Ser periodista religiosa me ofrece, cada día, el lujo de disfrutar con mi trabajo. ¡No cualquiera tiene la suerte de dar siempre buenas noticias!
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Las redes sociales se han convertido en herramienta indispensable para el periodista. Si quieres conocer la noticia de inmediato, difundir con eficacia un mensaje y tomar el pulso a lo que sucede en el mundo, tienes que estar ahí. Con esa obligatoriedad me lancé al océano digital hace ya dos años y medio. Reconozco que al principio estaba perdida. Más que remar, apaleaba las olas; en vez de escuchar, me ensordecía tanto trino simultáneo. Pero como dicen, Dios no nos embarca en tareas que sobrepasan nuestras fuerzas, y enseguida descubrí que, a mi lado, había miles de botes pequeños que trataban de pescar, igual que yo, razones para la esperanza.
Ser periodista religiosa me ofrece, cada día, el lujo de disfrutar con mi trabajo. ¡No cualquiera tiene la suerte de dar siempre buenas noticias! Eso mismo comencé a sentir en las redes sociales cuando, tras el desconcierto inicial, descubrí que el círculo que me iba rodeando sólo manaba sonrisas. Recuerdo que trataba de contagiar de este entusiasmo a todos mis amigos y allegados. ¡Este nuevo continente me encandilaba! Veía a Dios por todas partes, en cientos, miles de tuiteros que dedicaban todas sus energías a hablar de Dios, desde las azoteas, a todo aquel que quisiera escucharles.
Y nació iMisión. Porque los mejores peces se pescan entre todos, con una misma red, y aprovechando la fuerza del mar y el empuje del Espíritu.
La aventura estaba encabezada por dos religiosos, Daniel Pajuelo y Xiskya Valladares, y tuve la fortuna de poder arrimar mis pobres fuerzas al anuncio del Evangelio en red.
Desde el principio, iMisión ha sido una comunidad. Seglares, sacerdotes, religiosos y religiosas, con distintas circunstancias pero un deseo común. Reconozco que el Espíritu actúa en cada uno de nosotros, y es tan fértil y entusiasta que nos deja exhaustos. Nos hemos ido conociendo poco a poco, hemos compartido quedadas y campañas, hemos tuiteado noche y día, y hemos recibido siempre el ciento por uno. Primero vino el iDecálogo, recogiendo el sentir y las propuestas de miles de tuiteros sobre la evangelización en Internet, pero pronto, tras quedadas y encuentros, nos dimos cuenta de que en algún momento habría que tocar tierra, recoger redes y sentarnos al calor de la lumbre.
¿Por qué no un Congreso de Redes Sociales donde, además de aprender, pudiéramos encontrarnos al fin cara a cara? Desde entonces, este Congreso ha sido nuestro empeño común, y a él se han sumado personas de varios continentes. Porque iMisión es red, es comunión, y eso se nota en los miles de colaboradores y amigos que compartimos este gran sueño de llevar a Dios a las redes. Esta ilusión ha conseguido despertar en muchos un oleaje de compromiso apostólico que se ha visto impulsado por los mensajes de los últimos pontífices y el apoyo directo de nuestros pastores. Y es que no se puede encender un candil para meterlo debajo de la mesa. Y la Iglesia se ha dado cuenta.
Con franqueza, diré que ya no estoy en las redes por obligación profesional. No me mueve a ello el impulso algo ególatra del periodista. Como ciudadana del siglo XXI, yo también me muevo y respiro en el continente digital, y ahí, en esas aguas, vivo la fe que me mueve cada día. Por eso, el I Congreso de Redes Sociales, que ya está aquí y al que acudiré del 4 al 6 de abril como miembro de iMisión, es una de las citas más importantes de este año en mi agenda. No puedo perdérmerlo. Y espero que seamos muchos los que por fin allí, pongamos rostro a ese Jesús de Nazaret que tuitea cada día desde múltiples perfiles.