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¿La Iglesia, a favor o contra la experimentación con animales?

laboratory rat

Gorodenkoff | Shutterstock

Aleteia Team - publicado el 02/01/14

Hay que evitar sufrimientos innecesarios y experimentar con los menos posible, pero en algunas investigaciones son imprescindibles

El Parlamento europeo incentiva a los laboratorios que investiguen de forma innovadora y reemplacen a ratas y hámsters con reproducciones robóticas y de microingeniería.

Un programa plurianual denominado Horizon 2020 prevé más de 70.000 millones de financiación para entidades públicas y privadas en este sentido.

Una medida que parece reflejar también la opinión pública: el 1 de noviembre de 2013 concluía una recogida de firmas para la iniciativa popular europea STOP VIVISECTION, y se superó en mucho el objetivo mínimo del millón de firmas en toda Europa (doce países superaron los objetivos nacionales fijados por el Reglamento europeo).

STOP VIVISECTION pide abrogar la directiva 2010/63/UE con la presentación de una nueva propuesta de directiva que encamine hacia la superación de la experimentación animal y que haga obligatoria la utilización de datos específicos en la especie humana en lugar de en animales para las investigaciones médicas y toxicológicas.

¿Podrá el hombre prescindir realmente de la experimentación con animales, a la luz de las motivaciones científicas y éticas? Aleteia lo ha preguntado a Santiago Vega García, de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia (España).

¿Qué es la vivisección y la experimentación animal?

La vivisección (del latín vivus y sectio) es la disección de un animal cuando aún está vivo.

De forma más precisa y atendiendo a lo que él diccionario de la Real Academia de la Lengua dice, definiríamos la vivisección como la “Disección de los animales vivos, con el fin de hacer estudios fisiológicos o investigaciones patológicas”.

Por lo tanto, podríamos decir que la vivisección es un método de investigación que permite el uso de animales vivos para el desarrollo del conocimiento biomédico.

La experimentación con animales o “experimentación in vivo” es el uso de animales no humanos en experimentos científicos.

La experimentación con animales y, muy especialmente, la vivisección empezó a generalizarse a partir del siglo XVII, sobre todo de la mano del filósofo francés René Descartes, cuyas teorías, en la actualidad, ya han perdido gran parte de su sentido.

Según Descartes, los animales no sufrían, ya que carecían de alma y los gritos que emitían al ser viviseccionados por científicos eran como ruidos emitidos por máquinas estropeadas.

Partiendo de estos principios, no había que preocuparse por los animales. Dios los había creado para servir a los seres humanos.

¿Cuál es la posición católica sobre ambas?

En el Catecismo de la Iglesia Católica se puede leer, el séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación.

Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura.

El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales.

El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación.

Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria. También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con que delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.

Dios confió los animales a la administración del que fue creado por Él a su imagen. Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos.

Se los puede domesticar para el alimento, para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios.

Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen dentro de los límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas

Es contrario a la dignidad humana, sigue diciendo el catecismo de la Iglesia Católica, hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas.

Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres.

Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos. 

¿Existe una ética ecológica cristiana?

Desde la perspectiva cristiana, la vida de los demás seres tiene un gran valor. Pero no se trata de un valor opuesto al de la persona.

Por el contrario, el valor de la vida animal y vegetal adquiere su pleno sentido sólo si se pone en relación con la vida de la persona humana.

La Doctrina social de la Iglesia ha ido avanzado en un espíritu conservacionista. Fue Juan XXIII el primero en expresar las preocupaciones ambientales ante el desarrollo incontrolado de los años 60.

En su Encíclica Mater et Magistra introduce el tema de cómo conservar los bienes materiales en relación con el crecimiento demográfico.

Se preguntaba cómo coordinar los sistemas económicos y los medios de subsistencia con el intenso incremento de la población humana.

Dios ha otorgado a la Naturaleza una capacidad casi inagotable de producción, cuyas energías debe conocer y dominar el hombre con la inteligencia con la que Dios le ha enriquecido.

El mandato bíblico “enseñoreaos” de la tierra no se dio para destruir la naturaleza, sino para satisfacer con ella las necesidades de los hombres.

Y concluye que hay que conservar los bienes naturales, utilizar la razón y mirar por las próximas generaciones.

En el Concilio Vaticano II no se habla expresamente de una moral ecológica, pero sí se sientan determinadas bases para dicha moral.

En resumen, aunque la tierra está sometida al hombre, esta lo está para conseguir nuestro propio bien y honrar a Dios.

La preocupación ecológica de Pablo VI se manifiesta en numerosos discursos. Como el pronunciado en la FAO, el primero en 1963 y sobre todo el de 1970 en donde llama la atención sobre la utilización de los recursos naturales y alerta contra el productivismo salvaje.

En el discurso lanza la idea de que si bien han hecho falta miles de años para que el hombre aprendiera a dominar la naturaleza le ha llegado la hora de aprender a dominar su propia dominación.

Los progresos técnicos podrían volverse contra el hombre si no fueran acompañados de un auténtico progreso social.

Se plantea aquí por primera vez, y no de manos de un ecologista, la necesidad de reformar las estructuras sociales, cambiar hábitos y costumbres humanas y crear una verdadera responsabilidad moral ecológica.

En el Congreso de juristas reunido en Roma en 1971 para tratar los problemas de la contaminación de las aguas recuerda a los juristas el Cántico de las Criaturas de san Francisco de Asís y la obligación del derecho para sustituir a la conciencia humana.

En su encíclica Octogesima Adveniens reconoce que el hombre ha adquirido bruscamente la conciencia de que una explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación.

Pero sin duda alguna, es en la época de Juan Pablo II cuando se avanza en este camino de una moral ecológica cristiana.

En los primeros años de su pontificado nombra a san Francisco de Asís como patrono celestial de los ecologistas y orienta las catequesis de sus audiencias hacia la lectura del Génesis.

En su primera encíclica Redemptor hominis hace referencia al miedo que el hombre experimenta ante sus propias obras, ya que los productos salidos de sus manos se rebelan contra él.

La encíclica Sollicitudo rei socialis articula un largo discurso sobre el auténtico desarrollo humano, sus posibilidades y sus riesgos.

El desarrollo incluye el respeto de la naturaleza, se apoya en dos grandes principios: la vocación transcendente del hombre y su integración en la naturaleza. Realiza tres consideraciones:

-Conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es el cosmos.

-La limitación de los recursos naturales, los cuales no son renovables o cada vez lo son más difícilmente.

Consecuencias de cierto tipo de desarrollo en la calidad de vida de las zonas industrializadas.

El discurso pronunciado en la jornada de la Paz Mundial de 1990 constituye una llamada de atención a la sociedad hedonista y consumista, la cual no atiende a los daños que causa y hace una enumeración de distintos pasajes del Evangelio en donde se nos nombra salvaguardas de la Creación.

Por último la Encíclica Centesimus Annus dedica todo el capítulo IV a la cuestión ecológica.

La raíz de la destrucción ambiental es un error antropológico; la encíclica no abandona la perspectiva de la fe y en consecuencia ve la naturaleza en clave de creación y la creación en clave de donación.

El mundo ambiental es con igual derecho y dignidad, regalo y tarea, dádiva y responsabilidad.

Responde a las acusaciones contra la gestión irresponsable del cristiano como un castigo cuando el hombre renuncia a colaborar con Dios en la obra de la creación, la naturaleza se rebela; ya que esta no es gobernada, sino tiranizada por la avaricia del hombre y su descabellado afán de consumo.

En su última Encíclica evangelium Vitae, se menciona tres veces el problema ambiental y se hace conectar con los problemas de la bioética.

¿Cómo se tutela la salud humana sin abusar de la vida animal?

Carlson comenta que si una persona cree que no es correcto usar a otro animal de ninguna manera, independientemente de los beneficios que ello pudiera tener para los seres humanos, no hay nada que podamos argumentar para convencerla del valor de la investigación científica con animales. Porque para ella la cuestión está zanjada desde el principio.

La investigación con animales ha hecho importantísimas contribuciones a la salud pública.

Ha generado importantes descubrimientos sobre posibles causas y tratamientos de muchos trastornos neurológicos y mentales, como la enfermedad de Parkinson, la esquizofrenia, los trastornos maníaco-depresivos, los obsesivo-compulsivos, los de ansiedad, la anorexia nerviosa, la obesidad o la drogadicción, por citar algunos relevantes.

Creo que se ve fácilmente la imposibilidad absoluta de estudiar esos fenómenos en plantas, cultivos celulares o simulaciones informáticas.

También las vacunas, el desarrollo de los trasplantes de órganos, las transfusiones de sangre, la diálisis para los pacientes de riñón, técnicas de cirugía y medicamentos que se prueban primero en animales, han sido posibles gracias a este tipo de investigación y han contribuido enormemente a prolongar la vida humana, duplicando la esperanza media de vida en solo un siglo.

Asimismo, como apuntan algunos investigadores, “nuestras mejores esperanzas para el desarrollo de prevenciones, tratamientos y curas para enfermedades como el Alzheimer, el SIDA y el cáncer, incluyen también investigación biomédica utilizando animales”.

En los periódicos vemos recurrentemente protestas de protectores de los animales contra la experimentación con ellos, ¿qué respuesta se da a esta posición?

La experimentación con animales en el ámbito de la investigación científica está muy regulada por normativa estatal e internacional

Se detallan especificaciones concretas sobre el cuidado y emplazamiento de los animales en laboratorios y bioterios, animalarios o estabularios.

Está sometida a inspecciones periódicas, la investigación debe estar justificada y debe ser aprobada por un comité bioético.

Si hay excesos puntuales, desmanes o no se cumplen las normas, el problema es ya más bien legal y la solución pasará por mejorar las normas y no por suprimir la investigación.

Las razones para cuidar bien a los animales no solo son éticas sino también científicas para que los resultados sean válidos, lo cual a su vez redunda en un menor uso de animales.

Lejos de pretender hacer una apología absolutista de la investigación con animales, creo que la postura más razonable está, en un punto medio entre los extremos de condenar toda la investigación y ensalzarla ingenuamente, considerando el uso de animales en investigación como “necesario en el estado actual de la ciencia para ajustarse al imperativo moral de curar y prevenir enfermedades humanas, pero buscando formas de reemplazar y reducir el número de animales y de disminuir su sufrimiento”.

Actualmente hay que reconocer la imposibilidad de reemplazar la investigación con animales en muchos casos, lo cual no anula la obligación paralela de emplear los mínimos indispensables y de reducir en todo lo posible su sufrimiento, tanto por razones “humanitarias” como por el propio interés científico.

Con el tiempo, conforme aumente el acervo de conocimientos científicos, quizá sea posible acabar prescindiendo de los modelos animales. Pero aún falta mucho camino que recorrer.

Yo siento los sufrimientos de los animales tan intensamente que nunca me he dedicado a la caza o al deporte del tiro. El alarido de una alondra me llegaría al alma, pero cuando hemos de investigar los misterios de la vida o conseguir nuevas verdades, la soberanía del propósito se antepone (Luis Pasteur)

Para saber más: “Aspectos éticos en la investigación con animales”, de Fundamentos fisiológicos de la conducta, Neil R. Carlson, Editorial Pearson, 10ª edición, 2010, pp 25-27.

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