Y “para dialogar es necesario encontrar la mansedumbre, sin gritar”, afirma en su homilía en la Casa Santa MartaNo es fácil construir el diálogo con los demás, especialmente si están divididos por el rencor. Pero el cristiano busca siempre este camino de escucha y de reconciliación, con humildad y mansedumbre porque esto es lo que nos ha enseñado Jesús. Es el pensamiento que resume la homilía de Papa Francisco del 24 de enero de 2014 en la casa Santa Marta.
Me rompo pero no me doblo, afirma una cierta sabiduría popular. Me doblo pero no me rompo, sugiere la sabiduría cristiana.
Dos modos de entender la vida: el primero, con su dureza, destinado fácilmente a alzar muros de incomunicación entre las personas, hasta la degeneración del odio.
El segundo, se inclina a establecer puentes de comprensión, incluso después de una pelea, de una discusión. Pero siempre, advierte el papa Francisco, buscando y practicando la “humildad”.
En el centro de la lectura litúrgica y de la reflexión del Papa, encontramos de nuevo el desencuentro entre el Rey Saúl y David.
El segundo, observa el Papa, elige “otro camino, el camino del acercamiento, de aclarar la situación, de explicarse. El camino del diálogo para encontrar la paz”.
“Para dialogar es necesario encontrar la mansedumbre, sin gritar. Y es necesario también pensar que la otra persona tiene algo más que yo”.
“David lo pensaba: ‘Él es el elegido del Señor, es más importante que yo’. La humildad, la mansedumbre… Para dialogar, es necesario hacer lo que hoy hemos pedido en la oración, al principio de la Misa: hacerse todo para todos”.
“La humildad, la mansedumbre, hacerse todo para todos y, también, aunque no está escrito en la Biblia, sabemos que para hacer estas cosas tienes que tragarte muchos sapos”.
“Pero, debemos hacerlo, porque la paz se consigue así: con humildad, la humillación, buscando siempre ver en el otro la imagen de Dios”.
“Dialogar es difícil”, reconoce Francisco. Pero peor que intentar construir un puente hacia un adversario es dejar crecer el rencor hacia él en el corazón”.
De este modo, afirma, nos quedamos “aislados en este caldo amargo de nuestro resentimiento”. Un cristiano, sin embargo, tiene a David por modelo, que vence el odio con un “acto de humildad”.
“Humillarse es siempre construir puentes, siempre. Siempre. Y esto es ser cristiano. No es fácil. No es fácil. Jesús lo hizo: se humilló hasta el final, nos hizo ver el camino”.
“Y es necesario que no pase mucho tiempo: cuando hay un problema, lo más pronto posible, en el momento en el que se pueda hacer, después de que pasó la tormenta, acercarse al diálogo”.
“Porque el tiempo hace crecer los muros, como hace crecer la hierba mala que impide el crecimiento del grano. Y cuando los muros crecen es más difícil la reconciliación: ¡es más difícil!”
No es un problema “si vuelan algunos platos”, “en la familia, en la comunidad, en el barrio”, repite el Papa. Lo importante “es buscar la paz lo antes posible”, con una palabra, con un gesto.
Un puente antes que un muro, como el que hace tantos años dividió Berlín. Porque “también, en nuestro corazón, dice Francisco, está la posibilidad de convertirnos en Berlín con su Muro con respecto a los demás”.
“Yo tengo miedo de estos muros, de estos muros que crecen cada día y que favorecen los resentimientos. También el odio”.
“Pensemos en este joven David, podría haberse vengado perfectamente, podría haberlo mandado por ahí y, sin embargo, eligió el camino del diálogo, con la humildad, la mansedumbre y la dulzura”.
“Pidamos hoy a san Francisco de Sales, Doctor de la dulzura, que nos dé a todos la gracia de construir puentes hacia los demás, nunca muros”.
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