Si fuéramos capaces de restaurar la dignidad personal a cada pobre empobrecido, el mismo recuperaría todo lo demás por añadiduraSi fuéramos capaces de restaurar la dignidad personal a cada pobre empobrecido, el mismo recuperaría todo lo demás por añadidura.
Para ello resulta imprescindible disolver las causas más profundas de toda inequidad, exclusión, desperdicio y descartes inhumanos resaltando que hablamos de dignidad no solo alimentaria sino aquella que incluye legítimas expectativas de prosperidad sin exceptuar bien alguno.
Cuando Juan Pablo II propuso globalizar la solidaridad, fue (es) mucho más que un eureka semántico sino que, a partir de la misma y con la misma, devolverle al pobre empobrecido todo lo que naturalmente le corresponde en términos de ciudadanía.
Habiendo fracasado la guerra declarada formalmente a la pobreza por la primera potencia terrenal un día 8 de enero de 1964, bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson (EE. UU.); habiendo fracasado, entre otros fracasos, también los Objetivos del milenio, no obstante los maquillajes y eufemismos de la ONU para disimularlos, la necesidad de resolver las cuestiones estructurales de la pobreza no puede esperar más, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá conducirla a renovadas crisis.
Por eso, en tanto no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres empobrecidos, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados, de la especulación financiera y del lucro voraz, atacando simultáneamente las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo de esos pobres empobrecidos y, en definitiva, ningún problema, en razón de que toda inequidad es la raíz más profunda de nuestros males sociales, personales y comunitarios.
Ante tanta inquina, indolencia, indiferencia e ignominia, una proposición fraterna debiera provocar en nuestras vidas y en nuestras acciones la más sublime reacción en orden a contribuir para recuperar toda dignidad humana y todo bien común, ´amalgamándonos´ al originario destino universal de los bienes, a la función social de la propiedad y teniendo muy presente que ¡sobre toda propiedad privada “late” una hipoteca social!
Esta maravillosa amalgama, dando prioridad al tiempo más que al poseer o usurpar espacios, será ocuparnos de iniciar procesos proactivos en pos de resolver cuestiones nucleares que deben estructurar e integrar toda política económica como toda economía política.
La palabra solidaridad hoy están demasiado desgastada y bastardeada ya que, en su cabal acepción, pretende reflejar mucho más que algunos actos esporádicos de fraternidad. En efecto, su genuina acepción supone crear una nueva mentalidad y recrear la cultura del encuentro para actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
No debería extrañarnos, pues, que los flagelos relacionados -repotenciados por un descalabro ecológico-, tornen harto dificultoso encontrar soluciones locales para las enormes contradicciones globales, razón por la cual toda política local y regional afronta (en casos, se satura también) problemas propios y ajenos a resolver satisfactoriamente.
Toda paz social que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia conforme lo acreditan miserias concretas que encontramos a nuestro paso, por caso, en cada retrato de cada habitante de la calle, de cada adicto, de cada desahuciado, de …
Escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y mucho más, de manera que el hambre se debe concretamente a inhumanas distribuciones de los bienes y de las rentas. Este problema se agrava espantosamente con especuladores, intermediarios y lucros apabullantes que vienen engendrando dolosamente toda práctica de desperdicios y descartes … aún “humanos”.
Esto es tan claro, tan directo, tan simple, sencillo y elocuente que ninguna hermenéutica puede relativizarlo y mucho menos, abortarlo.
¿Entonces, para qué complicar y continuar postergando lo que es tan simple, justo e inclusivo total; para qué oscurecer lo que es tan claro?
Las metodologías conceptuales son para favorecer y facilitar el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella.
Habitualmente, nada bueno acompaña a los defensores de “la ortodoxia”. No se olvide, que todo extremismo de lo relativo, fundamentalismos ahistóricos, etnicismos y eticismos sin bondad ni solicitud, intelectualismos sin sabidurías y, más de menos; son esencial e inherentemente viciosos. Sus titulares merecen el reproche de pasividad, de indulgencia y de complicidad culpables respecto a situaciones sociales humanas de injusticia intolerables como a los regímenes políticos que las conservan y reproducen, ¿definitivamente?
Finalmente, soy de los que piensan y sostienen largamente una auténtica y dinámica ética equitativa humana tanto como una economía solidaria civil consecuente, desde la experiencia personal que nunca son lugares de comodidad y menos de rentabilidad para sus propulsores, mas siempre implican el admirable don y compromiso de mejorar y cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por esta bendita tierra.
Roberto Fermín Bertossi. Investigador universitario CIJS – UNC y UNL.Profesor de postgrados UNL. Experto de la Coneau
P.D.: Estas reflexiones siguen, se nutren, adhieren y reproducen sabias reflexiones del Santo Padre Francisco en su Exhortación Apostólica: “ Evangelii Gaudium” dada en Roma en la clausura del Año de la Fe, el día 24 de noviembre de 2013.
Artículo publicado originalmente por Reporte Católico Laico