Ha venido de la Iglesia de la periferia de nuestro maltrecho mundo
Para calibrar el secreto de un buen matrimonio, empezando por una inolvidable luna de miel, conviene medir la talla humana y espiritual de los esposos. Cada vez que sucede a Pedro como cabeza visible de la Iglesia un nuevo obispo de Roma se produce un esponsalicio entre el hombre providencialmente designado y la Iglesia, esposa tan maravillosa como exigente.
El secreto del Papa Francisco en esta luna de miel hay que buscarlo no sólo en la novedad de los gestos del nuevo Papa, sino también en su esposa, una Iglesia que lo buscó así: con el vigor y el mandato de hacer una reforma eclesial sin precedentes desde el Concilio Vaticano II que, cincuenta años después, es un regalo que no hemos terminado de desenvolver porque como toda obra del Espíritu, en palabras del nuevo Papa, “nos da fastidio hacerlo”.
Porque el Papa Francisco no ha caído del cielo. Ha venido de la Iglesia de la periferia -geográfica, existencial, evangélica- de nuestro maltrecho mundo. Y ha venido porque la Iglesia lo buscó así y lo encontró. No pocos cardenales cuentan que todo lo que el Papa ha dicho y hecho hasta ahora ya se habló en las Congregaciones Generales previas al Cónclave en el que los cardenales se tomaron muy en serio la urgente petición de reforma del Papa Benedicto.
Tres pasos podrían definir este año de miel para los dos esposos, el Papa y la Iglesia: el paso de una Iglesia tentada a replegarse y defenderse a una Iglesia urgida a convertirse y renovarse; el paso de una mirada al hombre de hoy preocupada por el virus del relativismo que lo acecha, a una mirada al hombre de hoy más preocupada aún por su soledad y necesidad de compañía; el paso de una Iglesia urgida a mostrar el don de la verdad que le posee, a una Iglesia que sabe que antes de desvelar su sabiduría debe ser un hospital de campaña llamada a curar -y no a hurgar- en las heridas de un mundo que es un inmenso campo de batalla. Tres pasos que toda la nave de la Iglesia quiere dar y que ha encontrado en su seno un buen capitán capaz de conducirla.
De hecho asistimos a un nuevo rumbo en la palabra y los gestos del resto de los sucesores de los apóstoles: 1º/ Ya no hablan de la defensa de la vida sólo en referencia a las víctimas del aborto y la eutanasia, sino también de la miseria, de los emigrantes, de los últimos. 2ª/ Menos magisterio moral y más acompañamiento personal. 3º/ Menos crítica al secularismo de la sociedad