Homilía hoy en las Vísperas de conclusión del Año 2013
El apóstol Juan define el tiempo presente de modo preciso: “Ha llegado la última hora” (1Jn 2,18). Esta afirmación – que se pronuncia en la Misa del 31 de diciembre –significa que con la venida de Dios en la historia estamos ya en los tiempos “últimos”, tras los cuales el paso final será la segunda y definitiva venida de Cristo. Naturalmente aquí se habla de la calidad del tiempo, no de su cantidad. Con Jesús ha venido la "plenitud" del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación. Y no habrá ya una nueva revelación, sino la manifestación plena de lo que Jesús ya ha revelado. En este sentido estamos en la “última hora”; cada momento de nuestra vida es definitivo y cada una de nuestras acciones está cargada de eternidad; de hecho, la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro.
La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es cíclica, sino lineal: es un camino que va hacia un cumplimiento. Un año que ha pasado, por tanto, no nos lleva a una realidad que termina sino a una realidad que se cumple, es un paso ulterior hacia la meta que está ante nosotros: una meta de esperanza y de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría.
Mientras llega al final el año 2013, recogemos, como en una cesta, los días, las semanas, los meses que hemos vivido, para ofrecer todo al Señor. Y preguntémonos: ¿cómo hemos vivido el tiempo que Él nos ha dado? ¿Lo emos usado sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido dedicarlo también a los demás? ¿Y Dios? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para "estar con Él", en la oración, en el silencio?…
Y pensemos también en esta ciudad de Roma. ¿Qué ha pasado este año? ¿Qué esta sucediendo y qué sucederá? ¿Cómo es la calidad de la vida en esta Ciudad? ¡Depende de todos nosotros! ¿Cómo es la cualidad de nuestra "ciudadanía"? ¿Este año hemos contribuido, en nuestra "pequeñez", a hacerla vivible, ordenada, acogedora? En efecto, el rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas teselas son todos aquellos que viven en ella. Ciertamente, quien está investido de autoridad tiene más responsabilidad, pero cada uno es corresponsable, para bien y para mal.
Roma es una ciudad de una belleza única. Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. Y sin embargo, también en Roma hay muchas personas marcadas por miserias materiales y morales, personas pobres, infelices, sufrientes, que interpelan a la conciencia no sólo de los responsables públicos, sino de cada ciudadano. En Roma quizás sentimos más fuerte este contraste entre el ambiente majestuoso y lleno de belleza artística, y el malestar social de quien más le cuesta.
Roma es una ciudad llena de turistas, pero también llena de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o que realizan trabajos mal pagados y a veces indignos; y todos tienen el derecho a ser tratados con la misma actitud de acogida y de equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.
Es el último día del año. ¿Qué haremos, cómo actuaremos en el próximo año, para hacer un poco mejor nuestra Ciudad? La Roma del año nuevo tendrá un rostro aún más bello si será aún más rica en humanidad, hospitalaria, acogedora; si todos nosotros somos atentos y generosos hacia quien está en dificultad; si sabemos colaborar con espíritu constructivo y solidario, por el bien de todos. La Roma del año nuevo será mejor si no habrá personas que la miren “desde lejos”, que miran su vida sólo “desde el balcón", sin implicarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que, al final… y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos. En esta perspectiva, la Iglesia de Roma se siente comprometida a dar su propia contribución a la vida y al futuro de la Ciudad: a animarla con la levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.
Esta tarde concluimos el Año del Señor 2013 dando gracias y pidiendo perdón. Damos gracias por todos los beneficios que Dios nos ha otorgado, y sobre todo por su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en la sucesión del tiempo, pero de modo singular en la plenitud del tiempo, cuando “Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4). Que la Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo trecho de nuestra peregrinación terrena, nos enseñe a acoger al Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día esté lleno de su eterno Amor.