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Día Quinto de la Novena de Navidad: El Pequeño Resto

PASTERZ

AP/Associated Press/East News

Fray Nelson Medina, OP - publicado el 20/12/13

Solo cuando el hombre entra en la humildad, puede encontrar a Dios

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Introducción

Bienvenida. Señal de la Cruz.

Oración para todos los días

¡Dios de Bondad! ¡Dios Poderoso, Sabio y Compasivo! Nos hemos reunido en tu Nombre, en primer lugar para darte gracias por el caudal de tus beneficios. En todo vemos resplandecer tu majestad, que no riñe con la piedad con que cuidas tus creaturas, y admiramos tu poder, que no se opone a la ternura de tus manos. ¡Gracias por esta tierra y por los cielos!; gracias, Padre, por lo que vemos y también por lo que supera a nuestros ojos. Gracias por lo que entendemos pero sobre todo gracias por tu amor, que desborda a todo entendimiento. Nada reveló tanto tu amor como que nos siguieras amando después de que te dimos la espalda. Somos raza y pueblo de pecadores, pero al final no resultó vencedor nuestro pecado. Por encima de nuestros males venció tu bondad y el camino que hallaste para rescatarnos es tan admirable que sólo podemos exclamar: “¡Feliz la culpa que nos mereció tal Redentor!” Padre Dios, hoy te agradecemos el habernos dado en un solo Bien todo lo bueno; el habernos dado en tu propio Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, el remedio de nuestras desgracias y la fuente misma de toda gracia. Concede, te suplicamos, que quienes hacemos con fe esta novena tengamos el corazón abierto al Evangelio, los ojos abiertos al Misterio y las manos abiertas a nuestros hermanos, pues a todos nos has llamado a ser tus hijos. ¡A ti sea la gloria y la alabanza por los siglos de los siglos! Amén.

Lectura del profeta Sofonías, capítulo 3, versículos del 9 al 15

En ese tiempo daré a los pueblos labios puros, para que todos ellos invoquen el nombre del Señor, para que le sirvan de común acuerdo. Desde más allá de los ríos de Etiopía mis adoradores, mis dispersos, traerán mi ofrenda. Aquel día no te avergonzarás de ninguna de las acciones con que te rebelaste contra mí; porque entonces yo quitaré de en medio de ti a los que se regocijan en tu orgullo, y nunca más te envanecerás en mi santo monte. Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, que se refugiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni se hallará en su boca lengua engañosa, porque ellos se alimentarán y reposarán sin que nadie los atemorice.Canta jubilosa, hija de Sion. Lanza gritos de alegría, Israel. Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén. El Señor ha retirado sus juicios contra ti, ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti; ya no temerás mal alguno.

Consideración para el Día Quinto

Los hebreos conocieron tiempos bastante buenos, como cuando estaba al frente de ellos el rey David, pero también supieron de épocas muy malas. La peor de todas, si nos fijamos en el Antiguo Testamento, fue cuando tuvieron que salir en destierro hacia Babilonia.

En esa época su visión sobre Dios, sobre el mundo y sobre sí mismos tuvo que sufrir serias transformaciones: Babilonia fue como una escuela de extrema dureza pero también de extrema eficacia, que dejó lecciones imborrables para los que sobrevivieron.

Para empezar, de las doce tribus de Jacob, sólo quedó una, la de Judá, y de ahí el nombre común de «judíos» que después del destierro a Babilonia damos al pueblo de la Antigua Alianza.

Pero la lección más importante no fue numérica ni cuantitativa sino cualitativa, a saber, que todo orgullo, así tenga raíces muy religiosas y santas, termina siendo un obstáculo para que Dios reine. Allí donde el ser humano se erige como centro de su propia vida termina construyendo mentiras o crueldades, o las dos cosas.

Es posible ganar guerras o riquezas, es posible lograr placeres o regir grandes imperios: si Dios no está en el centro, si Dios no reina, el que quede en el centro se corromperá en la codicia, el libertinaje o la crueldad.

El alma humana es insaciable porque está hecha para el infinito, y si recibe mucho, eso sólo le aumenta la avidez y le enardece la sed de conseguir mucho más.

Por eso, incluso el rey David, con todo su poder y prestigio, fue capaz de cometer asesinatos voluntarios, traiciones a gente fiel de su guardia y adulterios escandalosos.

El camino, entonces, no es buscar reinos más poderosos, mejor organizados o con mayor pluralidad de razas o culturas. Todo eso ya ha sido ensayado en las estrategias de los reyes de Israel y en sus alianzas con otras naciones. Ha sido ensayado y ha fallado estrepitosamente hasta llevar al destierro de Babilonia.

El camino es buscar que Dios reine, es decir: buscar el Reino de Dios. Pero no puede buscar el reino de Dios aquella persona que quiere reinar ella misma. Esa persona sentirá que Dios es, o su estorbo o su pretexto, pero nada más. Se necesitaba una actitud distinta. Se necesitaba y se necesita un pueblo humilde y bien dispuesto, que quizá será pequeño, y parecerá insignificante; pero en ese «Pequeño Resto» habitará la semilla verdadera y estará la verdadera puerta para que llegue el Reino de Dios.

Gozos

 Desde antiguo los patriarcas aguardaron tu venida; hacia ti miran los siglos esperándote, Mesías. ¡Que no queden en suspenso nuestros brazos, que te ansían! ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! Fue David un hombre grande que reinó por muchos días; en su tiempo los judíos conocieron paz y dicha. Pero tiempos aún mejores anunció una profecía. ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! ¿Qué será el rumor de alas en los cielos que se agitan? Hace poco se ha sabido la bellísima noticia: ¡el Arcángel ya le ha hablado, y ha aceptado ya María! ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! Con el sí de aquella Virgen pura y pobre, tan sencilla, ha brillado aquí en la tierra celestial sabiduría; que los sabios de este mundo canten, pues, y bien repitan: ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! El remedio necesario para nuestra rebeldía, y la fuente de la gracia que perdida parecía: todo viene de tus labios de tus manos y fatigas. ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! San José ruega en silencio caminando con María; van buscando la posada que parece tan esquiva. Nuestra casa ya se ha abierto para darles la acogida: ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! Ya los valles se levantan ya se abajan las colinas. Ya la noche va pasando ya la luz viene de prisa. Ya la casa se ha llenado: se ha reunido tu familia. ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida! Con amor, cuanto podemos, nos unimos a María; con José ya te imploramos que no atrases tu venida. Bien postrados ya nos tienes, todo aguarda tu visita, ¡Ven, Jesús, te suplicamos, dale vida a nuestra vida!

Oración a la Santísima Virgen María

Con las palabras que te saludó el Mensajero del Cielo, el Santo Arcángel Gabriel, nosotros te saludamos hoy, María Santísima, y te decimos: “Llena de Gracia.” Tú eres la muy amada y muy amorosa. En ti Dios escribió su Palabra de Salvación para todos los pueblos, y de tu fe admirable somos deudores todos, porque tu docilidad al Espíritu Santo hizo posible el milagro que no volverán a contemplar los siglos: la Encarnación del Hijo Único de Dios. Con gran confianza nos acercamos a ti, dulce doncella de Nazareth, y con gran alegría nos unimos a tus sentimientos de ternura en la espera del Nacimiento de Cristo. Eres amable y pura; sencilla y valiente; buena amiga, buena esposa y buena madre. Acepta hoy nuestro ruego, te suplicamos, y conviértete en nuestra guía y maestra en la contemplación del misterio del Niño Dios. Danos de tu mirada para reconocer y adorar al Dios que se abaja, el Dios que busca a sus ovejas descarriadas, el Dios que se humilla con caridad y nos levanta con misericordia. Danos de tu fortaleza para seguir los pasos de este Niño Prodigioso, también cuando sus palabras nos parezcan difíciles o cuando tengamos que verle afrentado en la Cruz. Tu ejemplo nos anima y tu plegaria nos fortalece. ¡Ruega por nosotros y junto a nosotros! ¡Llévanos a la obediencia del Evangelio, Santísima Virgen María, Madre del Amor Hermoso! Tres Avemarías y un Gloria.

Oración a San José

San José, reunidos en oración recordamos tu vida y tu misión, y te saludamos con admiración y profunda gratitud. Hombre de Dios, modelo de virilidad y de liderazgo, heredero humilde y grande de la Casa del Rey David, obrero de la causa del Reino de los Cielos: recíbenos y danos tu abrazo de amigo y de hermano en la fe. San José, con amor intenso y puro cuidaste de María y de Jesús, los grandes tesoros de Dios Padre en esta tierra. Supiste hacer bien tu tarea; llevaste a buen puerto la barca, guiaste con mano diestra tu hogar y supiste permanecer sencillo y discreto, obediente en todo a la voz interior de tu Dios, a quien amaste y serviste con ardor y generosidad hasta la hora santa de tu muerte. San José, ¡cuánto nos enseña tu manera de ser esposo y de ser padre! Necesitamos hoy de la delicadeza y la fortaleza de tu alma santa para valorar a la mujer, sea doncella o madre, y para defender la vida humana, especialmente cuando está más amenazada o es menos valorada. San José, Padre Virginal de Jesucristo, Custodio de la Vida en el Espíritu Santo: ¡ruega por nosotros! Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Oración al Niño Jesús

Jesús, tu Nombre dulce y poderoso, eleva el corazón a la esperanza. ¿Qué no podemos esperar de Dios, que nos ha dado todo en ti? ¿Qué no podemos esperar de ti, que te has dado en sacrificio por nosotros? Bien oculto en las ropas de la humildad entraste a este mundo y bien desnudo de todo orgullo saliste de él. Así nos vestiste con tus virtudes y nos desvestiste de nuestras miserias. Nos diste tu carne limpia de niño y aceptaste las llagas pavorosas de nuestro antiguo pecado. ¡Niño Dios, hermoso sobre toda hermosura! ¡Niño Dios, espejo limpísimo del amor del Padre por la humanidad! ¡Niño Dios, luz de pureza que has llegado en medio de la noche para vencer a fuerza de amores a las espesas tinieblas del egoísmo y la vanidad! ¡Niño Dios, candor incomparable, humildad suprema, adorable Salvador! Niño Dios, ante ti nos postramos de buen grado, siguiendo el ejemplo de los pastores humildes y de los sabios venidos de Oriente. ¡Niño del pesebre! ¡Cuántas lecciones nos das sin decir una palabra! En tu silencio eres Maestro, y en la impotencia de tu pobre cuna eres más fuerte que todos nosotros. Padeces frío pero traes el fuego; lloras pero brindas consuelo; callas pero enseñas a los sabios; sufres pero en ti reside toda alegría y todo gozo. Jesús Niño, con amor te suplicamos por todos los niños y niñas del mundo, especialmente por los que no pudieron nacer. Tú que bien sabes de pobreza, migración forzosa y exclusión social, compadécete de los niños y niñas que viven tu drama cada día, tal vez sin conocerte ni poder saludarte. Inspíranos también las palabras y acciones que defiendan la vida humana de camino en esta tierra y de cara a la bienaventuranza eterna. Tu rostro, Jesús, que una vez ofendimos, ahora debe ser contemplado con indecible gratitud; tu palabra, que una vez rechazamos, ahora debe ser atendida y puesta por obra; tu Corazón, que una vez lastimamos, ahora debe ser rodeado de amor y alegría, de adoración perfecta y rendida obediencia. Jesús: grandes y sin medida son los méritos de tu infancia. Por ellos te suplicamos nuestra propia conversión así como la propagación del Evangelio a todo lo creado. ¡Que la Buena Noticia de la Navidad alcance a todos porque tú quieres que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad! Tú vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Publicado originalmente en el sitio www.fraynelson.com

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