Entrevista al historiador Luis Alfonso Orozco
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México es –no obstante las persecuciones y las negaciones del oficialismo político y cultural—el país con el segundo mayor número de católicos que hay en el mundo. Si se suman los católicos que viven en el país junto con los que viven en Estados Unidos, podría hablarse de 120 millones de personas que profesan la fe católica.
Y una de las festividades principales, tanto por encontrarse en el corazón geográfico de México (la de Cristo Rey, en el que la Montaña del Cubilete recibe a miles de peregrinos) como en su corazón histórico, el catolicismo y María de Guadalupe como fusión de dos culturas, es la del último día del calendario litúrgico de cada año, en que la Iglesia universal celebra, justamente, a Cristo Rey del Universo.
Arribamos, en esta tercera parte de la entrevista que el Padre Luis Alfonso Orozco LC ha concedido a Aleteia, al centro del tema, a la fiesta, al primado de Jesús, a su humanidad (el corazón) y a su divinidad (sagrado) en el pueblo de México y en el mundo católico.
Padre Luis Alfonso, ¿podría decirse que la consagración de México a Cristo Rey en 1914 –como ya lo hemos platicado con usted en anteriores entregas de esta entrevista—fue un poco precursora de lo que iba a suceder más tarde, incluso precursora de la re consagración que se hizo en México el mes de noviembre pasado, en la fiesta de Cristo Rey y al final del Año de la Fe?
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada para toda la Iglesia por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, por su encíclica Quas Primas. La festividad se colocó al final del año litúrgico, como coronación de la obra redentora de Cristo.
El Papa quiso motivar a todos los católicos a reconocer públicamente que el centro y corazón de sus vidas y de la Iglesia es Cristo Rey.
Con la fiesta de Cristo Rey celebramos y pedimos que Cristo empiece a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas, trabajos y ambiente social.
Así las cosas, El 23 de junio de 2006, los obispos mexicanos dirigidos por el entonces presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de León, monseñor José Guadalupe Martín Rábago, junto con un nutrido grupo de sacerdotes y miles de fieles renovaron la consagración de la nación mexicana al Sagrado Corazón de Jesús, en el santuario nacional de El Cubilete.
Como nuestros lectores recuerdan, la consagración oficial ya había sido proclamada el 11 de octubre de 1924, durante el Primer Congreso Eucarístico Nacional, por los obispos mexicanos en pleno en la catedral metropolitana de la Ciudad de México, justamente cuando iniciaba el período más violento de la persecución religiosa en el país.
¿Cómo se hizo en 2006?
En la fórmula de consagración se encomendó al Sagrado Corazón «esta Patria querida: a los gobernantes, para que trabajen siempre por el bien común; a las familias, para que forjen en las virtudes humanas y cristianas el corazón de las nuevas generaciones; a los indígenas y campesinos, obreros e inmigrantes, para que alcancen un mejor nivel de vida y un pleno respeto de su dignidad y sus derechos».
En el acto, se encomendó entre otros a «los legisladores y a los profesionales de la salud, para que respeten y defiendan la vida desde su inicio en el seno materno hasta su conclusión natural; a los que se dedican a la educación, la cultura, el arte y los medios de comunicación social, para que contribuyan a un mejor y más armónico desarrollo de la sociedad difundiendo valores auténticos».
La piedad popular compuso también un hermoso himno a Cristo Rey, ¿lo recuerda usted?
Sí, claro, se trata del himno “Que viva mi Cristo”.
Es cierto, todo México lo canta el último domingo del año litúrgico. Es bellísimo. ¿Sabe usted toda la letra?
Sí, desde luego, el estribillo es:
“Que viva mi Cristo, que viva mi Rey
que impere doquiera triunfante su ley,
que impere doquiera triunfante su ley.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
Y las estrofas son las siguientes:
Mexicanos un Padre tenemos
que nos dio de la patria la unión
a ese Padre gozosos cantemos,
empuñando con fe su pendón.
Él formó con voz hacedora
cuanto existe debajo del sol;
de la inercia y la nada incolora
formó luz en candente arrebol.
Nuestra Patria, la Patria querida,
que arrulló nuestra cuna al nacer
a Él le debe cuanto es en la vida
sobretodo el que sepa creer.
Del Anáhuac inculto y sangriento,
en arranque sublime de amor,
formó un pueblo, al calor de su aliento
que lo aclama con fe y con valor.
Su realeza proclame doquiera
este pueblo que en el Tepeyac,
tiene enhiesta su blanca bandera,
a sus padres la rica heredad.
Es vano que cruel enemigo
Nuestro Cristo pretenda humillar.
De este Rey llevarán el castigo
Los que intenten su nombre ultrajar.
Mil gracias, Padre Luis Alfonso, pero ahora déjeme hacerle una pregunta que, seguramente, se estarán haciendo los que nos han seguido a lo largo de estas entrevistas. ¿Tiene algo qué decirle toda esta devoción, esta historia, esta literatura, esta piedad popular a México y sus desafíos actuales; a México a y a la violencia, a la delincuencia, a la corrupción, a la pobreza?
Partamos de un hecho. Hoy México es una gran nación poblada con más de 110 millones, de los cuales un 85 por ciento se declaran católicos. Lo que hace que el país sea el segundo en el mundo por número de católicos, por detrás de Brasil, el gigante sudamericano.
La Iglesia católica goza de libertad de expresión, si bien no plena como en otros países democráticos, pero los problemas sociales y políticos que afronta México son también grandes; está la violencia con sus múltiples rostros desde el narcotráfico al secuestro de personas, la corrupción latente en muchas capas del tejido social, la brecha entre las clases pudientes y las menos favorecidas con el consiguiente crecimiento de la pobreza. El desafío de la educación y la formación de las nuevas generaciones.
Para conmemorar el centenario de la consagración de nuestra patria a Cristo Rey (1914-2014), surgió la iniciativa, por parte de un grupo de laicos, de levantar el monumento a Cristo Rey que desde ahora se admira en la Basílica de Guadalupe, corazón religioso de México, y efectuar la renovación de la consagración del país a Cristo, gracias al apoyo del cardenal Rivera y de sacerdotes de la arquidiócesis de México.
Los hombres piden al cielo que proteja y vele por la nación, dado que los males y problemas afectan a todos y superan incluso las posibilidades políticas y culturales de remediarlos.
Laicos y sacerdotes… ¿Por fin van a recuperar los católicos mexicanos su papel en la nueva sociedad?
Este es el sentido de la consagración de México a Cristo Rey, en la que no hay ningún rasgo o matiz político que se preste a equívocos.
El cardenal de México lo ha hecho en nombre de los católicos, que son la mayoría del país y en perfecta libertad democrática, sin que esto suponga ningún agravio para los que no profesan esta religión. Se trata de un gesto de paz para todos los hombres y mujeres de buena voluntad dentro y fuera de México.