Un obispo español cuenta su época de seminarista: No es verdad que el mundo no necesite a los curas
Casi cada día al anochecer se reunía en el bar de mi pueblo un grupo de hombres para jugar a las cartas, comentar los acontecimientos del pueblo y hablar de quien hiciera falta. Yo, durante las vacaciones del seminario, después de trabajar con el camión de mi padre descargando sacos —algunos de 100 kilos, otros de 80 y de 50—, pasaba un rato con ellos. Tenía 22, 23 o 24 años. Como primer saludo me decían: “No sé que caray haces en la fábrica de curas. ¿No ves que los fabrican de la gran ciudad?”. “¿Muchacho, no tienes ojos en la cara? ¿No ves a esas chicas que te esperan? ¿Para qué sirven los curas?
Siempre les respondía con buen humor. Como por ejemplo: “Cuando lo necesitáis sí que vais a buscarlo; cuando te mueras seré yo quien vendré a oficiarte el funeral; además, cuando os quedáis sin párroco, os quejáis. Os dejaría una temporada sin párroco, puede que algún día no lo tengáis y lo añorareis”. También les decía: “Mucho hablar de las chicas, pero casi nunca os he visto acompañados de vuestra mujeres”.
La conversación se acababa, casi siempre así: “Eres un buen chaval. Haz lo que quieras porque lo harás igualmente”.
La pregunta para qué sirve un sacerdote me ha acompañado siempre, tras una experiencia de años me atrevo a dar respuesta.
– Porque gracias al sacerdote, Jesucristo comunica sus dones a las personas, dones preciosos para la vida.
– Porque gracias a su misión y talante, a semejanza del Jesús Buen Pastor, continua reuniendo discípulos —la parroquia— dialogando, orando, amando, acompañando, perdonando, consolando, bendiciendo, sembrando las buenas semillas del evangelio, escuchando a los que nadie escucha, significando que formas parte de una gran familia que es la Iglesia diocesana, presidida por el obispo, y de la Iglesia universal.
– Porque donde hay un buen sacerdote la parroquia está viva, es evangelizadora, acogedora para todos: niños, jóvenes y mayores; preocupada por los más pobres y estando junto a ellos, atenta a los enfermos para fortalecerlos en su sufrimiento con la presencia del Señor, humanizando el pueblo, contribuyendo a su vida cultural, de ocio, de promoción… Al mismo tiempo, manteniendo con gran esfuerzo el patrimonio cultural recibido en herencia y que es uno de los bienes de los pueblos y ciudades. Ciertamente, cuando alguien busca respuestas a las grandes cuestiones de la vida y hace algo más que mirar simplemente lo material… ¿dónde llamará, hacia dónde mirará?
Ahora mismo, algunos sacerdotes han de ser párrocos de tres, cuatro, diez o doce parroquias, la media de edad de nuestros sacerdotes de Gerona es de 72,3 años, cuando me piden que destine un sacerdote he de decir que no tengo a nadie, ya que en el equipo juegan todos: enfermos, jubilados, lesionados, masajistas, entrenadores, directivos…
Hoy, Día del Seminario, recemos, colaboremos económicamente en la formación de nuestros siete seminaristas, pero por encima de todo pidamos que algunos jóvenes descubran que la Iglesia, las parroquias, los necesitan, y que la sociedad también los necesita, pese a que con frecuencia no se den cuenta.
Por monseñor Francesc Pardo i Artigas, obispo de Girona.Artículo publicado originalmente por SIC