La Residencia Azorín fue durante décadas una gran escuela de vida y de comunicación
Ha fallecido un gran periodista español y un gran maestro de periodistas. Ha fallecido Manuel de Unciti. No era de esos periodistas famosos que pululan por los platos televisivos para hablar, sin saber, de todo lo humano y lo divino. Manuel de Uniciti fue un gran periodista precisamente porque hablaba de lo humano con una profundidad inusual, porque hablaba desde esa “pupila de Dios”, de la que habla San Agustín y que Dios presta a quienes ver la realidad con su mirada.
Su primera pasión humana, sacerdotal, y periodística, fueron las misiones. O mejor dicho, los misioneros. Vivió para que ellos, a través de su pluma, fueran voz de los sin voz, haciéndose así mismo misionero desde la trinchera de la comunicación. Como secretario nacional de Obras Misionales Pontificias hizo de la divulgación periodística del testimonio de los misioneros el que hoy por su legado sigue siendo el eje principal de esta institución en España.
Su segunda pasión humana, sacerdotal y periodística fue la formación de diversas generaciones de periodistas. Hoy no podemos entender el rico panorama de profesionales y maestros católicos de la comunicación sin su influjo. La Residencia Azorín para estudiantes de periodismo fue durante décadas una gran escuela de vida y de comunicación. Y con esta pequeña residencia de estudiantes, genero mucha más presencia de “excelentes periodistas y auténticos cristianos”, en términos del beato Juan Pablo II, que no pocas facultades de periodismo de universidades católicas.
Su tercera pasión humana, sacerdotal, y periodística fue, inseparable de los dos anteriores, su servicio a la Iglesia. A la Iglesia real, a la Iglesia total, a la Iglesia que esta, como nos esta urgiendo el Papa Francisco, en las periferias. Manolo las conocía todas: las periferias del cautiverio, las de la pobreza, las de la soledad, las de la persecución, las de la caridad entregada y enterrada. También conoció, en sus propias carnes, la periferia de la propia Iglesia, cuando fue víctima, por años, de juicios y prejuicios, prevenciones y rechazos, en el seno de su misma querida y amada Iglesia.
Me uno a la dedicatoria que le ha ofrecido su amigo Juan Rubio, también como él y como yo sacerdote y periodista: “Tu trabajo no quedó en tierra baldía. Hoy tiene grandes retoños, y tu amor a la Iglesia solo le importa a Aquel que ya te ha dado ese abrazo de ternura que te mereces”.