Vencer la guerra con amorHablar de violencia es, siempre, la más triste de las derrotas. Ghandi llegó a decir que quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia.
Venezuela, Ucrania, Ceuta, Uganda… ¿cuántas muertes más deben enjugar nuestros ojos y devastar nuestros oídos para sofocar, de una vez por todas, la llama del odio?
En primer plano, arrestos arbitrarios, muertes violentas, humillaciones indignas… De fondo, la voz rota de muchas gargantas que están sufriendo las consecuencias de este incomprensible combate…
Estos días, especialmente en Venezuela y en Ucrania, abundan testimonios de madres que están dibujando los retazos de un cuadro pintado con muy mala letra. Y no es justo que una madre sufra; no lo es en medio de una guerra y tampoco en cualquier rincón de este mundo donde habiten sus sacrificadas manos. Ya dijo Gibran Jalil que la más bella palabra en labios de una persona es la palabra “madre”, y la llamada más dulce: “madre mía”. Y este silogismo, más allá de filosofías y razonamientos lógicos, encuentra su premisa y conclusión en la palabra “amor”.
Orest Kolach dejó Ucrania cuando tenía 6 años. Hoy, con 18, mira con tristeza a su país: “La verdad es que ver ardiendo las calles donde has crecido es realmente doloroso… Duele la violencia, el odio, la muerte de tantos y tantos inocentes, el sufrimiento, la angustia que está asolando el país. Pero yo creo en Dios y confío en que pronto abrazaremos la paz”.
Nada es imposible para el que cree, nos dice un Evangelio que conjuga la palabra caridad en todas sus acepciones posibles, y donde Dios pone su mano, escribe un nuevo capítulo con la tinta de la esperanza. Testimonios con historias de vida –y vida en abundancia- nos siguen dejando patente que la paz, como dice Orest, es posible: “¡Claro que es posible! Yo hablo todas las semanas con mi abuela, que está viviendo allí, y cuando me cuenta lo que está sufriendo yo pienso en Jesús, en su pasión, en todo lo que Él pasó… y eso me hace ver que nada es imposible para el que tiene fe. Con Dios todo es posible, y un mundo sin guerra solo es posible si ponemos nuestras vidas en las manos de Dios”.
Las guerras seguirán pisando fuerte mientras el color de la piel, de la fama y del dinero sigan siendo más importantes que el de los ojos. Sin embargo, como dejó escrito el poeta mexicano Amado Nervo, hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día; la paz sin la cual el mismo pan sabe amargo. Y esa paz solamente se hará realidad el día que comprendamos que la única guerra capaz de cambiar el mundo es la que se combate con la fuerza de un abrazo.
Vencer la guerra es posible, y sólo el amor tiene la respuesta.