo que esa luz del milagro de la vida despierta en el corazón. Lo transforma. Ya no es igual a lo que fue, porque ha vivido lo que seremos un día. Ya no puede permanecer igual, todo cambia. Desde ese momento esa luz está presente. Y no se extinguirá, porque fue verdadera. Está grabada en el alma la luz de esos momentos sagrados, momentos de esperanza, de vida, de sol y día.
¿Cuáles han sido esos momentos en mi vida a los que vuelvo cuando me cuesta caminar? Es necesario volver a estos recuerdos que son presencia cuando el mar no nos parezca lleno de vida y sintamos que la soledad araña el alma. Sí, en esos momentos echaremos mano de la luz que un día nació en nuestros ojos al vivir el presente como un rayo de vida.
Corremos el peligro de olvidarnos de esos momentos luminosos. Corremos el riesgo de quedarnos en la opacidad de la vida que se derrama por las horas del tiempo. Sin luz ni miedo.
No, no podemos vivir sin esos recuerdos que le ponen sol al día y alegran la sonrisa de los niños. El recuerdo es más que un recuerdo, está vivo, es la luz que nunca muere, permanece vivo en el alma.