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¿Puede darse con Dios una relación virtual?

Dios virtual

© PKruger/SHUTTERSTOCK

Juan Ávila Estrada - publicado el 26/12/13

Dios te espera, no busca “likes” sino aceptación en tu corazón, no desea miles de contactos sino hijos que confíen en Él

¿Han caído nuestras relaciones con Dios en la virtualidad? No puedo dejar de preguntármelo. Cuando lo virtual supera lo real ya no es fácil prever todo aquello que terminará bajo sus fauces.

Ojos que no miran ojos sino pantalla del móvil, cenas que ya no son cenas sino fotos subidas a la red para compartir el menú y el lugar, diálogos que han quedado sujetos a los caracteres rápidos o lentos que puedan escribirse con la ortografía libre que cada quien quiera tener. Ese es el mundo de la web, de la virtualidad, de lo “visiblemente escondido”.

Ya no importan los juegos de sala o de campo, el contacto con la naturaleza, la brisa en el rostro, el olor de la hierba húmeda y de los animales; ahora todo es virtual: mascotas virtuales, amigos virtuales, cenas virtuales, encuentros virtuales, sexo virtual (ese que genera placer sin compromiso ni riesgo de contaminación venéreo). Ahora el mundo está en la red y se puede “viajar” sin dinero.

Pero en todo esto ha caído peligrosamente nuestra relación con el Señor. Ahora las oraciones se escriben y publican en las redes sociales, se le habla al Señor por la web, se le bendice, se le alaba por Facebook… Pero ¿queda todo aquí? Ese es mi temor.

Pensar que virtualidad suple realidad y que es suficiente con escribir lo que se siente o se piensa, cuando verdaderamente Dios no tiene red social; Él todo lo ve, menos lo que aquí le decimos pues, aunque nos parezca extraño, prefiere la vieja usanza del contacto persona a persona. No quiere leer mensajes, quiere escuchar la voz de cada uno, el temblor, la emoción, el timbre, ese timbre inconfundible que para Él suena como música en sus oídos.

Nuestro Dios es el Dios del oído, el que escucha, mucho más que lo que ve, lo que lee y por eso la oración cardio-vocálica siempre será irremplazable en nuestra relación con Él.

¿No nos ha dicho Jesús: “cuando quieras orar entra a tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu padre que está en lo escondido y tu Padre que escucha en lo escondido te recompensará”?  Esa enseñanza no ha perdido validez; hay cosas que nunca serán superadas por la tecnología, llamada a mejorar la calidad de nuestra vida, pero no a reemplazar nuestras relaciones humanas.

Facebook, Badoo, Twitter, Bb, ni decenas de redes sociales podrán jamás aniquilar lo que es una verdadera y auténtica relación con Dios y con los demás humanos. Habla al Señor tu Dios, vuelca sobre Él los secretos de tu corazón, llora, no a modo de estado virtual (N.N. se siente…), salta, ríe, danza, canta desafinado, grita, pelea, reconcíliate pero hazlo al modo humano.

Evangeliza por medio de las redes pero no mantengas relación con Dios una relación sujeta al móvil o el computador.
¿Quieres cenar con el Señor? Participa de la Eucaristía. ¿Quieres hablar con Él? Ora. Hazlo tu compañero de viaje, de faena, de angustias, tristezas, pero sobre todo no te olvides de Él en momentos de alegría, también quiere que le participes de todos tus gozos y triunfos. Dios no es un amigo virtual, es un amigo real, más real que nosotros mismos, más real que la luz del sol o el resplandor  de la luna.

No podemos tener miedo a relaciones reales, de compromiso, de contacto, esas que necesitan cuidarse y alimentarse y que no se aniquilan con un sencillo bloqueo virtual. Dios es una persona, no una energía, ni un desconocido que se esconde detrás de la red para pretender algo desconocido de ti. Te espera, te ama, quiere entra a tu casa y cenar contigo; no tiene seguidores sino discípulos, no busca “likes” sino aceptación en tu corazón, no desea miles de contactos sino hijos que le crean y confíen en Él. Dios no “trina”, Él habla al corazón.

Cualquier cosa que suceda por este medio no debe suplir jamás la verdadera relación que se establece en la intimidad de la oración, de la lectura y meditación de su palabra. Que no quede todo en la red, que no parezcamos discípulos sino que seamos discípulos. 

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