La historia de la madre y la caverna llena de tesoros
Nos llegó por Facebook esta pregunta, un poco ambigua, pues no sé si el lector pregunta por la pérdida o muerte del alma, de la vida espiritual; o pregunta por el momento de la muerte corporal o biológica.
En este segundo caso, lo que se verifica es solamente la cesación de la actividad cerebral (fundamento del alma racional) causada, muchas veces, por la interrupción del funcionamiento de los órganos vitales. ¿En qué justo momento? ¿Cómo se verifica o desencadena?
La muerte biológica es una disolución. Y el momento de dicha disolución no es directamente perceptible, y el problema está en identificar los signos.
La constatación e interpretación de estos signos no le es pertinente ni a la fe ni a la moral sino a la ciencia médica. Le corresponde al médico dar una definición clara y precisa de la muerte y del momento de la muerte.

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En todo caso la fe cristiana afirma la persistencia, más allá de la muerte, del principio espiritual del hombre. La fe alimenta la esperanza de «reencontrar» su integridad personal (espíritu, alma y cuerpo) transfigurada y definitivamente poseída en Cristo» (Cf. 1 Cor. 15, 22).

En el primer caso, una cosa sí es cierta: la única manera en que se puede perder el alma es por el distanciamiento pleno y definitivo de Dios por culpa del pecado grave o mortal, lo que se conoce como la muerte espiritual o, lo que es lo mismo, la pérdida de la vida de Dios en nosotros, la pérdida de la gracia santificante.
Jesús decía: “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?” Mc. 8,36. Con estas palabras advierte sobre el objetivo central de nuestra existencia: la salvación.
El mundo y los bienes materiales nunca son fin último para el hombre, ni siquiera el bien temporal, que los cristianos tenemos obligación de procurar.
«El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana… Entraña… la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno” (Catecismo de la Iglesia Católica 1861).
Recordemos que “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”: Ez 18,23.
Hay una historia:
Una pobre mujer, con su hijo pequeño en brazos, pasaba delante de una caverna, cuando escuchó una voz misteriosa que, desde dentro, le decía: “Entra y toma todo lo que quieras, pero no te olvides de lo principal. Una vez que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo más importante”. La mujer entró toda temblorosa en la caverna y encontró allí mucho oro y diamantes. Entonces, fascinada por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a recoger, ansiosamente, todo lo que cabía en su delantal. De pronto, la voz misteriosa habló nuevamente: “Te quedan sólo cinco minutos”. La mujer, afanada, continuaba recogiendo lo más que podía. Al fin, cargada de oro y de piedras preciosas, corrió y llegó presurosa a la entrada de la cueva cuando la puerta ya se estaba cerrando. En menos de un segundo se cerró. Y en ese momento se acordó de que su hijo se había quedado dentro. ¡La cueva estaba ya sellada para siempre! El gozo de la riqueza desapareció enseguida y la angustia y la desesperación la hicieron llorar amargamente.
¡Tenemos unos cuantos años para vivir en este mundo, y podemos dejar de lado lo principal! ¿Qué es lo principal en esta vida? Dios, su vida de gracia, sus valores morales y espirituales, la familia, los hijos y la total armonía con Dios y con tu prójimo.

Qué pena cuando se ve que tantos ponen en peligro su salvación eterna y su misma felicidad aquí en la tierra por cuatro cosas que nada valen.
¿Qué aprovecha a la persona todo lo terrenal o con satisfacer todas las ambiciones de la inteligencia y de la voluntad? ¿De qué sirve todo esto, si se acaba, si todo se hunde e implica perder a Dios para siempre?
Mientras peregrinemos por esta vida tenemos la esperanza de recuperar la vida de Dios en nosotros. Cada quien sabe si ha perdido o no su vida o alma espiritual; y si la ha perdido sabrá en qué momento.

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Pero será Dios, en el momento del juicio personal, quien lo confirmará.
Recordemos que la vida pasa rápido y que la muerte biológica nos llega de sorpresa, inesperadamente. Cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones. Pensemos en esto por un momento y no pasemos de largo ante esta llamada de Dios.