El marido reconoció las falsas acusaciones para que la policía no torturara también a su esposaEl martirio en Pakistán tiene hoy muchos rostros. Uno de ellos, quizás el más silenciado, es el que hace sufrir a miles de familias cristianas las consecuencias de la injusta y cruel ley antiblasfemia.
El caso de Asia Bibi, madre de familia condenada en 2009 a la horca por blasfemia, es quizás el más conocido, pero no es el único. La ley se ha cobrado ya muchas vidas en Pakistán. Muchos cristianos, y también algunos ahmadíes (minoría dentro del islam) y budistas, permanecen hoy en el corredor de la muerte, en condiciones deplorables, acusados de un delito absurdo que en la mayoría de los casos no han cometido.
Además de constituir una violación flagrante de los derechos humanos, la ley antiblasfemia es utilizada a menudo como «instrumento de venganza» en conflictos privados. Cualquier excusa es buena si se quiere hacer daño a un adversario o enemigo. No hay necesidad de testigos ni pruebas adicionales para sancionar a aquellos que son acusados de ofender a Alá, Mahoma o el Corán.
La aplicación de la ley instituida en 1986 supone la realización de un juicio rápido, sin apenas garantías, y una condena a muerte o prisión para quienes ofendan el credo musulmán.
Y una vez sentenciados, la marca de la blasfemia es indeleble. Ni siquiera el ser absuelto garantiza la seguridad. Tras largos procesos para demostrar su inocencia, un buen número de acusados de blasfemia han sido masacrados por multitudes furiosas después de ser liberados.
Incluso la defensa pública de los acusados o cualquier crítica a la injusta ley antiblasfemia es motivo de ira por parte de los radicales. Como lo demuestra el caso del ministro cristiano para las minorías, Shahbaz Bhatti, brutalmente asesinado el 2 de marzo de 2011 por islamistas radicales a causa de su oposición a la ley y su defensa de Asia Bibi.
«La ley antiblasfemia —llegó a denunciar— es una herramienta de violencia contra las minorías, especialmente contra los cristianos.» «Me puede costar la vida —aseguró—, pero seguiré trabajando para modificar una ley que se usa para saldar asuntos personales».
El caso de Shagufta Kausar
Según advierten con preocupación desde la agencia católica de noticias Fides, los casos de cristianos acusados de blasfemia han aumentado considerablemente en los últimos años. Es una muestra más de la inhumana persecución que sufren las minorías en un país que se dice democrático.
Uno de estos casos, apenas conocido, es el de una mujer que, como Asia Bibi, ha sido acusada de blasfemia en Pakistán. Se trata de Shagufta Kausar, madre de cuatro hijos, de entre 6 y 12 años, acusada de blasfemia junto a su marido, Shafaqat Emmanuel. Su historia nos la explica Joseph Anwar, hermano pequeño de Shagufta, acogido desde hace dos meses en un centro de refugiados de Valencia.
El matrimonio fue detenido en Gojra, donde vive, el 21 de julio de 2013, y encarcelado en la prisión de Toba Tek Singh por enviar supuestos mensajes de texto blasfemos contra varios líderes musulmanes locales.
Negaron los cargos, y en su defensa, Shagufta declaró a la policía que hacía un mes que habían perdido su teléfono móvil y que incluso habían pedido en la tienda de móviles que se bloqueara su tarjeta SIM.
La policía inició entonces el interrogatorio en tercer grado, con tortura incluida, de su marido, paralítico y con discapacidades físicas.
«Lo torturaron delante de su esposa y sus cuatro hijos —explica Joseph—. La policía le obligó a confesar los cargos o implicar a otros. De lo contrario empezarían a torturar a su esposa».
Y añade: «Mi cuñado confesó para salvar a su mujer, porque no hay hombre que pueda soportar ver a su esposa torturada por la policía».
Incluso después de verificar que la pareja había perdido el teléfono y la tarjeta SIM, la policía continuó adelante con el proceso.
«Mi hermana y su marido no tienen estudios, sólo hablan punjabi, un poco de urdu, y los teléfonos móviles sólo funcionan en inglés —precisa Joseph—. También resulta poco verosímil que personas corrientes y sin cultura tengan los contactos de personas influyentes como las que recibieron los mensajes. Todo estaba siendo claramente instigado».
Y como prueba la gran pancarta que esos días se podía leer en las calles de Gojra: «El único castigo para el blasfemo: cortar la cabeza de su cuerpo. La vida en la cárcel no es aceptable… no es aceptable… no es aceptable».
Tras la detención de su hermana, Joseph recibió también la llamada de la policía. Querían interrogarlo tras insinuar que quizás él también estuviera implicado en el caso. El joven católico pakistaní colgó el teléfono de inmediato e inició la huida. Sabía cómo actúa la policía y los jueces en su país. No tenía otra salida.
«La ley antiblasfemia —sostiene convencido— está hecha para perseguir cristianos. La policía hace la vista gorda y deja que los musulmanes radicales acusen falsamente y alienten estos procesos. Su testimonio cuenta más que el nuestro. Siempre salimos perdiendo. La ley es una excusa para acabar con nosotros y atemorizarnos. Es una clara persecución por motivos religiosos».
Anwar asegura que aunque la ley antiblasfemia sea antidemocrática e injusta, los cristianos la respetan y no osan hablar ni bien ni mal de Mahoma o el Corán.
«Sabemos que si hablamos en contra del profeta nos perseguirán; por eso no hablamos de él –explica-. ¿Cree que hablaríamos de él sabiendo que nos van a perseguir y que está en juego la propia vida? ¡Es absurdo! No queremos morir. Queremos vivir. Es un escándalo lo que vivimos. Sabemos cuál es el castigo y por eso no hacemos ni decimos nada que pueda ser susceptible de ser castigado. Es ridículo que nos acusen de algo así».
Pakistán: matrimonio cristiano encarcelado por blasfemia
© DR
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