Triste testimonio sobre las protestas de ayer en Caracas y otras ciudades
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Esta frase leída en Twitter el día de ayer, 12 de febrero de 2014, recoge el sentimiento que nos embarga por el asesinato a mansalva de jóvenes que protestaban pacíficamente y a quienes el gobierno ha tildado de fascistas –y otros epítetos que no viene al caso rememorar-.
Fueron asesinados de disparos en la cabeza, en el cuello, es decir, disparos precisos que solo puede asestar quien ha sido entrenado para matar a seres indefensos, cuyo único propósito es clamar por un futuro digno, porque se descorra el velo de sombras que durante más de 15 años ha oscurecido los cielos de nuestra amada Venezuela. Jóvenes, periodistas y demás ciudadanos seguimos siendo las víctimas de siempre, los surtidores de sangre que un régimen oprobioso necesita para convencerse a sí mismo de que está mandando.
Las protestas se registraron en todo el país, en Caracas, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto, Mérida, San Cristóbal, Cumaná y pare de contar. Además de los jóvenes vilmente asesinados, cientos de heridos y otros cientos detenidos son el saldo ignominioso de un gobierno que está, sin duda, de espaldas al sufrimiento del pueblo. Pero Jesús, Señor de la Historia, y su Santísima Madre, no desamparan a un país que ha dado muestras de un fervor y de una confianza en el Dios Único y Verdadero que son dignos de un mejor destino.
Aunque ahora parezca que el maligno enemigo lleva la delantera, reforcemos con la oración sincera nuestra esperanza de que venceremos a la mentira y al totalitarismo y será restaurado el Reino de Dios en nuestros corazones y en nuestro suelo. Oremos también por el eterno descanso de las almas de venezolanos nobles que hoy fueron llamados a la cita con el Divino Creador y por la conversión de todos los que ignoran la fuerza poderosa del amor que Jesús nos ha enseñado.
La oración de San Ignacio
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús, óyeme!
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del enemigo malo defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos Te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
Artículo publicado originalmente por Reporte Católico Laico