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¿Te agobia el futuro? Mejor vivir el momento

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Candida Performa

Carlos Padilla Esteban - publicado el 02/03/14

Dios nos da fuerzas para hoy y para mañana nos dará otras fuerzas

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Cada día tiene su afán, no tenemos por qué agobiarnos. Hoy nos dice el Señor: «Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su propio afán». Mateo 6, 24-34.

La incertidumbre es nuestra compañera de camino. Todos tenemos algún miedo al futuro. Nos preocupamos, atesoramos por si nos falta lo material, nos preocupamos por la enfermedad o la muerte o la vejez. Nos da miedo perder facultades, perder el trabajo.

Jesús nos dice que vivamos al máximo el hoy. Cada día tiene su misterio, su afán, su lucha, su regalo, su secreto, su dificultad. Dios nos da fuerzas para hoy y para mañana nos dará otras fuerzas.

Nunca nos va a dejar y nos pide que entreguemos ese miedo ante al futuro. Que confiemos, porque somos sus hijos, más importantes para Él que toda la creación. Jesús nos dice con ternura cuánto nos ama Dios.

A veces dejamos de vivir el presente porque estamos afanados por cosas, agobiados por el futuro, y el día de hoy se nos escapa. Si no vivo a fondo el día de hoy, si no me entrego por entero, no podré vivir con intensidad el mañana.

Todos tenemos miedo, todos tenemos preguntas. No sabemos qué pasará mañana. Pero eso es precisamente lo que podemos entregar: nuestra incertidumbre. Dios siempre va a estar a nuestro lado.

Nuestra tarea es amar hoy con todas nuestras fuerzas. Nuestro futuro está en el corazón de Dios. Nos pide que descansemos en sus manos. Sabe que tenemos miedo y ese miedo para Él es importante. Lo acoge como acoge todo lo nuestro, porque todo le interesa.

Su ternura es infinita y nos pide que no temamos. Nos lo dice en la primera lectura: « ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré». Isaías 49, 14-15.

Dios no nos olvida, nos ama con locura. Se abaja y viene a morar en nuestra vida, en nuestro corazón herido. Nos quiere como somos y no nos deja, porque le importa todo lo que hacemos y nos protege en nuestro miedo.

La auténtica felicidad nos la da el hecho de no agobiarnos y vivir el momento. Hoy Jesús nos lo recuerda: «No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura».

Jesús conoce nuestros agobios, las cosas que nos preocupan, las pequeñas cosas de la vida que nos quitan la paz. Mira nuestro corazón. Él mira en profundidad y acoge todo lo que hay, también esos agobios tontos. Todo lo nuestro le importa.

Muchas personas le habrían contado sus heridas, sus miedos, su angustia, sus preocupaciones, sus sueños. Hoy, en la montaña, quiere darles una palabra de aliento, de esperanza. Muchos le buscan cargando con ellos todo lo que les ata, lo que les inquieta y hace que su alma esté atormentada.

Jesús habla mirando el corazón, como siempre hace. Jesús conoce nuestras preocupaciones, a veces muy sencillas, conoce nuestros miedos, nuestros agobios, nuestra angustia. Ante Él no tenemos que parecer perfectos, como si lo dominásemos todo. No hay nada que ocultar, Él lo sabe todo, nos comprende.

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